Sal. Rebecca Manley Pippert

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Sal - Rebecca Manley Pippert


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      He aquí la mayor sorpresa de toda la historia: desde la entrada del pecado en este mundo, la humanidad ha tenido un impulso febril de convertirse en Dios... ¡mientras que Dios, desde el principio de los tiempos, había decidido hacerse humano!

      Movido por su amor inmensurable, el Dios trino eligió unirse a su creación con la más estrecha de todas las uniones: ¡convirtiéndose en lo que ya había creado! Imagínatelo: el Infinito se hizo finito; el Eterno entró en el tiempo; el Invisible se hizo visible; y el Creador se convirtió en un ser creado.

      Hemos visto que hemos sido creados para ser criaturas, no el Creador. Hemos visto que el Padre envió al Hijo, no como un Rey triunfante con todas sus mejores galas, sino como un bebé al que acostaron en un pesebre. Todo esto apunta a la importancia de aceptar nuestra “pequeñez” como seres humanos. Sin embargo, también hemos visto que hay otro aspecto de nuestra humanidad del que Pablo escribió a los corintios: el poder y la gloria de Dios se revelan a través de nuestra debilidad humana, ¡por lo que podemos celebrar nuestra pequeñez!

      Pero desde la caída, esa visión de nosotros mismos no es algo natural. Entonces, ¿quién puede enseñarnos a aceptar sin ningún tipo de vergüenza los límites de nuestra humanidad y a celebrar que el poder y la gloria de Dios se manifiestan a través de nuestra debilidad? Sorprendentemente, ¡la respuesta es Jesús! Pero, ¿cómo puede el Hijo de Dios entender lo que significa ser humano? Puede, porque Jesús vino a nosotros como un ser completamente divino

      y completamente humano, aunque sin pecado. Ciertamente, la naturaleza de Jesús es un misterio que nuestras mentes humanas no pueden captar del todo. Sin embargo, vale la pena profundizar en él, porque una vez que comprendamos que la gloria de Dios obra a través de nuestra debilidad, marcará una gran diferencia en cuanto a nuestros temores ante la evangelización, especialmente nuestro temor a ser incapaces.

      Cómo ser humanos

      En Cocoon, película fantástica de los años 80, el actor estadounidense Brian Dennehy interpreta a un extraterrestre cuya misión es recuperar a otros extraterrestres que, en una visita anterior, se quedaron aquí y están dentro de unos extraños capullos en el fondo del mar. Su objetivo es rescatarlos y llevarlos de vuelta a su nave espacial. Así que él y su equipo trasladan los enormes capullos a la piscina de un hotel abandonado, justo al lado de un asilo de ancianos.

      Su principal desafío es cómo disfrazarse para poder cumplir su misión. El personaje que interpreta Dennehy parece un ser humano. Pero un día, creyendo que no hay nadie en los alrededores, se desabrocha el traje de humano magníficamente elaborado. Mientras se lo está sacando, unos ancianos le ven y se asustan al descubrir que es un ser de luz. Su apariencia humana no es real. Es una criatura completamente distinta.

      Es fácil, pero erróneo, asumir que así era Jesús: un ser divino cubierto con piel humana. Sí, sabemos que Jesús caminó de una ciudad a otra, pero podría haber volado si hubiera querido, ¿verdad? Sí, comía con la gente, pero lo hacía solo para ser sociable porque no necesitaba comer para vivir, ¿verdad? Sí, oraba, pero solo para darnos ejemplo, pues ya sabía la respuesta, ¿no?

      A lo largo de la historia de la iglesia hemos tendido a enfatizar la deidad de Cristo y a minimizar su humanidad o, como ocurre hoy

      GLORIA EN LA DEBILIDAD

      en día, tendemos a lo contrario. Pero Jesús no se hizo pasar por un ser humano. No era 90 % divino y 10 % humano, ni tampoco cambió su divinidad por su humanidad. Jesús era completamente Dios y completamente humano. Tenía dos naturalezas, divina y humana, en una sola persona.

      Al principio del Evangelio de Juan, el apóstol testifica de la naturaleza divina de Cristo: “En el principio ya existía el Verbo [Cristo], y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio” (Juan 1:1-2). Juan también nos dice que “por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir” (Juan 1:3). Eso significa que Cristo, el divino Hijo de Dios, creó las galaxias y formó el cosmos, la luna, el sol y las estrellas. Antes de venir a nuestro planeta, vivió fuera de nuestra experiencia sensorial y fue un ser trascendente.

      Como hemos visto, Juan también dio testimonio de la humanidad de Cristo: “El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria” (Juan 1:14). Pablo dice que Cristo, “siendo por naturaleza Dios, [sin embargo] no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos” (Filipenses 2:6-7). El Hijo era completamente humano, asumiendo nuestras limitaciones humanas: tiempo, espacio, conocimiento y mortalidad; pero no así nuestro pecado, ya que eso no era parte del diseño de Dios cuando hizo a la humanidad.

      En otras palabras, cuando Jesús vino a la tierra no solo reveló el carácter divino de Dios, sino que también nos mostró lo que significa ser plenamente humanos. Por ejemplo, en los Evangelios vemos a Jesús viviendo las siguientes características humanas en toda su plenitud.

      El verdadero amor humano: Jesús amaba a las personas. Incluso en la cruz, cuando estaba experimentando un sufrimiento atroz,

      Jesús amó a su madre pidiéndole a su discípulo Juan que la cuidara como a su propia madre.

      Las verdaderas emociones humanas: Las historias del Evangelio revelan que Jesús lloró y se entristeció. Tenía la capacidad de sorprenderse y se sintió movido a compasión. Y Jesús sufrió, como vemos tan vívidamente en su experiencia en el huerto de Getsemaní y en su muerte en la cruz.

      La verdadera elección humana: Se hizo humano por elección propia; eligió no caer en la tentación; eligió ir a la cruz.

      El verdadero intelecto y desarrollo humano: Qué maravilloso pensar que su madre tuvo que enseñarle los colores: “Jesús, esto es azul; esto es rojo”. José tuvo que enseñarle las habilidades necesarias para ser un carpintero. Jesús creció en estatura y sabiduría porque para eso fue creado el ser humano (Lucas 2:52).

      La verdadera experiencia corporal humana: Jesús se cansó y tuvo sed y hambre, como vemos en la historia de la mujer samaritana en Juan 4.

      La verdadera dependencia humana: Cuando Jesús nació en la tierra, no dejó a un lado su deidad, pero sí su gloria y majestad. En otras palabras, Jesús no ejerció todas sus capacidades divinas. Por ejemplo:

      1 Cuando Jesús fue arrestado en el huerto por guardias armados, dijo: “¿Crees que no puedo acudir a mi Padre, y al instante pondría a mi disposición más de doce batallones de ángeles? Pero, entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras que dicen que así tiene que suceder?” (Mateo 26:53-54). Pudo haber dispuesto de los batallones de ángeles, pero también era un ser humano que dependía, como todos los seres humanos, de Dios.

      1 Cuando Jesús estaba a punto de elegir a sus discípulos, no dijo: “Padre, mañana es un día importante. ¿Podrías darme

      GLORIA EN LA DEBILIDAD

      doce nombres rápidamente para que pueda descansar?”. Al contrario, Jesús hizo lo que debemos hacer. Luchó en oración toda la noche para conocer la voluntad del Padre antes de elegirlos: “Por aquel tiempo se fue Jesús a la montaña a orar, y pasó toda la noche en oración a Dios. Al llegar la mañana, llamó a sus discípulos” (Lucas 6:12-13).

      1 Cuando Satanás tentó a Jesús en el desierto, Jesús no dijo: “Disculpa, pero no puedes hacer eso porque soy el Hijo de Dios”. En cambio, Jesús experimentó voluntariamente la tentación, identificándose con nuestra experiencia humana no de manera teórica sino plenamente; y superó la tentación utilizando los mismos recursos que Dios ha dado a todos los creyentes: la palabra de Dios y el Espíritu Santo (Lucas 4:1-13).

      En otras palabras, Jesús no usó la “llamada a Dios” para obtener ayuda instantánea, cosa que podría haber hecho como Hijo de Dios. En cambio, al asumir nuestra naturaleza humana, aceptó de buena gana nuestras limitaciones humanas. Y así, nos


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