Meditaciones de Marco Aurelio. Marco Aurelio

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Meditaciones de Marco Aurelio - Marco Aurelio


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      MEDITACIONES

      Soliloquios y pensamientos morales

      Marco Aurelio

      MEDITACIONES

      Soliloquios y pensamientos morales

      Edición de Javier Recas

      BIBLIOTECA NUEVA

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      Primera reimpresión en esta colección – enero de 2022

      Diseño de cubierta: Ezequiel Cafaro

      © Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 2022

      © Malpaso Holdings, S. L., 2022

      C/ Diputació, 327, principal 1.ª

      08009 Barcelona

      www.malpasoycia.com

      ISBN: 978-84-18546-43-3

      Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro (incluyendo las fotocopias y la difusión a través de internet), y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo, salvo en las excepciones que determine la ley.

      INTRODUCCIÓN

Los soliloquios de un emperador

      El emperador de la nación más poderosa del mundo tenía como libro de cabecera el Enquiridión, las reflexiones filosóficas de un esclavo liberto llamado Epicteto, al que admiraba; y redactó sus Meditaciones, una obra de exquisita introspección y espiritualidad, en el fragor de las campañas contra los marcomanos en el frente norte del Imperio. No fue Marco Aurelio, desde luego, un emperador ni un hombre corriente.

      Marco Annio Vero Catilio Severo nació el 26 de abril de 121 d.C. en una de esas villas de la colina del Celio donde solía asentarse la aristocracia romana por su cercanía al palacio de los Césares. Su familia paterna, los Annio Vero, procedían de Hispania, y aun careciendo del largo prestigio de otros apellidos en la gestión pública, se ganaron la confianza de Trajano, primero, y después de Adriano —de origen hispano, también, por cierto—. Su padre, Marco Annio Vero fue pretor y su abuelo —de nombre como su padre—, fue senador con Vespasiano y cónsul en tres ocasiones. Su madre, Domicia Lucilla, fue una mujer culta perteneciente a una acaudalada familia propietaria de una importante fábrica de ladrillos a orillas del Tíber que proveía a las grandes obras imperiales, y con importantes influencias políticas (el abuelo de Domicia fue cónsul en el año 55 y su tía materna se casó con Tito Aurelio Antonino, a la postre emperador).

      Domicia fue uno de los pilares en la formación del joven Marco Aurelio. Ella le abrió las puertas del mundo de la cultura y le supo transmitir las virtudes intrínsecas a todo buen ciudadano romano: la religiosidad, el sentido de lo público, el deber o la austeridad (virtud tan estoica como romana). «De mi madre, la devoción a los dioses; liberalidad para con todos; el abstenerme, no sólo de hacer el mal, sino también de pensar hacerlo; y, además, el ser frugal en la comida y estar lejos de hacer una vida opulenta» (I.3). Conocedora de la lengua y la cultura helenística, le educó en ella desde niño, un ideal, por otra parte, característico en la nobleza romana. Sus niñeras, no por casualidad, se escogieron griegas.

      La figura paterna la desempeñó su abuelo Marco Annio Vero, en quien recayó la tutela del niño tras la prematura muerte de su padre cuando él contaba apenas tres años de edad. Su abuelo Vero fue para él un modelo de hombre y gobernador, inestimable referente durante toda su vida. Con su alabanza comienzan las Meditaciones: «Aprendí de mi abuelo Vero a ser de honestas costumbres y no enojarme con facilidad» (I.1).

      La carrera del joven Marco hasta el trono de César fue meteórica. Una carrera fruto de su ilustre cuna, de su carácter noble y leal, y, como no, de la caprichosa fortuna. Favorecido por el emperador Adriano, recibe a los siete años el anillo de oro y el angusticlavo de los equites o caballeros (dos franjas púrpura de dos dedos de ancho en la túnica como símbolo de distinción), e ingresa en una de las instituciones más prestigiosas de Roma: el colegio de los salios. Su plena entrada en la vida pública romana tiene lugar a los quince años, tras la entrega de la toga virilis que le reconoce mayoría de edad. En ese mismo año de 136, Adriano le ofrece prometerse en matrimonio con la hija de Elio César, sucesor al trono, una muestra de confianza y aprecio (le llamaba verissimus, en doble alusión a su nombre y a su carácter moral), y una evidente expresión de sus planes para el joven Marco.

      Contaba diecisiete años Marco Aurelio cuando sucedió un hecho que marcaría su destino. Elio César muere súbitamente y Adriano, con una salud ya muy delicada, nombra sucesor a Antonino. A la muerte de Adriano, ese mismo año de 138, el ya emperador Antonino, siguiendo los deseos de aquel, adopta al joven Marco y a Lucio Vero, hijo este último del malogrado Elio César. A partir de entonces, y en honor a su padre adoptivo, comenzará a llamarse Marco Aurelio (este último era uno de los nombres de Antonino).

      Abandonó su amada casa del Celio (que siempre recordaría como un paraíso), para residir a partir de entonces en el Palatino. Tal vez por una cuestión de edad (Marco Aurelio era seis años mayor que Elio), o por el evidente aprecio personal que le profesó, Antonino terminaría decantándose por él para la sucesión imperial. Como ocurriera con Adriano, también Antonino orientó el compromiso matrimonial de Marco Aurelio, en este caso con su hija Annia Galeria Faustina, previa cancelación del anterior compromiso con la hija de Elio César. Tanto en esta ocasión como en aquella se atisbaban altos designios más allá del acuerdo matrimonial. Marco Aurelio y Faustina, primos carnales (y hermanos por adopción) se casarían en el 145, cuando ella apenas contaba con 15 años de edad, no sin las preceptivas reformas legales para salvar toda imputación de incesto. Tuvieron doce hijos de los que sobrevivieron seis, cinco mujeres y un varón, Cómodo, que le sucederá en el trono.

      Marco Aurelio fue educado con esmero como correspondía a su noble alcurnia. Era habitual, y muy apreciado entre la aristocracia romana, la formación de los jóvenes en el ámbito privado. Así lo dispuso su bisabuelo materno Catilio Severo, algo que el futuro emperador siempre le agradeció: «De mi bisabuelo —escribiría—, el no frecuentar las escuelas públicas, y en casa echar mano de los mejores maestros, bien persuadido de que en este particular se debe gastar generosamente» (I.4). Buenos preceptores cuidadosamente elegidos, pero también un evidente alejamiento del trato y los juegos con otros niños de su edad, siempre en compañía de adultos que conversaban sobre importantes asuntos políticos y militares, algo que, a buen seguro, modeló su carácter serio, formal y solitario. Marco Aurelio recuerda a sus preceptores con gratitud y admiración en sus Meditaciones. La función de su principal preceptor en estos primeros años, del que se desconoce el nombre, no era tanto la instrucción como la educación moral: patrones de comportamiento, disciplina en el trabajo, y, sobre todo, la formación del carácter: «De mi preceptor, (..) el contentarme con poco, el servirme a mí mismo, el no implicarme en los asuntos ajenos y no dar oídos a los chismosos» (I.5). Un decálogo estoico, como puede verse. Marco Aurelio apreciará siempre, incluso en los grandes maestros de renombre que se encargaron después de profundizar en su formación, ante todo, la altura moral y la ejemplaridad de su conducta.

      Comenzó su aprendizaje con los rudimentos de la escritura y la lectura de Homero. Se inició también en las artes de la comedia y la recitación, en la música y la matemática. El romano cultivado (y mucho más si su futuro era lo público), debía demostrar destreza en el manejo de la gramática y la oratoria. Como maestro de ésta, merece especial mención Cornelio Frontón, el prestigioso gramático y orador, quien llegaría a convertirse en amigo personal del futuro emperador (se conserva una valiosa correspondencia entre ambos). De él afirma en sus Meditaciones haber aprendido una lección capital: «comprender perfectamente cuál suele ser la envidia, la astucia y la hipocresía propias de un tirano» (I.11). Una buena enseñanza


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