Solo si me amas. Anna Cleary

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Solo si me amas - Anna Cleary


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      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 2010 Anna Cleary

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Solo si me amas, n.º 2 - agosto 2020

      Título original: Wedding Night with a Stranger

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Este título fue publicado originalmente en español en 2014

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

      Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com

      I.S.B.N.: 978-84-1348-723-6

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo Uno

       Capítulo Dos

       Capítulo Tres

       Capítulo Cuatro

       Capítulo Cinco

       Capítulo Seis

       Capítulo Siete

       Capítulo Ocho

       Capítulo Nueve

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo Uno

      Ariadne se apoyó en la barandilla del balcón y consideró lanzarse al mar. Si la encontraban flotando boca abajo, no le serviría de gran cosa a Sebastian Nikosto, que se vería obligado a buscar esposa en otro lado. Aunque hacía mucho calor, la bahía de Sídney parecía fría y profunda. Y saber que sus padres se habían ahogado en esas aguas no las hacía precisamente atractivas.

      La vista era espectacular, pero la alegría de regresar a Australia se había esfumado. Jamás se había sentido tan extraña en un lugar, y le parecía increíble que hubiera nacido allí.

      Regresó al interior de la suite del hotel y se dejó caer sobre la lujosa colcha mientras tomaba el folleto con la información turística que le había subyugado. La garganta Katherine. Uluru. ¡Qué emoción había sentido! Lo triste era que esos placeres no le habían sido reservados a ella. Estaba allí para encadenarse a la cama de un extraño.

      A no ser que huyera de allí. Un atisbo de esperanza le surgió de nuevo. El tal Sebastian Nikosto no había aparecido en el aeropuerto. ¿Habría cambiado de idea?

      El teléfono sonó y Ariadne dio un salto. ¿Sería su tía para disculparse por haberla engañado? ¿Para aclararle lo del error de la reserva del hotel?

      –Buenas tardes, señorita Giorgias –sonó la voz del recepcionista–. Tiene visita. Un tal señor Nikosto. ¿Desea recibirlo en el vestíbulo o le facilito su número de habitación?

      –¡No! –exclamó ella–. Bajo ahora mismo.

      Con mano temblorosa colgó el teléfono. Iba a tener que explicarle a Nikosto que era Ariadne Giorgias, ciudadana australiana, no una mercancía con la que se podía comerciar.

      Su rostro estaba más pálido que sus rubios cabellos, y sus ojos habían adquirido el color azul oscuro típico de cuando se enfadaba o asustaba.

      Sentía las piernas entumecidas y, camino del ascensor, intentó calmar los nervios con algún pensamiento positivo. Australia era un país civilizado donde las mujeres no podían ser sometidas. En realidad sentía cierta curiosidad por averiguar qué clase de hombre caería tan bajo como para pujar por una esposa en el siglo XXI. ¿Tan viejo era, que vivía anclado en las tradiciones del pasado? ¿Tan repulsivo como para no tener otra elección?

      En cualquier caso, iba a negarse a entrar en el juego. No en vano era la famosa prometida que había dejado plantada a una de las mayores fortunas de Grecia en el altar.

      Pero al salir del ascensor y ver a ese viejo obeso junto a la recepción, sintió que la sangre abandonaba su corazón. El hombre saludó con la mano a un grupo de personas y se alejó de ella.

      No era él. Una ligera sensación de alivio le recorrió momentáneamente el cuerpo.

      Con mirada ansiosa recorrió el vestíbulo y se detuvo en otro hombre que estaba solo. Era alto y delgado, vestido con un traje negro. Estaba de pie junto a la puerta, con el móvil pegado a la oreja. Caminaba de un lado a otro con paso ligero y enérgico y, de vez en cuando, gesticulaba con evidente impaciencia.

      De repente se volvió hacia ella y los nervios se le pusieron a flor de piel. Era evidente que había llamado su atención, pues el hombre se encogió de hombros. Colgó el móvil y lo guardó en la chaqueta.

      El hombre cruzó el vestíbulo hacia ella. De más cerca se hizo evidente lo atractivo que era. Delgado, hermoso, el típico griego, aunque también lucía el porte atlético del típico australiano. ¿Para qué necesitaría un hombre así encargar una esposa?

      Aparentaba unos treinta y tres o treinta cuatro años. Quizás ese hombre era su sobrino o su primo…

      –¿Es usted Ariadne Giorgias? –preguntó él tras detenerse a pocos metros de ella.

      Tenía una voz grave y hermosa, pero fueron los ojos los que la cautivaron, de color marrón chocolate bordeados por oscuras pestañas, resultaban hechizantes. Esos ojos la miraron de pies a cabeza con frialdad. Era evidente que estaba calibrando si sus pechos, piernas y caderas merecían el precio.

      –Sí, soy Ariadne Giorgias –asintió ella sonrojándose


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