Rivales enamorados. Valerie Parv
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Valerie Parv
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Rivales enamorados, n.º 1595 - septiembre 2020
Título original: The Princess’s Proposal
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-717-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
NO QUIERE un globo, señorita? Recuerdo de la feria de Nuee.
Adrienne se puso nerviosa, pero se dijo a sí misma que el hombre no podía saber quién era ella y, mucho menos, que estaba intentando venderle un globo a la princesa Adrienne de Marigny, de la casa real de Carramer.
Había elegido unos pantalones azul marino y una sencilla blusa blanca para pasar desapercibida entre las miles de personas que habían acudido a la muestra de caballos de Nuee. Su sombrero de paja y las gafas de sol no solo escondían su muy fotografiado rostro y la cascada de cabello negro, además protegían su delicada piel del sol.
Un sentimiento de aventura la invadió y Adrienne sonrió al vendedor. La última vez que le habían ofrecido un globo tenía ocho años y una niñera lo había comprado para ella. Adrienne asistía todos los años a la feria, pero siempre en su papel oficial. Aquel día, sin embargo, nadie podría decirle que una princesa no podía hacer tales frivolidades.
–Sí, gracias.
El hombre sonrió.
–Elija el que quiera. Pero una chica tan guapa como usted debería dejar que un caballero se lo regalara.
–Me temo que no hay ningún caballero.
Aquel hombre seguramente no sabía que Adrienne, como princesa, tenía restringida su elección de acompañantes, como tenía restringido dónde iba y lo que hacía.
Si sus hermanos, el príncipe Lorne y el príncipe Michel, supieran que había salido disfrazada y sin escolta, les daría un ataque, sobre todo a su hermano mayor. Sus padres habían muerto cuando ella era una niña y, desde entonces, Lorne se consideraba su guardián. Sabía que su hermano solo quería lo mejor para ella, pero con veintitrés años, Adrienne era muy capaz de cuidar de sí misma.
Además, al estar sus dos hermanos ya casados, su papel en la casa real había quedado muy reducido. Al menos podía sacudirse el título de vez en cuando y ser ella misma.
Aquel era uno de esos días. Como tenía un par de horas para disfrutar antes de hacer su papel de anfitriona en una gala benéfica, Adrienne había decidido acudir a la feria anual de Nuee. Lo que más le interesaba era la muestra ecuestre, que empezaba con una demostración de los caballos de la isla, famosos en todo el mundo.
El hombre le dio un globo de color plateado con una rosa dibujada.
–Parece usted una chica a la que le gustan las rosas.
–Prefiero los caballos –sonrió ella, indicando un globo con el dibujo de un alazán. Con la crin al viento, el dibujo le recordaba a los caballos salvajes que corrían por las colinas de Nuee.
–Se lo regalo –dijo el vendedor entonces–. Ya puede decir que un hombre le ha regalado un globo.
Adrienne vio sinceridad en su rostro.
–Es muy amable, pero prefiero pagarlo –sonrió, buscando el monedero en su bolso. Un gesto que no solía hacer porque raramente tenía que pagar por algo.
–Guárdeselo –insistió el hombre–. Es un regalo.
–Gracias –dijo Adrienne, preguntándose por qué un gesto tan sencillo como aquel la emocionaba. Si el hombre supiera quién era ella, podría pensar que estaba intentando conseguir algo, pero solo era una persona amable intentando hacer felices a los demás.
Aquello hizo que se alegrara aún más de haber salido de palacio disfrazada. Una princesa raras veces tenía oportunidad de vivir el contacto humano de esa forma. Cuando acudía a cualquier evento, los escoltas se encargaban de abrir paso para ella y nadie podía dirigirle la palabra por cuestiones de seguridad. El hombre, satisfecho con regalarle el globo, se alejó entre la multitud.
–Cuidado, se le va a escapar.
Perdida en sus pensamientos, Adrienne se sobresaltó cuando un hombre tomó su mano para evitar que el globo se escapara por el aire. La mano del hombre era tan firme y tan masculina que Adrienne apartó la