Deseo ilícito. Chantelle Shaw
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Editado por Harlequin Ibérica.
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28001 Madrid
© 2020 Chantelle Shaw
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Deseo ilícito, n.º 2798 - agosto 2020
Título original: Proof of Their Forbidden Night
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-645-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
QUÉ TE PARECE la noticia de que papá esté prometido con la reina de hielo? Isla le ha clavado las garras.
Andreas Karelis se detuvo en seco a pocos metros del helicóptero que lo había llevado a Louloudi, la isla privada de su familia, y miró fijamente a su hermana. Ella había echado a correr a través del jardín para reunirse con él. La estridente voz de Nefeli se había impuesto al ruido que hacían las aspas del rotor al ir perdiendo velocidad.
Desde el aire, la isla, que estaba parcialmente cubierta por campos de olivos y un bosque de cedros, parecía una esmeralda en medio del azul del mar Egeo. Los recuerdos más felices de la infancia de Andreas, en los que escapaba de las expectativas de sus padres como heredero de los Karelis, eran siempre en Louloudi. Tenía casas en California y en la Riviera francesa, además de un ático en Atenas, pero Louloudi era el único lugar al que consideraba su hogar.
–No he tenido noticias de Stelios –dijo secamente. Su hermana abrió los ojos de par en par.
Normalmente, Andreas ejercía un estricto control sobre sus sentimientos y nadie, ni siquiera Nefeli, que era la única persona a la que estaba muy unido, sabía lo que estaba pensando. Sin embargo, no le gustaban las sorpresas, tanto si eran buenas como si eran malas, y lo que su hermana acababa de decirle era ciertamente lo último.
–Pensé que papá te habría llamado por teléfono. Me dio la noticia cuando llegué. Mañana se publicará una nota de prensa para anunciar formalmente el compromiso de papá con Isla, pero él quería compartir la noticia primero con su familia. ¡Dios! –exclamó Nefeli. Su voz subió otra octava–. Ella es el ama de llaves y tiene la edad suficiente para ser su hija. ¿En qué está pensando papá?
Andreas se encogió de hombros para ocultar el violento desagrado que le producían los planes matrimoniales de su padre. La fuerza de su reacción lo sorprendió y le recordó que Stelios era libre para hacer lo que quisiera. Desgraciadamente, no había peor tonto que un viejo tonto, en especial si era un multimillonario viudo que se había quedado prendado de una mujer hermosa y mucho más joven que él.
Una cierta inquietud se apoderó de él cuando visualizó a la mujer que, aparentemente, era la prometida de Stelios. Resultaba innegable que Isla Stanford era muy hermosa. Una rosa inglesa de cabello rubio y cremosa piel. Sin embargo, poseía un aire intocable que a Andreas le producía rechazo. Él prefería a las mujeres muy seguras de su sexualidad y, precisamente por eso, la intensa atracción que había sentido hacía Isla en las pocas ocasiones en las que había coincidido con ella le había dejado absolutamente perplejo.
–Papá la ha traído a Louloudi y ella va a asistir a mi fiesta de cumpleaños este fin de semana –dijo Nefeli con gesto hosco. Entrelazó la mano con el brazo de su hermano mientras los dos se dirigían hacia la mansión–. Tienes que hacer algo, Andreas.
–¿Y qué me sugieres tú?
–¿Por qué no la seduces? Estoy segura de que podrías hacerlo fácilmente. Las mujeres siempre caen rendidas a tus pies y cuando papá se dé cuenta de que la reina de hielo solo había fingido estar interesada en él por su dinero, se librará de ella y todo volverá a la normalidad.
–No quiero correr el riesgo de congelarme –replicó él.
Andreas lanzó una maldición en silencio. No era que tuviera objeción a que su padre volviera a casarse, pero sinceramente no con ella. No con Isla. ¿Por qué no se