Un sueño hecho realidad. Betty Neels

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Un sueño hecho realidad - Betty Neels


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      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 1999 Betty Neels

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Un sueño hecho realidad, n.º 1518 - octubre 2020

      Título original: Matilda’s Wedding

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

      Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

      Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.:978-84-1348-877-6

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      EL DOCTOR Lovell contempló a la joven que estaba sentada frente a él, al otro lado de su escritorio. Tendría que servir, pensó; ninguna de las demás aspirantes era apropiada para el puesto. Claro que, la inestimable señorita Brimble, que había estado trabajando para él durante largos años, hasta que se había visto obligada a quedarse en casa para cuidar de su anciano padre, era insustituible. Aun así, aquella joven de rasgos insípidos y voz sumisa no alteraría el curso regular de su vida. Ningún rasgo de su aspecto lo distraería del trabajo: ni el pelo pardusco, que llevaba recogido en una trenza, ni la pequeña nariz discretamente empolvada, ni los labios, que, si se los había pintado, no lo parecía. Además, llevaba la clase de ropa que pasaba desapercibida… Sí, era la apropiada.

      Matilda Paige, consciente del escrutinio al que estaba siendo sometida, contempló al hombre que estaba sentado detrás del escritorio. Era corpulento, de unos treinta años, y atractivo. Tenía una nariz dominante, labios delgados, ojos permanentemente entornados y pelo castaño oscuro con vetas plateadas. Matilda no se sentía intimidada, pero pensó que cualquier persona tímida lo estaría en su presencia. Como era una joven tranquila y callada por naturaleza, no tenía motivos para tenerle miedo. Además, nada más verlo, apenas hacía media hora, se había enamorado de él…

      –¿Podría empezar a trabajar el próximo lunes, señorita Paige?

      –Sí, por supuesto –contestó Matilda, y deseó que el doctor Lovell le sonriera. Seguramente estaba cansado, o no había tenido tiempo para desayunar aquella mañana. Ya había averiguado que tenía una buena ama de llaves, porque se lo había dicho el jardinero. También sabía que estaba prometido. «Una engreída», había declarado la señora Simpkins, la de la tienda de ultramarinos. La prometida del médico había ido de visita, con su hermano, en un par de ocasiones y había declarado que no le gustaba el pueblo.

      –Fueron muy groseros –había dicho la señora Simpkins–. Refunfuñaron porque no tenía un queso especial que se les había antojado. Lo que es bueno para el doctor Lovell debería ser bueno para ellos, digo yo. Él sí que es una persona encantadora, igual que su padre, que también fue un buen hombre. Lástima que se haya prometido con una muchacha como esa.

      Matilda concluyó que la señora Simpkins estaba en lo cierto. «El amor es ciego», pensó, y se levantó al ver que el médico miraba fugazmente la hora en su reloj de pulsera.

      El doctor Lovell también se puso en pie. «Tiene buenos modales», se dijo Matilda, y, cuando el médico le abrió la puerta del despacho, se despidió con un enérgico «adiós» y siguió a la enfermera hasta la puerta de salida.

      La casa del médico era una vivienda antigua y agradable situada en el centro del pueblo, de ladrillos rojos y enormes rejas de hierro que la resguardaban de la estrecha calle principal. Los Lovell vivían allí desde hacía más de dos siglos, y la profesión de médico de cabecera había pasado de padres a hijos. Aquel hijo del siglo veinte, en concreto, era bastante notable. Había rechazado cargos importantes en Londres porque se resistía a abandonar la casa de sus antepasados.

      Matilda caminó con paso enérgico calle abajo y sonrió a alguno de los viandantes con timidez, ya que todavía se sentía un poco fuera de lugar. El pueblo, situado en la parte más rural del condado de Somerset, tenía un buen número de habitantes, pero había escapado a la especulación inmobiliaria, seguramente, porque estaba bastante apartado de la carretera principal. Por ese motivo, los habitantes de Much Winterlow no aceptaban a los recién llegados con facilidad. Claro que, no podían censurar la presencia del reverendo Paige, de su esposa y de su hija. El padre de Matilda se había jubilado a causa de su delicado estado de salud y había aceptado, con gratitud, la pequeña casa, situada a las afueras del pueblo, que un viejo amigo suyo le había alquilado. Después de vivir durante tantos años en una vicaría, el pastor acusaba la falta de espacio, pero el entorno era tranquilo, el paisaje idílico, y podría seguir escribiendo su libro…

      Matilda divisó su nuevo hogar al aproximarse al final de la calle principal. Había un par de campos arados, que esperaban la llegada de la primavera, y la casa, que daba a la carretera, era cuadrada y apenas llamaba la atención. Construida hacía un siglo como residencia del administrador de la extensa finca adyacente, con el tiempo, se había quedado vacía y había


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