La prodigiosa vida del libro en papel. Juan Domingo Argüelles
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Leer y escribir en la modernidad digital
Juan Domingo Argüelles
Índice
El fracaso de las profecías apocalípticas
I. LA INFORMACIÓN NO ES FORMACIÓN
El paraíso digital puede esperar
Lectoescritura y redes sociales
El libro como unidad indivisible
La sociedad de los lectores muertos
Leer para entender la vida Pequeña gran biblioteca: Cien libros inmortales que no deberíamos ignorar
III. EL NUEVO ANALFABETISMO CULTURAL
Más allá de la decodificación textual
Leer para entender la vida Pequeña gran biblioteca: Cien libros indispensables para niños y jóvenes
Para Rosy, Claudina y Juanito
Los lectores de la palabra impresa suelen escuchar que sus herramientas son anticuadas, sus métodos obsoletos, que deben conocer las nuevas tecnologías o sufrir el abandono de la manada que galopa. Quizá. No obstante, si bien somos animales gregarios que deben seguir los preceptos de la sociedad, también somos individuos que aprenden sobre el mundo al reimaginarlo, al ponerle palabras, al recrear nuestra experiencia a través de esas palabras. Al final, quizá sea más interesante y más iluminador concentrarse en aquello que no cambia en nuestro oficio, en aquello que define de manera radical el acto de la lectura, el vocabulario que usamos para intentar entender, como seres autoconscientes, esta habilidad única nacida de la necesidad de sobrevivir gracias a la imaginación y la esperanza.
ALBERTO MANGUEL
El fracaso de las profecías apocalípticas
DESDE QUE, EN 1995, NICHOLAS NEGROPONTE, PROFESOR e investigador del Instituto Tecnológico de Massachussets, profetizó la inminente muerte del libro en papel (¡en su libro en papel Ser digital!), no han cesado los augurios sobre el fin de la era del libro en su soporte tradicional, y, sin embargo, las grandes, medianas y pequeñas editoriales siguen publicando libros en papel, porque quienes son ávidos lectores practican el ejercicio de leer, preferentemente, en este soporte.
Ni el libro en papel está en peligro de muerte ni los dispositivos digitales (por excelentes que sean) han conseguido desplazar la lectura del libro tradicional. Ésta es la realidad simple y llana. Leen libros, en papel y en pantalla, los lectores irredentos, y no los leen, ni en uno ni en otro soporte, quienes sólo se dedican a picar migajas y fragmentos en internet, y quienes creen, además, que información e hiperconexión equivalen a formación educativa y cultural.
Es obvio que los alumnos de preparatoria (y aun los universitarios) que, tratando de adivinar, afirman que la capital de Alemania es Rusia, que los sitios arqueológicos de Palenque y Bonampak se encuentran en Yucatán y Quintana Roo y que la flor del naranjo se llama manzanilla (respuestas que dan a preguntas que les formulan en concursos de la televisión), están hiperconectados y superinformados en trivialidades y banalidades, pero carecen de conocimientos culturales y de la sólida formación que se obtienen, especialmente, en los libros y con buenos maestros facilitadores del aprendizaje cultural.
La lectura tiene un presente y un futuro en las tecnologías digitales, pero, en especial, la lectura de libros en los dispositivos electrónicos no ha despegado demasiado. Si ejemplificamos con el caso de México, veremos que la oferta y la demanda del ámbito editorial están casi plenamente en los volúmenes impresos. La facturación no miente, hoy cada casa editorial contrata a sus autores lo mismo para la obra impresa que para el formato digital, pero mientras la obra impresa se vende bien, el formato electrónico fluye a cuentagotas. Los sellos editoriales de lengua española (y en muchas otras lenguas) siguen funcionando gracias a los lectores en papel.
Si la situación del libro en papel fuese realmente crítica, ningún sentido tendría poner en papel libros de arte voluminosos y de gran formato, bastaría con la edición en e-book. Pero lo cierto es que los lectores y coleccionistas siguen leyendo y comprando libros en su soporte tradicional, en todos los géneros y materias. Los profetas digitales, al menos por hoy, deberían ocuparse en otras profecías, pues el libro en papel sigue prodigiosamente vivo. Por lo demás, no es para nada sorprendente que los pocos libros electrónicos que más se venden en México sean títulos como El arte de la guerra para ejecutivos y Las siete leyes espirituales del éxito. Muchos universitarios, que no han leído ni a Platón ni a Montaigne, ni mucho menos a Séneca, quedan deslumbrados al leer (en trocitos y a saltitos) a Donald Krause y a Deepak Chopra. Tal es la solidez de su cultura.
Cabe señalar que lo importante de la lectura no reside en las formas o soportes en que se encuentra la expresión, sino en la solidez de los contenidos y en lo que hacemos con ella. Somos los seres humanos los que creamos el universo simbólico y no a la inversa, es decir no son los símbolos los que nos crean a nosotros (aunque con la creación de los símbolos nos humanicemos más), y por ello seremos siempre los seres humanos los que vayamos transformando ese mundo simbólico de acuerdo con nuestras necesidades y nuestras exigencias.