La Furia De Los Insultados. Guido Pagliarino

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La Furia De Los Insultados - Guido Pagliarino


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el cual se observan el golfo y la ciudad. En aquel corredor se encontraban dos locales no comunicados entre sí y destinados en aquel momento a armería del fortín, de los cuales uno era un gran espacio que contenía armas y municiones convencionales y el otro un espacio no tan grande que custodiaba armamento secreto de diseño y fabricación italianas. La vigilancia de las armas se desarrollaba durante las veinticuatro horas del día en dos turnos, de las 8:30 a las 20:30 y de las 20:30 a las 8:30. Desde el 9 de septiembre los alemanes habían ocupado el Castillo de San Elmo apoderándose del armamento, con un interés particular por las armas especiales. Precisamente a causa de esas armas no convencionales, dicho castillo era en esos días un objetivo principal de los aliados, que, desde hacía tiempo, estaban usando sus servicios secretos.

      Vittorio D’Aiazzo estaba a punto de decir a su subalterno que olvidara la orden anterior y se fuera descansar cuando empezaron los disparos en la vía Medina, primero de fusiles y de una ametralladora ligera, luego, en rápida sucesión, de metralletas y una gran ametralladora.

      El subcomisario y su ayudante se agacharon instintivamente y, avanzando con las piernas semidobladas, se acercaron a la ventana y asomaron sus cabezas mirando hacia abajo, exponiéndose lo menos posible.

      Al mismo tiempo, otros policías miraban allí desde sus respectivas oficinas, tanto personal del turno que estaba saliendo como entrando, al ser la hora del reemplazo, las 8 en punto. Llegado hacía poco, también el vicejefe de policía y jefe de sección Remigio Bollati espiaba desde su propia ventana: su oficina daba a la misma fachada a la que daba la de Vittorio y los dos espacios eran contiguos.

      Mirando hacia abajo se veía o entreveía, según la posición de cada ventana, a unos cincuenta metros del portal y en el cruce de calles cercano, al pelotón alemán parado en medio de la calle, protegido por sus vehículos colocados atravesados, ocupados en un tiroteo con personas que debían estar más allá en la calle y que no podían verse desde el edificio de la comisaría, pero de las que se oían los disparos: se podía suponer que tal vez se protegieran detrás de los muros semiderruidos y los montones de escombros de dos casas cercanas y contiguas, bombardeadas pocos días antes del 8 de setiembre por fortalezas volantes estadounidenses.

      Para entender mejor las cosas, volvamos un poco atrás:

      Se constituyó el frente único revolucionario partenopeo y, vista la renuencia del prefecto Soprano en asumir la dirección, fue elegido jefe el obrero Antonio Taraia de setenta años, que el 24 de setiembre, considerando la situación ya adecuada para el levantamiento convocó para la mañana siguiente una reunión en el Liceo Sannazaro, para someter a votación la decisión. La convicción de que era ya el momento de levantarse se produjo tanto por la noticia de que los angloamericanos ya estaban casi a las puertas de Nápoles, algo conocido de antemano por el filósofo Benedetto Croce, que lo había sabido confidencialmente del Dr. Soprano, como por el hecho de que, tras los acuerdos codificados intercambiados a través de radio con los americanos, acababan de llegar paracaidistas por la noche junto a Nápoles con armas y radios que retransmitían desde la US Army y destinadas a los partisanos, ocultadas rápidamente en siete sótanos de otras tantas zonas distintas de la ciudad. La operación se había desarrollado con la contribución esencial de un grupo de camorristas a sueldo, dispuestos a correr graves peligros a la vista de las grandes ganancias que les habían prometido los estadounidenses. No debe sorprender esa alianza: Estados Unidos ya había recurrido, y todavía la utilizaba, a la ayuda de la Mafia de la Sicilia ocupada, donde, además, numerosos nuevos alcaldes notoriamente mafiosos habían sido colocados en el poder por los conquistadores. La Camorra, como la Mafia, estaba organizada casi militarmente y, en particular, podía disponer en Nápoles de muchos grandes camiones. La operación armada había sido organizada con meticulosidad por los estadounidenses. Entre otras cosas, había folletos de instrucciones sobre el uso de las armas lanzadas en paracaídas, escritos en un correcto italiano y llevados al Liceo Sannazaro por algunos agentes americanos que habían sobrepasado de noche las líneas, con el fin de que los patriotas napolitanos pudieran recibir formación teórica sobre su funcionamiento por los propios agentes, lo que permitió hacer más rápida y ágil la instrucción práctica que, por razones logísticas, solo pudo desarrollarse poco antes de la sublevación, en el momento de la recuperación de las armas en los siete depósitos.

      En la reunión del 25 de septiembre se tomó por unanimidad la decisión de levantarse. Hacia mediodía, se enviaron mensajeros para avisar a los custodios del material bélico estadounidense.

      Al día siguiente, domingo, siete patriotas jefes de grupo que ya habían asistido al almacenamiento de las armas en los lugares secretos, uno por depósito, no mucho antes de la hora del alto el fuego, se presentaron para preparar la retirada de las armas esa misma noche. Se reunirían en los escondites hasta las cinco de la mañana del lunes 27 de septiembre.

      Por tanto, después de las seis de la mañana de este 27 de septiembre, los grupos de combatientes por la libertad, recogidas las armas, se dirigieron a sus objetivos. Mientras los pelotones instruidos en el Liceo Sannazaro por los agentes americanos portaban las armas estadounidenses, es decir fusiles semiautomáticos M1 Garand y ametralladoras BAR M1918 Browning, que usaban las mismas balas de calibre 7,62, granadas de mano Mk2 y lanzamisiles portátiles anticarro Bazooka M1, los otros grupos de insurgentes tenían armas capturadas a los alemanes en los encuentros de los primeros días, es decir, fusiles Mauser Kar 98 k, metralletas MP80, bombas de mano 24 y granadas Panzerwurfmine con sus respectivos lanzabombas anticarro Panzerfaust, además de navajas personales o cuchillos de las cocinas domésticas y alguna escopeta ocultada por algún cazador aficionado, después de la ocupación alemana, en un sótano o un ático.

      Sin embargo, el primer tiroteo de esa mañana no estaba previsto, sino que por el contrario empezó en el Vomero por parte de parientes de detenidos, que detuvieron un todoterreno Kübelwagen Typ 82 de la Wehrmacht, matando al comandante que lo conducía y poniendo en fuga a los demás militares. Otras acciones no organizadas se produjeron poco después por Nápoles y, aquí y allá, se agregaron espontáneamente a los grupos rebeldes parejas de carabineros de ronda y agentes de patrulla de la Seguridad Pública y la Guardia de Finanzas. Poco antes de inicio de las clases escolares, diez estudiantes desarmados de la escuela superior atacaron impulsivamente a tres alemanes que hacían la ronda en un Kübelwagen a velocidad de paseo, les obligaron a bajarse, les desarmaron y pegaron fuego al todoterreno, mientras el trío alemán se alejaba por piernas. Sin embargo, esos alemanes alertaron a todo el cuartel, por lo que llegaron dos pelotones alemanes con el apoyo de un potente blindado SdKfz 231 Schwere Panzerspähwagaen 6 rad. Los diez jóvenes se refugiaron y atrincheraron en el cercano Museo de San Martín y el blindado empezó a ametrallar los ventanales, mientras la noticia de la acción de los estudiantes y del peligro que estaban corriendo se iba extendiendo por Nápoles, de un lugar a otro.

      Entre las acciones sí planeadas por la Resistencia se produjeron sobre todo el mencionado ataque a la columna de granaderos alemanes en Via Medina y la acción de un pelotón de carabineros que, con el beneplácito del coronel al mando se dirigó, sobre un camión Lancia CM,20 al Museo de San Martín para combatir, con sus propios mosquetes 91 cortos y bombas de mano SRCM 35,21 a los alemanes que asediaban a los estudiantes rebeldes. Al lado de los militares de la Benemérita se colocaron espontáneamente algunos civiles de la zona. Esa misma mañana, siempre con órdenes anteriores de los dirigentes democráticos, un centenar de combatientes por la libertad procedió al asedio del Castillo de San Elmo, en el que, entre los alemanes atrincherados en el interior, estaba el ya agotado pelotón de granaderos que había permanecido de guardia de la armería toda la noche y que no había recibido el relevo porque, como sabemos, el pelotón fresco entrante se había enzarzado en combate en la Via Medina.

      Ante


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