Reclamada por el jeque. Pippa Roscoe
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Mason miró al príncipe que tenía delante y le maravilló que se sintieran tan cómodos. Los recuerdos y la risa que le provocaba. Normalmente, era mucho más reservada, más cerrada, como le había reprochado Francesa alguna vez. Sin embargo, al pasear con él, al hablar con él… se sentía como si fuera una persona distinta, como si fuera ella misma, pero mejor. Era una sensación muy rara.
Se oyeron voces que llegaban de las calles y de los edificios cercanos. Había empezado la cuenta atrás de Nochevieja. Empezó a subir el volumen de los gritos y rompieron ese silencio que ella habría conservado para siempre. Estaban tan cerca que ella notaba la calidez de su cuerpo.
Diez, nueve, ocho…
Era mucho más alto que ella y tenía que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo. En vez de sentirse diminuta, como solía sentirse, se sentía protegida, rodeada por él.
–¿Estaría mal que te besara a medianoche? –preguntó él.
Su voz fue más grave y más ronca que antes y ella notó, no vio, que él tenía las manos apretadas contra los muslos, como si quisiera evitar tocarla hasta que ella le diera permiso.
Mason se encogió de hombros a medida que la ligera tensión que había vibrado entre ellos cuando se marcharon del Langsford empezaba a subir de voltaje. Tenía el corazón acelerado. ¿Iba a dejar que un príncipe la besara?
Siete, seis, cinco…
–No creo que tenga mucha elección…
Ella miró un instante alrededor antes de volver a mirar esos ojos que no se habían separado de ella.
–Siempre hay elección, Mason.
Cuatro, tres, dos…
Estaba dándole una escapatoria. Lo sabía él y lo sabía ella. Sin embargo, miró esos ojos del color del whisky ahumado y creyó que se ahogaría, que no podría volver a respirar si no aprovechaba la ocasión… la ocasión de dejarse llevar por ese deseo embriagador que vibraba entre ellos.
Le agarró la corbata y le bajó la cabeza hacia la de ella.
Uno.
Sus labios chocaron contra los de ella y sintió miles de chispazos por la piel… pero no fue suficiente. Cuando él le pasó la lengua por el labio inferior, una llamarada le recorrió la espalda y se estremeció de los pies a la cabeza. Separó los labios y recibió su lengua con la de ella. Lo agarró de las solapas del abrigo y se aferró a ellas como si no pudiera mantenerse de pie. El deseo la corroía por dentro y la adrenalina le abrasaba las venas cuando profundizó un beso que no olvidaría jamás.
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