Las revelaciones del fuego y del agua. Omraam Mikhaël Aïvanhov

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Las revelaciones del fuego y del agua - Omraam Mikhaël Aïvanhov


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      Omraam Mikhaël Aïvanhov

      Las revelaciones del fuego y del agua

      Izvor 232-Es

      ISBN 978-84-943098-2-3

      Traducción del francés

      Título original:

      LES RÉVÉLATIONS DU FEU ET DE L’EAU

      © Copyright reservado a Editions Prosveta, S.A. para todos los países. Prohibida cualquier reproducción, adaptación, representación o edición sin la autorización del autor y del editor. Tampoco está permitida la reproducción de copias individuales, audiovisuales o de cualquier otro tipo sin la debida autorización del autor y del editor (Ley del 11 de marzo 1957, revisada). - www.prosveta.es

      I

      EL AGUA Y EL FUEGO, PRINCIPIOS DE LA CREACIÓN

      El agua es pues el símbolo de la materia primera que ha recibido los gérmenes fertilizadores del espíritu, ella es la matriz de la vida. La vida ha salido del agua gracias al principio del fuego que ha puesto esta materia en movimiento. Sin la acción del fuego, ninguna vida es posible. Por sí misma el agua, la materia, no posee vida, el fuego es quien se la infunde. La vida sobre la tierra ha nacido también de la acción del fuego sobre el agua. Llevados por los rayos del sol, los primeros gérmenes de vida han descendido sobre la tierra, han viajado hasta alcanzar el agua de los océanos que los ha acogido como una madre llena de amor y los ha hecho crecer gracias a la luz y al calor solar.

      Cuando se ha comprendido que el agua es el símbolo de la materia universal a partir de la cual el universo ha sido creado, es más fácil interpretar los versículos siguientes del Libro del Génesis, donde Moisés describe cómo Dios separó las aguas de abajo de las aguas de arriba: “Dios dijo: que haya una superficie entre las aguas y que ella separe las aguas de entre las aguas. Y Dios hizo la superficie y separó las aguas que estaban debajo de la superficie de las que estaban por encima. Y a esto fue lo que Dios llamó la superficie del cielo...” Estas aguas de arriba, que la Ciencia iniciática llama también “luz astral”, “agente mágico”, representan el océano primordial en el cual todas las criaturas están sumergidas y donde ellas encuentran su alimento. Por otra parte, podría decirse que también recuerdan esas aguas primordiales del niño que está todavía en el vientre de su madre sumergido en un ambiente líquido. Vivimos en la inmensidad cósmica exactamente como los peces en el mar, pero a menudo, las impurezas que obstruyen nuestras aperturas interiores, impiden que seamos alimentados y vivificados por esta agua que nos envuelve por todas partes.

      El agua y el fuego representan pues los dos principios de la creación. Su actividad en el universo está simbolizada por la cruz, figura de una gran riqueza de sentido, que encontramos en todas las civilizaciones. La línea horizontal representa la actividad del principio femenino, el agua, que tiene siempre tendencia a extenderse, a repartirse en la superficie del suelo ocupando el mayor espacio posible, buscando incluso intersticios para infiltrarse bajo la tierra y desaparecer. La línea vertical representa el principio masculino, el fuego, que, por el contrario, tiende a concentrarse y lanzarse hacia las alturas. El agua está pues ligada a la profundidad, a la superficie y el fuego a la altura. Estas dos direcciones inversas, horizontales y verticales, sintetizadas por la cruz, son las que mejor representan la actividad de los dos principios masculino y femenino en la creación y en las criaturas. El universo está lleno de este símbolo.

      Nací en un pueblo de Macedonia, al pie de la Baba Planina (lo que significa “la montaña de la abuela”) cuya cima es el monte Pélister. Me quedan recuerdos de los años pasados en ese pueblo, y recuerdo particularmente el descubrimiento que hice cuando tenía cuatro o cinco años, de un lugar muy cercano a la casa, en donde había un hilo de agua que brotaba de la tierra. Estaba tan impresionado por esta agua que salía, transparente, límpida, que me quedaba horas enteras contemplándola. Esta imagen se imprimió muy profundamente en mí, y aún ahora suelo revivir las sensaciones de admiración que sentía ante esa pequeña fuente. Varias veces me pregunté: siendo tan joven, ¿qué veía yo en esa agua?... Y no solamente en el agua, sino también en el fuego, porque estaba tan fascinado por el fuego como por el agua. Sólo que el fuego era más peligroso, pues para verlo a menudo lo prendía, ¡y no era aconsejable dejar cajas de fósforos a mi alcance!

      Sí, ¿por qué el agua y el fuego?... Porque en la naturaleza son la expresión más bella, más poderosa, más significativa de los dos grandes principios cósmicos, masculino y femenino, sobre los cuales yo tuve que trabajar después durante toda mi vida. Por otra parte, si se estudiara en detalle la vida de ciertos seres, se constataría que sus preocupaciones, los temas que deberían trabajar más tarde, estaban ya indicados en ciertas impresiones, experiencias o comportamientos de la infancia.

      Pensáis: “¡Pero nunca hemos oído decir que el agua y el fuego fueran tan importantes!” Pues bien, es porque no habéis leído atentamente los Evangelios, y particularmente el Evangelio de san Juan en donde es relatada la conversación de Jesús con Nicodemo. Nicodemo era doctor de Israel, y una noche vino a buscar a Jesús para conversar con él. Y es a él a quien Jesús dio esta respuesta sobre la cual tantos teólogos se han interrogado: “En verdad, en verdad, te digo: Si un hombre no nace del agua y del espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios...” Este versículo presenta correspondencias con el del Libro del Génesis del que os acabo de hablar: “Y el espíritu de Dios se movía por encima de las aguas...” Y en ambos casos se evoca el mismo fenómeno, el nacimiento: el nacimiento del universo y el nacimiento espiritual del hombre en los cuales se encuentran los mismos elementos: el fuego (el espíritu) y el agua (la materia). Así como el universo ha nacido del fuego y del agua, para entrar en ese estado de conciencia superior llamado el Reino de Dios, el hombre debe nacer él también del fuego y del agua, porque transportados al plano espiritual, el fuego es la sabiduría, y el agua es el amor. A través de esas pocas palabras de respuesta a Nicodemo, Jesús mostró que él también poseía esta ciencia del agua y del fuego que es la ciencia de los dos grandes principios cósmicos masculino y femenino.

      El agua y el fuego, lo hemos visto ya, se oponen por su orientación: el fuego sube y subiendo se concentra, todas sus llamas convergen en un punto; mientras que el agua desciende y descendiendo, ella, por el contrario, tiende a extenderse. Por lo tanto, cuando se observa bien el movimiento de uno y otro, nos damos cuenta que en realidad existe entre ellos una cierta similitud. ¿Habéis remarcado cómo la caída de una cascada o de un torrente se parece a un fuego invertido? Y un fuego que arde se asemeja a una cascada que remontaría hacia la fuente.

      Hace algunos años, una hermana me ofreció una película que ella había hecho sobre las cascadas, y cuando proyecté esta película ante los hermanos y hermanas, en un momento le pedí retroceder para ver... ¡Era extraordinario, el movimiento del agua era exactamente el del fuego! Haced vosotros mismos esta experiencia si tenéis la ocasión y veréis... Es como si


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