Los indignados. Marcos Roitman Rosenmann
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Marcos Roitman Rosenmann
Los indignados
El rescate de la política
Diseño cubierta: RAG
Ilustración de cubierta: Santiago Jiménez Jiménez
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© Marcos Roitman Rosenmann, 2012
© Ediciones Akal, S. A., 2012
Sector Foresta, 1
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Fax: 918 044 028
ISBN: 978-84-460-3620-3
A Pablo González Casanova
Introducción
Este libro, escrito como un ensayo corto, tuvo su origen en la petición de Gloria Muñoz, directora de la pagina web Desinformémonos, para reflexionar sobre los nuevos movimiento sociales emergentes. Se trataba de dar una explicación a los llamados «indignados» y su publicación motivó comentarios, en pro y en contra. Coincidiendo con otra petición similar, la proveniente de Venezuela, concretamente del periódico Correo del Orinoco, el texto fue reescrito, incorporando las críticas.
Con este aliciente, el escrito circuló en las redes. Así, en medio de la polémica, decidí que era oportuno hacerlo llegar a militantes del 15-M, exalumnos, amigos y compañeros comprometidos en las luchas democráticas. No todos leyeron el escrito, pero entre quienes sí lo hicieron, llovieron los comentarios. De buena gana me replantee su reelaboración para dotarlo de un andamiaje teórico, cuyo objetivo ha sido contribuir al debate de las alternativas. La cercanía de las elecciones generales, convocadas para el 20 de noviembre, aconsejó no precipitar conclusiones. Era conveniente dejarlo reposar. Hacerlo daría la posibilidad de valorar mejor el alcance del 15-M, cuya corta existencia está sometida a una coyuntura de recesión, cuyo alcance y consecuencias ponen en entredicho el neoliberalismo en su andamiaje económico y en las soluciones políticas. La incertidumbre se apodera de lo político y es ahí donde cobra importancia el 15-M.
Los resultados electorales auguran tiempos difíciles. Recortes, ajustes, represión y pérdida de derechos civiles, políticos y sociales, es decir, humanos. El protagonismo del 15-M en estas circunstancias, sus éxitos o fracasos marcará la deriva de las resistencias y la emergencia de propuestas alternativas. Sin duda este es el verdadero reto del movimiento social ciudadano 15-M.
Con menos de un año de vida, mucho se ha escrito al respecto. No exageramos si decimos que son más de un centenar de libros publicados en diferentes editoriales, miles de artículos aparecidos en la red y otros cientos en revistas especializadas. Sin olvidarnos de conferencias, exposiciones gráficas, debates e investigaciones. Todo un mundo se abre en torno al movimiento de indignados. Pero, ¿qué tiene de especial?
A esta pregunta trata de responder el texto que tienen en sus manos. He concebido el 15-M y el movimiento indignados como parte de los nuevos movimientos sociales ciudadanos, enmarcados en las luchas de resistencia democrática contra el poder omnímodo de los mercados y el secuestro de la política a manos del capital financiero y las transnacionales. Sus demandas de democracia real (ya) forman parte de una necesidad, rescatar la política y su valor ético, así como refundar la ciudadanía plena basada en el ejercicio de los derechos sociales, políticos, económicos y culturales propios de una democracia radical. Esta opción se antoja como respuesta al consumidor, cuyo ejemplar más perfecto es el retorno del idiota social. Sujeto alejado de los problemas públicos y afincado en la máxima «sálvese quien pueda, pero yo el primero».
He recibido muchos aportes que, en la medida de lo posible, se incorporaron al texto que ustedes tienen en sus manos. En este sentido, le agradezco sus aportaciones a mi amigo Aldo González, biólogo molecular, cuya militancia en el 15-M fue temprana como lo fue en Chile, durante el gobierno de la Unidad Popular. Igualmente debo citar a Francisco Ochoa de Michelena, cuya acertada y afilada crítica me obligo a ver con otros ojos lo escrito. Asimismo, Antonio Gómez Liébana, activista como los hay pocos, defensor de la sanidad pública y de los derechos sindicales, me aportó comentarios inestimables. En estos agradecimientos también debo citar a Jaime Pastor, luchador incansable durante el franquismo, cuya perseverancia continúa, y a Liliana Pineda, gran novelista y militante del 15-M e Izquierda Unida. Tampoco puedo olvidar a Eduardo Fort, liberal convencido y excelente analista político, y a Paula Guerra, aguda periodista, cuyos aportes no cayeron en saco roto. Por último, agradecer a Diego y mis estudiantes que han sido los más críticos –uno de los cuales merece ser destacado por su compromiso, Santiago García-Cazorla–, y tampoco pueden faltar los ayudantes de investigación en la travesía docente: Alba Romero, Eduardo García y Talía Medina. Todos saben que sin sus aportes este texto no tendría el mismo valor.
Capítulo I
Incertidumbre y malestar
Vivimos de incertidumbre, y no puede ser de otra manera. La vida es un proceso sin caminos preestablecidos. Algo similar ocurre con el capitalismo, sus certezas no son tales. Quienes diseñan sus trazas lo saben; razón de peso para crear diques que controlen el movimiento de sus aguas. Si el nivel sube peligrosamente, abrirán las compuertas y liberarán presión. Ante todo, seguridad. La luz roja nunca se apaga, los hacedores de políticas son conscientes de ello, sobre todo quienes desde el tablero manipulan, cuando pueden, las fichas con el fin de controlar la partida.
El sistema social busca jugadores respetuosos de las reglas y, si por un casual, la partida no transcurre o se ajusta al itinerario se puede acusar al adversario de utilizar malas artes y descalificarlo. Solo en casos extraordinarios patea el tablero. Así se producen los golpes y los procesos de involución política. El capitalismo vive sobresaltado, agazapado tras las fuerzas armadas, evitando el desborde y recurriendo a la razón de Estado, siempre que es necesario.
Para legitimar el control de las aguas creó un adversario ad hoc, capaz de justificar todas y cada una de las decisiones políticas represivas. El chivo expiatorio se adjetivó como enemigo interno de la democracia representativa, al cual había que sacrificar en beneficio de una sociedad libre y sana. Durante la Guerra Fría (1948-1990) no hubo dudas, el chivo fue el comunismo y su ideario revolucionario. Hoy, el enemigo muta. Desde el ataque a las Torres Gemelas y el Pentágono en setiembre de 2001, su lugar lo ocupa el llamado terrorismo internacional. Concepto ambiguo moldeable en función de los intereses políticos de Occidente y los Estados Unidos. El calificativo de terrorista puede recaer en organizaciones o personas que Occidente y los Estados Unidos consideren un peligro para su orden civilizatorio.
Desempleados, campesinos, trabajadores, jóvenes, estudiantes, mujeres, pueblos originarios, inmigrantes, afectados por las hipotecas, grupos de liberación sexual, gais, lesbianas o transexuales. Cualquiera de los apuntados puede convertirse en terrorista si las circunstancias lo ameritan.
La criminalización, ilegalización y persecución de los movimientos sociales ciudadanos forma parte de esta visión totalitaria. Así lo vive la derecha cuando habla de una alianza antisistema y antiglobalización. El pensamiento ultraconservador no duda en señalar que dicha alianza «aglutina a la izquierda que fracasó en mayo de 1968, a los que jalearon el comunismo y hoy ven con complacencia la pulsión antioccidental del islamismo yahaidista, a los antiglobalizadores altermundistas y a las distintas manifestaciones del indigenismo, populismo y fanatismo religioso […] esta alianza no es solo teoría, hay coincidencia de actuación entre Venezuela, Irán y Siria»[1].
El