Los diez mandamientos. A. W. Pink
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Los Diez Mandamientos
A.W. Pink
Publicaciones Faro de Gracia
P.O. Box 1043
Graham, NC 27253
Publicado por:
Publicaciones Faro de Gracia
P.O. Box 1043
Graham, NC 27253
ISBN: 978-1-629461-47-2
© Traducción al español por Publicaciones Faro de Gracia, Copyright 2017. Todos los Derechos Reservados.
El diseño de la portada fue realizado por Joe Hearn y Joshua Vandgrift, de Relative Creative. La traducción fue realizada por Giancarlo Montemayor, y redactado por Armando Molina.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio – electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o cualquier otro – excepto por breves citas en revistas impresas, sin permiso previo del editor.
Las citas marcadas por un asterisco son la traducción del autor. Las itálicas en las citas de la Escritura indican un énfasis añadido.
© Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso. Todos los derechos reservados.
Contenido
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Los Diez Mandamientos
Arthur Walkington Pink
Introducción
Existen dos cosas que son indispensables para la vida cristiana: la primera, un conocimiento claro del deber, y la segunda, una práctica consciente de este deber que se corresponda a dicho conocimiento. Así como sin obediencia, no podemos tener una esperanza de salvación eterna bien fundamentada, igualmente no podemos tener un estándar seguro de obediencia sin el conocimiento. Aun cuando puede haber conocimiento sin práctica, no puede sin embargo haber práctica de la voluntad de Dios sin conocimiento. Y para que podamos estar informados de lo que debemos hacer o evitar, le ha placido al Soberano y Juez de toda la tierra prescribir para nosotros leyes para la regulación de nuestras acciones. Cuando de forma miserable desfiguramos la Ley de la naturaleza escrita originalmente en nuestros corazones, de tal manera que muchos de sus mandamientos ya no eran legibles, le pareció bien al Señor transcribir la Ley en las Escrituras, y en los Diez Mandamientos tenemos un resumen de la misma.
Primero consideremos su promulgación. La forma en la que el Decálogo fue dado formalmente a Israel fue muy impresionante, pero repleta de instrucción valiosa para nosotros. Primero, al pueblo se le mandó pasar dos días preparándose por medio de un lavamiento ceremonial, de toda contaminación externa, antes de que estuvieran listos para estar de pie en la presencia de Dios (Éxodo 19:10-11). Esto nos enseña que se debe hacer una preparación seria del corazón y de la mente antes de venir a esperar delante de Dios Sus ordenanzas y recibir la palabra de Su boca; y que si Israel tenía que santificarse para poder presentarse delante de Dios en el Sinaí, cuánto más nosotros debemos santificarnos para poder presentarnos delante de Dios en el cielo. Luego, el monte en donde Dios se apareció debía ser cercado, con una prohibición estricta en el sentido que nadie debía acercarse al monte santo (19:12-13). Esto nos enseña que Dios es infinitamente superior a nosotros y merece nuestra máxima reverencia, y da a entender la rigurosidad de Su Ley.
Después tenemos una descripción de la pavorosa manifestación en donde Jehová apareció para entregar Su Ley (Éxodo 19:18-19), la cual estaba designada para imprimir en el pueblo de Israel una admiración de Su autoridad y a significar que si Dios era tan terrible en la entrega de la Ley, ¿cuánto más lo será cuando Él venga a juzgarnos por la violación de ella? Cuando Dios terminó de dar las Diez Palabras, tan grandemente afectado estaba el pueblo que le rogaron a Moisés que actuara como mediador e interprete entre Dios y ellos (20:18, 19). Esto nos enseña que cuando la Ley es entregada a nosotros directamente por Dios es (en sí misma) la ministración de condenación y muerte, pero al ser entregada a nosotros por el Mediador, Cristo, podemos escucharla y guardarla (ver Gálatas 3:19; 1 Corintios 9:21; Gálatas 6:2). Por consiguiente, Moisés subió al monte y recibió la Ley, escrita por el mismo dedo de Dios sobre dos tablas de piedra, significando que nuestros corazones son naturalmente tan duros que nada sino el dedo de Dios puede hacer una impresión de Su Ley sobre ellos. Esas tablas fueron quebradas por Moisés en su celo santo (Éxodo), y Dios las escribió una segunda vez (34:1). Esto representa que la Ley de la Naturaleza fue escrita en nuestros corazones en la creación, rota cuando caímos en Adán, y reescrita en nuestros corazones en la regeneración (Hebreos 10:16).
Pero alguien pudiera preguntar, “¿No ha sido la Ley completamente abrogada por la venida de Cristo al mundo? ¿Nos vas a colocar bajo este pesado yugo de esclavitud el cual nadie ha sido capaz de soportar? ¿No declara expresamente el Nuevo Testamente que no estamos bajo la Ley, sino bajo la Gracia; que Cristo nació bajo la Ley para liberar a Su pueblo de ella? ¿Acaso el intento de sobrecargar la conciencia del hombre con la autoridad del Decálogo no es una imposición legalista, que a su vez subestima la libertad cristiana que el Salvador ha comprado con Su obediencia hasta la muerte?”. Respondemos así: Con respecto a que la Ley ha sido completamente abolida por la venida de Cristo a este mundo, Él mismo declara enfáticamente, “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; (los ejecutores de la misma): no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:17, 18). Cierto, el cristiano no está bajo la Ley como un pacto de obras ni como una ministración de condenación, pero sí está bajo ella como una regla de vida y un medio de santificación.
Segundo, consideremos su singularidad. Esto aparece primero en que esta revelación de Dios en el Sinaí, que existía para servir a todas las edades venideras como la mayor expresión