La Furia De Los Insultados. Guido Pagliarino

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La Furia De Los Insultados - Guido Pagliarino


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se la quitó el difunto y se la puso en bandolera. Luego revisó, uno a uno y con gran atención, los cadáveres de los alemanes y, al acabar la inspección, su cara se oscureció.

      Vittorio ordenó sacar del trípode y llevarse la mortal ametralladora MG con sus ristras de balas y explicó que, una vez desmontada de soporte, esa arma podría usarse bastante bien como fusil ametrallador, gracias a su peso no excesivo, apenas una docena de kilos, y a su doble pie desplegable guardado debajo del cañón. Fue la joven, abandonando su fusil Garand, la que se la quedó, diciendo que sabía cómo usarla. Tomó dos ristras de balas de la MG y se las puso en bandolera y colocó la ametralladora en la parte derecha de su espalda, balanceándola por el cañón con la mano.

      D’Aiazzo tomó el funesto Panzerfaust y preguntó:

      â€”¿Alguno de vosotros sabe usar esto?

      Obtuvo un sí de uno de los seis que, a pesar de estar vestido de civil, dijo que era granadero, precisando que había sido «sorprendido aquí en Nápoles por el armisticio».

      Un rato después, el comandante se asomó por la ventanilla del blindado y comunicó al superior que había oído, desde la radio de la comisaría, la noticia de que, a través del teléfono, una voz femenina había llamado a su centralita denunciando que los alemanes estaban ametrallando las casas de la Plaza de la Caridad.

      Vittorio decidió intervenir. Dado que el blindado podía acoger hasta seis personas, ofreció a la joven ir con ellos. Esta lo rechazó y, dada la urgencia, no insistió en la invitación, dio la orden de subir a sus hombres y, tras entrar en último, ordenó al comandante dirigirse al objetivo.

      Entretanto, muchos otros policías estaban saliendo de la comisaría para enfrentarse a los alemanes: había quien salía a pie por el portal o una puerta secundaria, otros por el paso de carruajes sobre camiones, camionetas, autocares o a bordo de los dos autos blindados restantes. La mayoría llevaba mosquetes ’91 del siglo pasado, alguno llevaba en bandolera una metralleta moderna MAB,24 y muchos llevaban en bolsas en bandolera bombas SRCM o granadas lacrimógenas. Los destinos de todos esos policías eran muy diversos. En particular, después de órdenes precisas del comisionado Pelluso, un pelotón, en el cual algunos hombres vestían de civil y la mayoría portaba uniforme, se dirigió sobre un autocar largo marca OM hacia la Plazuela del Nilo, solo distante un kilómetro de la Via Medina: sobre ese camión, en el puesto de copiloto, iba también el presunto sargento mayor Gennaro Esposito.

      El blindado al mando de D'Aiazzo volvió a partir, retumbando y petardeando, llevando detrás a los seis patriotas a pie. El comandante Bennato lo conducía lentamente, no solo por la vetustez del vehículo, sino para que los partisanos a pie, a los que servía un poco de baluarte, pudieran seguir el camino sin cansarse. Después del primer centenar de metros, uno de los seis, tras considerar la complexión diminuta de la joven, le ofreció cambiar la pesada MG por su fusil, pero ella se negó, molesta, diciendo con la boca torcida «Naah», lo que, vistas sus intenciones, debía significar que no.

      Al acercarse a la Plaza de la Caridad, los once patriotas empezaron a oír los tableteos de las ráfagas de ametralladora. Tras dos minutos, llegaron a sus oídos ruidos de metralleta seguidos por una detonación. Después de otro par de minutos, volvieron a sonar ráfagas de ametralladora cuyo crepitar se hacía cada vez más fuerte, al irse acercando el blindado, ya casi junto a la plaza: era indudable que se estaba disparando allí.

      Vittorio ordenó a Bordin y a los agentes tomar las metralletas y estar preparados para disparar a su orden. Por su parte, se colocó detrás de una ranura en la proa para observar el exterior, listo para ordenar hacer fuego.

      El blindado llegó al paso desde la Vía Cesare Battisti a la Plaza de la Caridad.

      El tanque alemán apareció en la aspillera de proa, plantado inmóvil a unos cuarenta metros a 45 grados a la derecha del vehículo italiano: era un carro Panther con una formidable coraza de 110 milímetros, armado con un cañón del 75 y dos ametralladoras MG, una en la torreta y otra en el cuerpo principal delantero, que hasta hacía poco habían estado vomitando fuego. Casi parecía una bestia descansando después de un gigantesco esfuerzo. Era evidente por qué se había producido esa fatiga, ya que en el suelo yacían multitud de cuerpos ensangrentados de civiles de ambos sexos y todas las ventanas de los edificios que rodeaban la plaza estaban hechas añicos, mientras que los muros mostraban profundas mellas. Se podía apreciar, a la vista de un todoterreno Kübelwagen semidestruido todavía humeante y de cuatro cadáveres carbonizados, uno dentro y tres en el suelo, que llevaban los cascos de la Wehrmacht ennegrecidos, que la represalia del carro alemán era posterior a un ataque contra el todoterreno con cócteles Molotov.

      En el momento del ataque al Kübelwagen, el Panther estaba patrullando la calle vecina de Formale. Su tripulación había oído dos explosiones, separadas por un par de segundos la una de la otra, y el jefe del carro, un comandante de carrera llamado Konrad Müller, había apreciado de qué dirección venían. A sus órdenes, el vehículo se haya dirigido a la Plaza de la Caridad. Al llegar, los soldados habían encontrado los restos de sus cuatro camaradas y la camioneta y ninguna persona en la plaza, ya que después de haber lanzado dos botellas incendiarias, una de las cuales había dado en el blanco, los autores del atentado habían huido mientras los residentes se habían refugiado en sus casas y tiendas, cerrando los portales y las persianas. El suboficial había ordenado sin remordimientos ametrallar las fachadas de los edificios que le rodeaban a la altura de un hombre y mientras tableteaban sus MG, había pedido instrucciones al mando a través de la radio. Le habían ordenado vengarse deteniendo civiles, diez por cada alemán muerto, y fusilarlos allí mismo. El cabo subcomandante del Panther y dos soldados habían bajado armados con fusiles MP80 y bombas de mano de modelo 24 y habían lanzado estas granadas contra persianas y portales, matando o hiriendo a quienes se habían refugiado dentro. El comandante Müller, en un pésimo italiano, había ordenado por el altavoz salir de las casas, ya que si no todas serían derrumbadas a golpe de cañón con sus residentes dentro. Había prometido que sí los que allí estaban se presentaban ordenadamente a la escuadra alemana solo serían interrogados y luego se les dejaría libres. Así que se habían reunido 42 personas, dos más del décuplo de los alemanes muertos. Sin embargo, a pesar de que el cabo había comunicado el exceso de detenidos al jefe del carro, que entretanto había asomado por la torreta, la cantidad fue considerada adecuada por el superior, nazi convencido, aunque no era de las SS, y había ordenado “ajusticiarlos” a todos. Esos civiles inermes había sido abatidos con ráfagas de metralleta. Una vez muertos, los carniceros habían subido a su tanque y el comandante había ordenado a las ametralladoras volver a disparar a su alrededor, esta vez apuntando a los pisos altos. Las ráfagas terroristas habían proseguido durante varios minutos mientras que el racista de Konrad Müller pronunciaba con odio, expresándose en su dialecto bávaro, expresiones que en nuestro idioma habrían sonado así: «¡Italianos de mierda! ¡Bastardos traidores! ¡Raza de cerdos!»

      El tanque de acero estaba a punto de reemprender su patrulla por las calles cuando había aparecido el vehículo blindado de otros italianos de mierda. Este era muy inferior al Panther tanto en blindaje como en potencia de fuego. El comandante Bennato solo podía probar a dar marcha atrás rápidamente, con la muy débil esperanza de que el enemigo tuviera otras órdenes a cumplir de inmediato y no se preocupara por seguirlos: frenó de golpe, sin necesidad de recibir la orden, puso la marcha atrás y aceleró, mientras los seis patriotas a pie, al ver que el blindado empezaba a retroceder se echaron atrás precediéndolo en la retirada. Sin embargo, el vehículo pudo entrar en Via Battisti solo en parte, porque el motor se caló y paró por la rápida


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