Doce horas. Mayte Esteban

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Doce horas - Mayte Esteban


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      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 2020 Mayte Esteban

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Doce horas, n.º 9 - abril 2020

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

      Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

      I.S.B.N.: 978-84-1348-763-2

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Doce horas

       Adrián

       Sofía

       María Jesús

       Sofía

       Miguel

       Asunción

       Adrián

       Rosario

       Manuel

       Ana y Miguel

       María Jesús

       Otra vez, la vida

      Allá donde se cruzan los caminos,

      donde el mar no se puede concebir,

      donde regresa siempre el fugitivo,

      pongamos que hablo de Madrid.

      Joaquín Sabina.

      Una vez le pregunté a mi abuela, que vivió la Guerra Civil, si en esos tres años todo fue triste. Me dijo que no, que entre muchos momentos muy duros, hubo otros que estuvieron llenos de luz. La gente se enamoró y nacieron niños. Se oyeron risas y los pájaros siguieron cantando.

      Ahora sé que no mentía.

      En estos días, a pesar de todo, no han dejado de cantar los pájaros.

      Para mi abuela Pascuala.

      1914-2011

      Doce horas

      Había sido todo extraordinario. De la noche a la mañana, todas las ciudades, ruidosas, estresantes y vivas, enmudecieron. Sus sonidos habituales fueron solapados por el de la lluvia, el canto de los pájaros y el viento sacudiendo las primeras hojas que esa primavera extraña hizo brotar en las ramas de los árboles. Como apenas circulaban solo los autobuses urbanos y los vehículos de emergencias, las palomas se hicieron dueñas de las amplias avenidas casi desiertas y hasta en las noches algún osado animal salvaje se dio el gusto de pisar el asfalto. El aire olía a limpio, por primera vez desde hacía décadas.

      Pero sí había ruido, aunque también estuviera confinado, como los humanos. Se concentraba en los hospitales y dentro de cada casa, y se volvía un eco atronador a las ocho en punto de la tarde, cuando se abrían ventanas y balcones para agradecer a los héroes y decirle a ese maldito virus que nadie se rendía, que estaban orgullosos de sus gentes y que entre todos iban a vencerlo. Aunque no fueran capaces de verlo y hubieran tenido que aprender a esquivarlo a base de agua, jabón, alcohol y grandes dosis de lejía y de paciencia.

      Madrid estuvo en el centro de ese huracán.

      Adrián

      20:00

      Diario de cuarentena.

      Blog de un solitario sin nombre.

      Al principio no creíamos que este virus, o coronavirus, fuera a provocar una pandemia mundial. Parecía un problema local en China e incluso vimos con cierto estupor que las autoridades obligasen a la población, a veces con demasiada rudeza, a permanecer confinados en sus casas.

      «Esto no va a pasar aquí».

      «Mira que son exagerados los asiáticos».

      «Anda que ir todo el día por la calle con mascarillas».

      «¿Cómo no van a poder salir de casa once millones de personas en Wuhan?».

      Eran frases que se escuchaban repetidas en todas partes, mientras la vida seguía su curso, ignorando la que se nos venía encima. Ni siquiera las autoridades se preocuparon en exceso, aunque se fueran cayendo de las agendas, poco a poco, congresos y eventos uno tras otro.

      «No es para tanto».

      «Hay que ver cómo son algunos de alarmistas».

      No ha hecho falta mucho tiempo para que hayamos descubierto que sí había que preocuparse, que no eran tan exagerados y que esto era una pandemia.

      En España no se ha cerrado una ciudad, sino que todo el país está confinado en sus casas, a excepción de quienes no han tenido más remedio que salir: el personal sanitario, el de limpieza, quienes atienden y coordinan la seguridad y quienes abastecen de alimentos a los demás.

      A las ocho menos diez de la noche, cada día, como todos mis vecinos, salgo al diminuto balcón del quinto piso donde estoy encerrado solo. Me quedo un rato mirando la calle, las ventanas de mis vecinos que todavía están desiertas, mientras espero a la única interacción social que nos estamos permitiendo en vivo desde casi la primera noche: unos minutos de aplauso para esas personas que cada día salen de sus casas para cuidar a los enfermos.

      En mi mente


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