Subida del monte Carmelo. San Juan de la Cruz
Читать онлайн книгу.de estos toques de atención más generales, desciende a reclamos más concretos: «Convendrá que, así yo como el lector, pongamos aquí con particular advertencia nuestra consideración...» (3S 33,1) y aquella otra llamada: «Necesario le es al lector advertir en cada libro de éstos al propósito que vamos hablando, porque si no, podránle nacer muchas dudas acerca de lo que fuere leyendo» (3S 2,1).
Se hace cargo Juan de la Cruz de las dudas que pueden sobrevenir a sus lectores, y es él mismo el que las recoge o las suscita, empleando en sus libros el mismo estilo de dialogar con el lector que empleaba preferencialmente en su magisterio oral o hablado. A través de esas dudas suyas, reales o metódicas o metodológicas, deja más esclarecidas grandes parcelas de su pensamiento. Tiene su propia filosofía sobre las dudas: «De entre las manos nos van saliendo las dudas, y así no podemos correr con la priesa que querríamos adelante. Porque, así como las levantamos, estamos obligados a allanarlas necesariamente, para que la verdad de la doctrina siempre quede llana y en su fuerza. Pero este bien hay en estas dudas siempre, que, aunque nos impiden el paso un poco, todavía sirven para más doctrina y claridad de nuestro intento» (2S 22,1).
Como ejemplos más claros tenemos los siguientes:
* «¿Por qué Dios concede a las almas visiones sobrenaturales?»
(2S 16,13; 2S c.17).
* «Cómo no será lícito ahora en la ley de gracia preguntar a Dios por vía sobrenatural, como lo era en la ley vieja» (2S c.22).
* Mortificación total de los apetitos desordenados, chicos y grandes (1S 11,1-2, y en relación con esto sigue proponiendo otras cuantas dudas: 1S 12,1-3).
* Si los aprovechados no tienen ya que servirse nunca de la vía de la meditación y discurso y formas naturales (2S 15,1-5).
Además del planteamiento de dudas metodológicas, echa mano también Juan de la Cruz del mundo de las comparaciones, algunas de las cuales son muy decidoras. Se pueden recordar las que pone para hacer ver los daños de los apetitos desordenados (1S c.7; cc. 8-10); clarísima la comparación de el rayo del sol y la vidriera (2S 5,6-7); la de la imagen (obra de arte) y quienes la contemplan (ib, n.9); el rayo del sol que entra por la ventana (2S 14,9 y 13); el padre sentado a la mesa con sus hijos, entre los que hay uno caprichoso que pide «de un plato, no del mejor, sino del primero que encuentra...; porque no se quede sin su comida y desconsolado, dale de aquél con tristeza» (2S 21,3); la contemplación del rey y sus criados (3S 12,2).
Otras veces se sirve de lo que llama ejemplos, introduciéndose: «pongo ejemplo»; «pongamos ejemplos» (1S 13,4; 2S 3,3,4; 8,2; 19,12-13; 21,8; 3S 2,10-11). El autor presta generosamente a sus lectores todas estas ayudas para entrar en comunicación con ellos, cosa que le complace, como lo está manifestando con fórmulas como estas: «Parece que ha mucho que el lector desea preguntar» (1S 11,1); «dirá alguno» (3S 2,7-8); «dirás por ventura» (3S 2,13); «y si me dijeres» (3S 3,4); «dirás también» (ib); «y si todavía replicas» (3S 3,5).
A estos adminículos añade un consejo elemental. Medio bromeando con el lector le dice: «Y por cuanto esta doctrina es de la noche oscura, por donde el alma ha de ir a Dios, no se maraville el lector si le pareciere algo oscura. Lo cual entiendo yo que será al principio que la comenzare a leer; mas como pase adelante, irá entendiendo mejor lo primero, porque con lo uno se va declarando lo otro. Y después, si lo leyere la segunda vez, entiendo le parecerá más claro, y la doctrina más sana» (Subida, prólogo 8). Lectura asidua y ordenada y volver una y otra vez amorosamente sobre sus páginas es lo que pide para que se entienda y asimile lo que llama su doctrina sana, sustancial y sólida (Subida, prólogo 8).
18. Los protagonistas
Tratando de dar con el corazón de la obra conjunta Subida-Noche hay que fijarse en los protagonistas de ambas: Dios y el hombre, Dios y la persona humana, Dios y el alma enamorada. Cristo es el Esposo y el alma la esposa. Esta dimensión nupcial, no tan evidente al lector como en el Cántico, es esencial en la Subida. El poema no ofrece dudas sobre la identidad y presencia de ese Amado, y de esa amada de las canciones. Cuando llega a comentar el verso con ansias en amores inflamada, es decir, enamorada, descubre de quién y cómo anda enamorada: del Amado, de su Esposo y explica cómo no le ha bastado para salir adelante con su empresa «tener amor de su Esposo, sino estar inflamada de amor y con ansias» (1S 14,2). Tales ansias de amor por el Esposo Cristo le han hecho parecer muy «fáciles y aun dulces y sabrosos..., todos los trabajos y peligros de esta noche» (1S 14,3). El motivante y las motivaciones de todo lo que se le ha exigido no es otro que Dios, que Jesucristo: «por amor de Jesucristo» (1S 13,4), «por Cristo» (ib, n.6), cuya vida quiere plasmar en la propia existencia con una especie de necesidad biológica, como lo es la del propio sustento (1S 13,3-4).
Hablará también desde el lenguaje del Cantar de los Cantares (2,4) de la interior bodega o de la cela vinaria de la perfecta caridad en la que la meterá el Esposo (2S 11,9). Proclama igualmente desde el mismo Cantar cómo la esposa ha de ser huerto cerrado y fuente sellada (4,12) para el Esposo (3S 3,5). Y se recrea en comentar las palabras del Esposo a la esposa: «Ponme como señuelo sobre tu corazón, como señuelo sobre tu brazo» (Cant 8,6), hablando del amor de entrambos, de las acciones y motivos de amor, de las saetas, de la aljaba, del ejercicio de amor, etc., (3S 13,5). Estas indicaciones se encuentran en Subida; en Noche bastaría citar 1N 1,2: la declaración general de la primera canción donde el alma enamorada pondera la fuerza y calor recibidos del amor de su Esposo para emprender y culminar la salida de casa. A este paso tan significativo se puede añadir el comentario a la palabra disfrazada, en el que se proclama cómo el alma «tocada del amor del Esposo Cristo, pretendiendo caerle en gracia y ganarle la voluntad, aquí sale disfrazada con aquel disfraz que más al vivo represente las afecciones de su espíritu» (2N 21,5). No hace falta gastar más almacén, como diría el propio santo (2S 32,4), para dejar bien a las claras el aire nupcial de estos libros.
El lector, cuando se vea inmerso en la lectura de capítulos y capítulos sistematizados no tiene que olvidarse de que todo eso no está desvinculado sino bien relacionado con la vida de los dos protagonistas.
Por todo esto, no me parece certera la afirmación y los razonamientos que la anteceden y la siguen de que «desde Cántico son inteligibles Subida y Noche. Sin él no veo cómo puedan ser asumidas cristianamente con el gozo necesario para no exasperarse o desesperar en el intento»[32]. Subida es inteligible por sí misma; Noche, lo mismo. No hay que dejarse encandilar por Cántico con perjuicio manifiesto de estas otras dos obras, en las que se habla también tanto de la unión con Dios, de lo más positivo del amor, de sus grados, de las artes y juegos del amor de los esposos, etc.
19. Temas principales en Subida
Ya en el mapa del mundo espiritual que hemos trazado anteriormente queda dicho no poco de esto. Pero hay un camino muy fácil para identificar temas que le dolían especialmente a Juan de la Cruz[33]. Esto se consigue fijándose en el mundo de las exclamaciones y ponderaciones de que se sirve el autor con una cierta profusión. Para él tales partículas no son palabras vanas o inútiles.
Bajo el ¡Oh! encierra deseos de que se le entienda y se le haga caso en varias contingencias espirituales:
«¡Oh, si supiesen los espirituales cuánto bien pierden y abundancia de espíritu por no querer ellos acabar de levantar el apetito de niñerías!» etc. (1S 1,4);
«¡Oh, quién pudiera aquí ahora dar a entender y a ejercitar y gustar qué cosa sea este consejo que nos da aquí nuestro Señor de negarnos a nosotros mismos!» (2S 7,5);
«¡Oh, quién pudiese dar a entender hasta dónde quiere nuestro Señor que llegue esta negación!» (2S 7,6).
Estos clamores aquí apenas iniciados ha de leerlos en su totalidad el lector y percibirá el patetismo y la carga expresiva con que Juan de la Cruz se pronuncia ante realidades que tanto le interesan y que no le duelen menos.
Si a través de la exclamación le sorprendemos en sus clamores, no menos se le siente afectado cuando se sirve de partículas ponderativas; tales como ¡cuán! Finalizando los capítulos relativos a los daños de los apetitos desordenados (1S cc.4-10), fotografía así la situación:
«Es