El marqués de la Ensenada. José Luis Gómez Urdáñez
Читать онлайн книгу.Coxe hasta le hizo catedrático. De creer lo que publicó la Gaceta de Madrid el 25 de diciembre de 1781, para dar noticia de su muerte, que había ocurrido el día 2 del mismo mes, «sirvió a Su Majestad desde 1713», es decir, desde sus once años, edad a la que cientos de niños entraban a servir de pajes —criados— en los barcos o los arsenales de la Marina.
Zenón de Somodevilla y Bengoechea aprendió los rudimentos de las primeras letras, en el entorno rural y clerical de Santo Domingo, de mano de su padre. Su buena letra, grande y de trazos enérgicos, le distinguió siempre. Un curioso Dialogo o discurso imaginario entre el marqués de Esquilache y de la Ensenada, conservado en la Biblioteca Nacional, posterior al motín y claramente ensenadista, repara un poco cazurramente en esta virtud, que para el pueblo llano era un gran mérito. En esta pura y mediocre ficción elogiosa, uno de los arrieros que encuentra el joven Somodevilla camino de Madrid, admirado de su letra que el propio joven pondera como su gran esperanza —también de sus orígenes hidalgos montañeses que Zenón había relatado—, le profetiza «has de adelantar tanto que aun tú mismo te admires de ello».
Tiene un poco más interés el texto anónimo por el pasaje en que el joven Zenón critica a los escribanos y a los garnachas, que es como despectivamente se denominaba a los juristas (garnacha era el nombre que se le daba antiguamente a la toga con que se revestían los jueces). Era una especie literaria muy habitual desde el siglo anterior, pero los ensenadistas exaltaron hasta mucho después de la definitiva caída del marqués en 1766 la animadversión que este sentía por la burocracia de ineptos y corruptos, los garnachas, y por el contrario, su celo en beneficio del pueblo. Una coplilla publicada en la Gaceta en 1770 insistía todavía en este aspecto: «La Única contribución/ remedio al necesitado/ polilla al hacendado/ desea mi corazón». Las apócrifas palabras del marqués en el Diálogo o discurso imaginario… eran de esta guisa:
llegué de pocos años a formar una especie de letra tan preciosa que fue la admiración de mi pueblo […] tuve varias solicitudes y mi padre repetidos empeños de algunos escribanos para que les sirviese de amanuense, llevándome la atención de uno que era de un lugar cuatro leguas del que nací […] fui, en una palabra, a servirlo […] habiendo estado en su compañía poco más de meses, conocí en este corto tiempo que cuanto yo escribía era para que él robase al desdichado pueblo el avariento escribano.
En definitiva, los primeros dieciocho años del marqués permanecen en la obscuridad. Ni él mismo se preocupó mucho de dejar claros sus orígenes, lo que no es de extrañar siendo realmente humildes. A veces, se refería a Santo Domingo de la Calzada como su «patria» —era habitual nombrar la «patria» o la «tierra» en vez de la aldea desconocida—; otras, se decía natural de Alesanco, como cuando entró de congregante de la cofradía de la Virgen de Valvanera en la parroquia de San Ginés de Madrid en 1744, y en fin, la propia acta de defunción recogía erróneamente los datos, pues decía que había nacido en Hervías y que fue bautizado el 2 de junio, ocultando por tanto el primer bautismo del 25 de abril.
En suma, a diferencia del modelo de alto funcionario que propone Pierre Goubert —«su padre o abuelo han ganado fama, ha estudiado con los curas, tiene algunas nociones de Derecho»—, el futuro marqués y ministro solo se adapta a una de las condiciones propuestas por este gran historiador: «ha pasado un periodo de prueba atento y respetuoso en las oficinas ministeriales», pero ni tiene «feudo en provincias» ni «algunos sacos de escudos», ni ha estudiado. Se trata más bien, como propuso la historiadora Janine Fayard, del triunfo del hidalgo, de la sorprendente carrera de un hombre salido de la nada, modelo para su clientela, en buena parte formada por hombres de orígenes y fortuna similares. No es de extrañar que esa «procedencia norteña» le hiciera formar parte del grupo de los vizcaínos liderados por el ministro de Estado Sebastián de la Cuadra, marqués de Villarías. Las críticas de la nobleza contra estos vascos «bajados de las montañas», segundones de las hidalguías vascongadas, fueron muy duras. Para los grandes no eran más que «una tropa de salvajes, los que más han sido pajes», es decir, no eran nada.
Ensenada siempre disfrazó su baja extracción social mediante la adopción de maneras altivas, cuidando en extremo su imagen hasta rozar el fasto en el vestido y los adornos, mientras mostraba una gran desconfianza sobre la duración de su «fortuna». Él mismo jugaba con el En sí nada y el Nada-Adán que luego se divulgaría en las coplas y panfletos: «Yo, en un accidente, seré nada», «Yo no soy nada, pero mi corazón es todo de Vuestra Eminencia» (al cardenal Valenti). Carvajal utilizaba también el mote: «tropiezos» diplomáticos con Inglaterra… son nada nada»; «sin imitar a nuestro padre Adán». Pero el más osado fue Diego de Torres Villarroel, el inclasificable literato, que en el almanaque de 1766, publicado antes del motín, nos demostró que en casa del duque de Alba se hablaba mucho del En sí nada, pues el recadista de los Alba adivinó no solo la caída de Esquilache, al que era fácil colocar en el centro de la diana del malestar popular, sino también la de «nuestro padre Adán», según se deduce de la respuesta al acertijo que nos da el nombre del caído.
Quién es aquel que nació
sin que naciese su padre
no tuvo madre […]
El primer cargo documentado, oficial supernumerario de Marina, lo obtuvo Ensenada por mediación de José Patiño el 1 de octubre de 1720. El nombre del empleo es más rimbombante que real, pues es muy bajo en la escala. La escasez de personal y la falta de profesionalidad en la Marina, que se intentó paliar en 1717 con la creación de la Academia de Guardias Marinas, provocaban ascensos rápidos, pero, a pesar de los esfuerzos del intendente y luego ministro Patiño, todavía en 1720 no era un cuerpo atractivo a causa de la escasez de los salarios y de su irregular percepción. Es posible que Ensenada se hubiera visto con Patiño en Madrid, antes de que llegara a Cádiz para «dar vigor» a la expedición que se preparaba contra Ceuta, pero solo conocemos la breve referencia de Fernández de Navarrete, que luego recogen literalmente Rodríguez Villa y otros biógrafos.
En adelante, el joven Somodevilla pasa por diferentes cargos, siempre como personal civil de la Marina. En 1725 fue nombrado oficial primero y comisario de matrículas en Santander y su puerto y al año siguiente se le destinó a Guarnizo, el astillero próximo que dirigía José del Campillo y que, cuando Ensenada sea ministro, será el modelo de colaboración entre empresarios y la Armada, gracias a los contratos suscritos por su amigo el gran emprendedor José Fernández de Isla.
El joven «oficial» tomó contacto directo con la realidad material de la maltrecha Marina española y conoció de cerca las ideas de Patiño para restaurarla. Vivió en Santander, donde mantuvo los primeros contactos con los jesuitas. Según confesó al final de sus días el propio marqués de la Ensenada al padre Luengo, su primer acercamiento a la Compañía de Jesús se produjo en Santander. Hasta que no fue a Guarnizo, dice Luengo, Ensenada «no sabía que había jesuitas en el mundo». Allí, en el hospital santanderino, «empezó a tratar con ellos y a estimarlos más y más». Según el confidente jesuita, «su afecto y estimación por la orden fue el hecho de que de dos en dos, y durante todos los días, los jesuitas fueran a cuidar a los enfermos del Hospital de Santander».
En 1728 fue nombrado comisario real de Marina. Su primer destino fue Cádiz, pero al poco pasó a Cartagena con el cargo de contador del departamento marítimo y, luego, en 1730, a Ferrol, donde ejerció durante unos meses labores de dirección de los astilleros. La orden de Patiño de 6 de octubre de ese año deja claro que se trata de aplicar aquí «el conocimiento y experiencias con que se halla el referido ministro de lo que se observa en el arsenal de Cádiz, cuyas reglas quiere Su Majestad se sigan en todo en el Ferrol».
Al año siguiente, en julio, el comisario Somodevilla fue destinado a organizar los preparativos de la escuadra destinada a la reconquista de Orán, que partió de Alicante en 1732, al mando del conde de Montemar, el viejo capitán general que pronto será su valedor entre el generalato. El cometido del comisario era contribuir a «la unión de las providencias que se ofreciesen en los buques, tropas y transportes» y, como se le reconocía en el ascenso a comisario ordenador de Marina que le supuso el éxito de la expedición, «el particular encargo de ministro del armamento que destiné para la recuperación de la plaza y fortaleza de Orán». A partir de ahora, Somodevilla aparece como un organizador cuya labor principal