La patria en sombras. Elizabeth Subercaseaux
Читать онлайн книгу.
SUBERCASEAUX, ELIZABETHLa patria en sombrasSantiago, Chile: Catalonia, 2022236 p.; 15 x 23 cmISBN: 978-956-324-918-7 NARRATIVA CHILENA863 |
Diseño de portada: Guarulo & Aloms
Corrección de textos: Hugo Rojas Miño
Diagramación interior: Salgó Ltda.
Dirección editorial: Arturo Infante Reñasco
Editorial Catalonia apoya la protección del derecho de autor y el copyright, ya que estimulan la creación y la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, y son una manifestación de la libertad de expresión. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar el derecho de autor y copyright, al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo ayuda a los autores y permite que se continúen publicando los libros de su interés. Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, en todo o en parte, ni registrada o transmitida por sistema alguno de recuperación de información. Si necesita hacerlo, tome contacto con Editorial Catalonia o con SADEL (Sociedad de Derechos de las Letras de Chile, http://www.sadel.cl).
Primera edición: marzo, 2022
ISBN: 978-956-324-918-7
ISBN epub: 978-956-324-919-4
RPI: 2021-A-10725
© Elizabeth Subercaseaux, 2021
© Editorial Catalonia Ltda. 2021
Santa Isabel 1235, Providencia
Santiago de Chile
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com [email protected]
A mi hermana Ximena.
Índice
Querida Vali:
Carta de Javier
Valle del Elqui, 20 de octubre de 2005
Ese día volví a la ventana del segundo piso a la hora acordada. Estuve una hora parado, ahí, mirando hacia la esquina. Cuando no apareciste pensé que habías tenido algún problema con el papeleo para salir del país o que acercarse a la embajada se había puesto peligroso.
Me entré pensando que volvería al día siguiente a la misma hora, y eso fue lo que hice, pero tú no apareciste. Entonces llamé a tu mamá. Tu mamá estaba empezando a preocuparse. Había intentado localizarte el día anterior y no te encontró en ninguna parte. El teléfono de la casa no contestaba y supo que no estabas en casa porque estuvo llamándote hasta muy entrado el toque de queda. Al día siguiente fue a la casa de la tía Aurelia y a la de Poblete, por si ellos supieran algo, pero no habían oído nada de ti y no sabían dónde estabas. La tía Aurelia le dijo que tal vez habías pasado a la clandestinidad y le prometió que ella se encargaría de averiguarlo; tenía cómo hacerlo. Esas averiguaciones tampoco dieron resultado. Tu papá llegó a Santiago para ayudar a buscarte. Interpusieron un recurso de amparo. Era poco lo que yo podía hacer desde la embajada, pero tus padres me llamaban todas las noches para contarme cómo iban las diligencias. En ese momento no encontramos a nadie que te hubiera visto en alguna calle, a nadie que hubiera visto a la policía llevarte y el recurso de amparo no sirvió de nada. Todas las solicitudes de amparo, nos dijeron, eran centralizadas a través del Ministerio del Interior, y este último nos informó que no estabas retenida en ninguna cárcel. Te habías hecho humo, Vali.
En eso llegó mi hora de salir al exilio y unos días más tarde aterrizaba en Estocolmo donde me quedaría cuatro años, que fueron los peores de mi vida.
Vali, la nuestra es una historia de incesante búsqueda, de noticias escalofriantes que iban llegando al extranjero. En medio de la blancura helada de la ciudad sueca, donde rápidamente me matricularon en un curso de sueco para que pudiera trabajar, iba enterándome de lo que acontecía en Chile. Que había centros secretos de detención. Que allí torturaban a la gente. Que los sacaban a un patio para falsos fusilamientos. Que a veces los fusilaban de verdad. Que se había creado una central de inteligencia, la Dina, y que operaba en varios cuarteles. Uno se llamaba Villa Grimaldi. Yo empecé a apanicarme. ¡Cómo! ¡Cómo desaparece una persona sin dejar ni un solo rastro, sin que nadie la haya visto, sin que nadie pueda responder por su paradero! No fuera a ser que te hubieran llevado a uno de esos lugares.
Unos meses después, hacia el verano sueco de 1977, Andrés Aylwin pudo hablar con una mujer que había estado en Villa Grimaldi y te había visto en una celda a la cual la metieron a ella también. Le dijo que estabas acurrucada en un rincón y Andrés supo que eras tú, porque esa testigo describió la esclava de plata en tu tobillo derecho y la blusa de mezclilla celeste que llevabas el último día que te vi desde la ventana de la embajada. Andrés le preguntó por las fechas y coincidían con esa misma semana.
Los cuatro años en Suecia no fueron otra cosa que cartas, contactos, gestiones para ubicarte, para saber dónde te retenían y, hacia 1980, cuando pude regresar a Chile, comenzó un peregrinaje por el horror. A esas alturas mucha gente había logrado sobrevivir a las cárceles secretas. Médicos especialistas en secuelas que dejaban las torturas instalaron clínicas clandestinas para atender a las víctimas. Amparada por la Vicaría de la Solidaridad, se creó la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos. Empecé a informarme de lo que hacían, de lo que podían haberte hecho a ti y llegó un momento en que sin tener certeza de nada, porque no había rastros de tu cuerpo, supe en mi corazón que estabas muerta, Vali. Que solo tus huesos quedaban para contar nuestra historia, y yo tenía que encontrarlos.
En octubre de 1988 la oposición ganó un plebiscito que marcaría