El valle perdido y otros relatos alucinantes. Algernon Blackwood
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D. R. © Susan Reeves-Jones
D. R. © 2002, S. T. Joshi, por el prólogo.
D. R. © 2020, Alberto Chimal, por el epílogo.
D. R. © 1990, Francisco Torres Oliver, por la traducción de “El sacrificio”, “El valle perdido” y “El señuelo”.
D. R. © 2020, Juan Elías Tovar, por la traducción del prólogo, la introducción, “La excentricidad de Simon Parnacute”, “El toque de Pan”, “Max Hensig” y “El terror de los gemelos”.
D. R. © 2020, Ricardo Vinós, por la traducción de “La regeneración de Lord Ernie”, “Los malditos” y “La mosca dorada”.
Ilustración de portada: Isidro R. Esquivel
Primera edición: marzo de 2021
D. R. © 2020, de la presente edición en castellano para todo el mundo:
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ISBN: 9786079889906
Impreso en México / Printed in Mexico
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Conversión eBook:
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ÍNDICE
La excentricidad de Simon Parnacute
Epílogo. Algernon Blackwood, visionario, por Alberto Chimal
PRÓLOGO
EN SU MEZCLA DE SANGRE IRLANDESA, escocesa e inglesa, la primera predominaba, y el elemento celta era fuerte en él. Hombre de vigorosa salud, indiferente a las ganancias, trotamundos y, por elección propia, un poco marginado, encarnó hasta el final la existencia de una piedra rodante. Vivía al día y nunca acabó de madurar. Parecía, en efecto, que nunca iba a madurar en el sentido aceptado del término, pues su lema era lo opuesto a nil admirari, y se encontraba en un estado perpetuo de asombro ante el misterio de las cosas. Siempre estaba descifrando el gran horóscopo de la Vida, sin pasar de la Casa del Asombro, en cuya cúspide seguramente había nacido.1
De esta manera se nos presenta a Terence O’Malley, el protagonista de la autobiografía espiritual de Algernon Blackwood, El centauro (1911). En su brevedad podría funcionar como un retrato notablemente exacto del autor, y sólo faltarían algunos detalles para completar la semblanza de una de las figuras literarias más distintivas de su época.
Blackwood vivió su obra como pocos autores lo han hecho. En el nivel más superficial, esto significa que incorporó abundantes elementos autobiográficos a sus relatos y novelas, especialmente de sus extensos viajes —desde los bosques de las regiones indómitas de Canadá hasta las sedientas arenas de Egipto; desde los riscos nevados de los Alpes hasta la imponente lejanía de las montañas del Cáucaso—. Pero va mucho más allá de esto. Se puede decir que cada una de las figuras centrales en la ficción de Blackwood es un autorretrato, apenas disfrazado, y del tipo más íntimo: un autorretrato que sondea las profundidades de su propio temperamento, complejo y místico al mismo tiempo, y que pinta la interacción de ese carácter con la gente y las tierras que conoció en una vida de incesantes andanzas. Lo que es más, Blackwood escribe con una convicción tan poderosa en lo que está diciendo que inexorablemente induce este mismo convencimiento también en el lector. Por muy fantásticas que sean sus imaginaciones, uno se lleva la impresión de que Blackwood siempre dice exactamente lo que quiere decir.
Algernon Blackwood nació el 14 de marzo de 1869 en Wood Lodge, Shooter’s Hill, Kent. Fue hijo de Stevenson Arthur Blackwood, quien sirvió en la guerra de Crimea y posteriormente se convirtió en secretario permanente del servicio postal; lo nombraron caballero en 1887. Stevenson se había vuelto un cristiano ferviente y evangélico en 1856 y dedicaba gran parte de su tiempo a la predicación laica; en consecuencia, el joven Algernon —cuya familia se mudó varias veces durante su primera infancia y, finalmente, se estableció en Shortlands House, Beckenham, Kent— creció en un hogar extremadamente estricto en lo religioso, con un énfasis en la salvación personal y la pesada carga del pecado. Tampoco ayudó el año (1885-1886) que Blackwood pasó bajo la “disciplina excesiva y semimilitarizada”2 de la Escuela de la Hermandad de Moravia en la Selva Negra en Alemania, periodo que luego retrataría vívidamente en el cuento de John Silence “Culto secreto”. Blackwood escapaba de la opresiva religiosidad de su entorno familiar de diversas maneras. La principal fue su descubrimiento, en 1886, del budismo, según se plasma en los Aforismos del yoga de Patañjali; poco