Perdida en el olvido. Kate Walker
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Kate Walker
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Perdida en el olvido, n.º 1179- septiembre 2020
Título original: Rafael’s Love-Child
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-738-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
RECUERDA quién es usted?
La pregunta fue tan clara y brusca, que Serena parpadeó mientras trataba de concentrarse en el entorno. Estaba cansada y se notaba un poco mareada.
—¡Vaya una pregunta… ! ¡Claro que sé quién soy! Me llamo Serena Martin y…
La muchacha frunció el ceño y entornó los ojos en un gesto de concentración mientras se echaba hacia atrás el pelo rojizo. Observó el tono pastel de las paredes de la habitación, así como las cortinas anaranjadas, que hacían juego con la colcha de la cama donde estaba tumbada. A pesar del evidente esfuerzo por que resultara acogedora, la habitación conservaba un halo impersonal y burocrático. La mujer de pelo oscuro que estaba sentada a su lado en la cama fijó sus ojos grises en el rostro de Serena. Llevaba una bata blanca que delataba su profesión.
—Me imagino que esto es un hospital, ¿no es así?
—Exacto.
—¿Y sabe qué ha pasado?
Dos voces sonaron entonces a un mismo tiempo, pero Serena se dio cuenta de que la mujer de la bata blanca, la doctora, no había sido quien había hecho aquella pregunta.
La pregunta había salido de los labios de un hombre que estaba a unos metros de ellas. Un hombre cuya estatura y complexión llenaban por completo el hueco de la entrada.
Era alto y seguro de sí mismo, con un aspecto casi amenazador. ¿Amenazador? La palabra inquietó a Serena. Estaba segura de que no había visto jamás a ese hombre. Entonces, ¿por qué lo describía así? No sabría decirlo, pero le parecía bastante extraño.
—¿Lo sabe? —insistió el hombre.
El intrigante acento que Serena había notado minutos antes se intensificó por la forma en que el hombre hizo la pregunta.
—¿Puede decirme cómo ha llegado hasta aquí?
Eso era difícil de responder. Serena trató de recordar para responderle, pero lo único que vino a su mente fueron pensamientos confusos y recuerdos vagos. También sensaciones de ruido y pánico, un tremendo golpe y alguien gritando de miedo.
¿Habría sido ella misma quien había gritado?
—Yo… me imagino que ha debido ser algún tipo de accidente.
—¿Qué tipo de accidente?
A pesar de que el hombre no se había movido de la puerta, su modo de hablar la hizo sentirse como si hubiera entrado en el dormitorio y casi como si la tuviera atrapada contra la pared.
—¡No lo sé! —exclamó, enfrentándose por primera vez a sus ojos—. ¿Por qué no me lo dice usted?
¿Quién era aquel hombre? ¿Otro doctor? Pero no llevaba ninguna bata blanca como la mujer que seguía sentada a su lado, sino un traje oscuro de buena tela y perfecto corte que solo un hombre de posición acomodada podría permitirse.
Pero quizá fuese porque tenía un cargo más alto que la mujer. Podría ser un cirujano o un especialista. ¿No prescindían a veces de la bata blanca y había que dirigirse a ellos como señor tal y no como doctor tal?
Fuera quien fuera, era impresionante, un hombre guapísimo. Mirarlo era como mirar directamente al sol. Tenía el mismo efecto devastador sobre sus sentidos.
Era un hombre muy alto y su abundante cabello era de un color negro, como el azabache. Lo llevaba peinado hacia atrás, de un modo que resaltaba los pronunciados rasgos de su rostro. Serena observó detenidamente su nariz recta, así como la mandíbula firme y la boca sorprendentemente sensual, pero fueron los ojos lo que más le llamaron la atención. Rodeados de unas pestañas oscuras y fuertes, eran de un color dorado profundo, casi del color del fuego e igual de