La transformación de las razas en América. Agustin Alvarez

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La transformación de las razas en América - Agustin  Alvarez


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      La transformación de las razas en América

      AGUSTÍN ÁLVAREZ

      Nació en la ciudad de Mendoza el 15 de Julio de 1857. Huérfano desde la primera edad, fue un "self made man"; si llegó a conquistar fama y rango, no fue tan sólo por su talento original y su vasta ilustración, sino también por sus ejemplares virtudes públicas y privadas.

      Cursó estudios secundarios en el Colegio Nacional de Mendoza; allí encabezó una revuelta estudiantil para obtener reformas de la enseñanza y cambios en las autoridades docentes. En 1876 se trasladó a Buenos Aires, ingresando al Colegio Militar; en 1883 emprendió estudios universitarios, graduándose en Derecho en 1888. Fue Juez en lo civil, en Mendoza (1889-1890) y Diputado por esa provincia al Congreso Nacional (1892-1896). Su doble competencia militar y forense lo llevó al cargo de vocal letrado del Consejo Supremo de Guerra y Marina (1896-1906). Durante los últimos quince años de su vida fue un apóstol de la educación científica y moral, ocupando cátedras en las Universidades de Buenos Aires y La Plata; de ésta última fue vicepresidente fundador y canciller vitalicio.

      Su carrera de escritor, iniciada en la prensa, en 1882, le llevó a especializarse en estudios de educación, sociología y moral. Son sus obras principales: "South América" (1894), "Manual de Patología Política" (1899), "Educación Moral" (1901), "¿Adonde vamos?" (1904), "La transformación de las razas en América" (1908), "Historia de las Instituciones Libres" (1909), "La Creación del Mundo Moral" (1912), y numerosos folletos y escritos sobre los problemas políticos, sociológicos y éticos que constituyeron la constante preocupación de su edad madura.

      La democracia en lo político, el liberalismo en lo moral, el laicismo en lo pedagógico y la justicia en lo social, fueron los cimientos cardinales de su vasta obra de apóstol y de pensador, orientada en el sentido educacional de Sarmiento y eticista de Emerson.

      Su virtud y su sencillez fueron tan grandes como su consagración al estudio y a la enseñanza; fue, siempre, un varón justo.

      Falleció en Mar del Plata el 15 de Febrero de 1914.

      ADVERTENCIA DE LA PRESENTE EDICIÓN

      El libro editado en 1908 con el título La transformación de las razas en América constaba de 33 títulos. Los primeros 14 forman parte de la conferencia titulada La Evolución del espíritu humano; los 19 restantes están incluidos en el volumen ¿A dónde vamos?

      En la presente edición se conservan los primeros 14, con su título de conjunto y se agregan los trabajos similares: Las ideas capitales de la civilización en el momento que pasa, Instituciones libres, Evolución intelectual de las sociedades y El diablo en América.

      INTRODUCCIÓN

      "En la América del Norte se aprendió a trabajar y a gobernar; en la América del Sur se aprendió a rezar y obedecer". – "La herencia moral de los pueblos hispanoamericanos". (Rev. de Filosofía, año 1, N.º 3). Agustín Álvarez.

I. – Álvarez y la hora actual

      Nunca será más oportuno e interesante estudiar a Agustín Álvarez que en la hora actual, tanto por lo que el hombre, la vida y su obra comportan de halagüeño y significativo como para enfrentarlo con la incertidumbre y regresión del momento. Vientos de reacción soplan por todas partes; luctuosos tiempos los que corren y más luctuosos, acaso, los que se avecinan. Reacción criollista y religiosa a la vez. El pasado bárbaro vuelve a la escena con sus violencias primarias, su "culto nacional del coraje". El dogma pujando por ahogar la libertad y el libre examen. El amo esforzándose por anular la crítica y la fiscalización. En suma, las dos fórmulas fatales: reacción política y reacción religiosa. Estado social peligroso, formas funestas a los pueblos nuevos que han menester savia joven e ideales nuevos.

      Y no es alarmismo de pesimista el nuestro: miramos los fenómenos sociales objetivamente, poniendo sordina a la pasión y al entusiasmo.

      Según la afirmación de un escritor humorista, hábil juglar de paradojas, "todo se había mestizado en el país: el comercio, el trabajo, la agricultura, las vacas, los caballos, los carneros; lo único que se mantenía criollo puro era la política. Y es lo único que no anda bien"1. Acaso la única verdad de todo un libro. Esa es la política que persiste, que triunfa; puramente empírica y sentimental, personalista. Ni económica, ni social, ni científica. De palabras sonoras, de gestos teatrales, de declamaciones histriónicas, sin una idea económica, sin principio filosófico o propósito social que la determine. Es la vieja política que vuelve – o más bien, que continúa – a pesar del cambio de unos hombres por otros, y de las declamaciones prosopopéyicas de los palaciegos en el Capitolio: es decir, la política de Tartufo, que ya encontrara aquí Luz del Día en su peregrinación por América, cuando, cansada de vivir en Europa, hizo su viaje de incógnito por estas tierras según la sabrosa creación alberdiana. Es que el señor Tartufo es un viejo conocido nuestro. Para Alberdi era un personaje familiar. Miral cómo retrata al tipo ideal de su mandatario, con condiciones también ideales: "Debe tener en apariencia – dice – todas las aptitudes del mando, pero en realidad debe carecer de todas, porque si una sola le acompaña, eso será lo bastante para que nunca llegue al poder; con el exterior de un gobernante nato, debe ser más gobernable que un esclavo; debe ser un timón con el aire de un timonero; una máquina con figura de maquinista, un carnero con piel de león, un conejo con el cuero de una hiena, un bribón consumado con el aire grave del honor hecho hombre. Debe ser un mentiroso de nacimiento y al mismo tiempo el flajelo de los mentirosos para darse el aire de odiar a la mentira. El carácter es un escollo y el vicio de decir la verdad es otro. El que ama el poder y aspira tenerlo, debe dejarse mutilar la mano antes que abrirla, si está llena de verdades: verdad y poder son antítesis. Debe tener el talento de ocultar la verdad por la palabra y la prensa. La frase gobierna al mundo a condición de ser vacía, porque la frase, como la tambora, hace más ruido a medida que es más hueca"2.

      Esta página admirable del eminente hombre público parece escrita para nuestra época. La tierra fantástica de su Quijotania, que no es sino ésta que nosotras conocemos, fue siempre y sigue siendo aún, propicia a los tartufos que hasta se han puesto del lado del pueblo soberano…

      "Ilusos o criminales – dice un respetable escritor – gracos o dulcamaras, su brillante fraseología sólo sirve para engañar a los crédulos y arrastrarlos a la perdición. ¡Qué cuadro doloroso el de estas naciones corroídas en que una fachada opulenta esconde un edificio en ruinas y en que el aparato de la civilización sólo sirve de máscara a la decrepitud y los vicios de la decadencia!"3.

      La regresión de esta hora histórica es innegable. Es un estado de plena patología política. Hechos hay a granel que abonan la seriedad de este aserto; bastará auscultar serenamente el ambiente social para percibirlo. Es "el tinglado de la antigua farsa" que dijera Benavente. Mas no es caso de lamentarse ni temblar: recojamos el ánimo y vayamos hacia Agustín Álvarez. Estudiémoslo y meditemos su obra de múltiples proyecciones sociales, fecunda y sobria en enseñanzas, que, en la recia urdimbre de su pensamiento, robusteceremos nuestro espíritu, en su vida austera hallaremos un modelo que imitar y en la cosecha del sembrador encontraremos la buena semilla – todavía infecunda – para esparcirla a todos los vientos, en la seguridad de que contribuiremos al mejoramiento moral, social y político de este pedazo de suelo en que nos toca actuar y vivir.

II. – El hombre y la obra

      Por mi parte tengo que confesar con rubor no haber conocido a Álvarez, sino algo después de los veinte años, vale decir, en su obra de pensador, de moralista, de sociólogo, de educador, que lo fue en el más alto concepto del vocablo. Su vasta, compleja e inusitada labor esparcida en numerosos volúmenes, de filosofía, de educación, de política y de sociología, escritos con ese sello tan característico, tan suyo, que lo hace inconfundible entre mil.

      No he conocido antes a Álvarez. Por otra parte no estoy seguro de que hubiera comprendido en toda su intensidad e intención el valor de sus escritos y obras, en la primera juventud en que gustamos más de la frase que suena, de la cláusula armónica al oído, que de su contenido o sustancia. Y no es mía la culpa; en mi lejana ciudad natal el maestro era un desconocido y seguirá


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<p>1</p>

Julio Costa. "El Presidente".

<p>2</p>

Alberdi. "Luz del día".

<p>3</p>

Martín García Mérou. "Alberdi".