Asombro ante lo absoluto. Héctor Sevilla
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Héctor Sevilla
Asombro ante lo absoluto
Ocho actitudes
en presencia de lo sublime
© 2020 by Héctor Sevilla
© 2021 by Editorial Kairós, S.A.
Composición: Pablo Barrio
Diseño cubierta: Katrien Van Steen
Imagen cubierta: Pexels, Pixabay
Primera edición en papel: Febrero 2021
Primera edición en digital: Febrero 2021
ISBN papel: 978-84-9988-843-9
ISBN epub: 978-84-9988-876-7
ISBN kindle: 978-84-9988-877-4
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Para quienes aún son capaces de asombrarse
Desmenuzando el asombro
Todos hemos realizado conjeturas sobre el motivo que nos depositó en este mundo, en medio de las condiciones en las que vivimos. Es posible que mantengamos ciertas creencias sobre lo que permite que exista la vida humana, no en el sentido de conocer las explicaciones del origen de esta, sino en razón del motivo oculto que orilló a que las cosas fueran así. Existen supuestos que apuntan a que una entidad omnipotente creó la materia y de ahí derivó el orden que conocemos. No obstante, en la postrimería de cada día, mientras la luz se apaga antes de dormir, quizá reconocemos que nuestras explicaciones son insuficientes, insatisfactorias o hasta insensatas, sin que importe demasiado si son compartidas o no. Justo en el momento en el que reconocemos que lo sabido es inferior a lo que está por saberse, o que los conocimientos adquiridos son menores en comparación a los que nunca tendremos, germina una leve sensación de asombro. Para que este despunte, necesita de un ambiente de humildad, uno en el que la persona reconozca la carencia de sus respuestas. No hay asombro en la autosuficiencia, como tampoco existe sensibilidad en el hermetismo hacia lo que nos rodea.
El asombro es una vivencia que se desprende de la incertidumbre ante algo que capta de manera intensa nuestra atención. No sabemos cómo explicar lo que intuimos u observamos, pero concluimos que es real porque nos sabemos testigos de ello. El asombro está por encima de lo que podemos dominar a través de los conceptos comunes. Lo asombroso rompe con la cotidianidad, modifica nuestra perspectiva y nos ofrece la noción de que hay algo más, por encima de lo humano, que no se sujeta a sus nominaciones o límites. Un infante se asombra ante un mundo que le parece desconocido, pero, una vez que es sometido a las conceptualizaciones y a la explicación colectiva en torno a aquello que lo rodea, termina por perder o disminuir su sentido del asombro. El humano adulto, distraído en sus ocupaciones cotidianas, reduce su atención hacia lo que no ofrece un redito inmediato o una ganancia particular. A pesar de no poder explicar varias cosas y fenómenos que lo rodean, el adulto se ha contentado con suponer que todo es ordinario y que no hay motivo para perder el tiempo tratando de contactar con algo más allá de lo que está frente a sus ojos. Perder el asombro implica inhabilitar el vínculo con la incertidumbre, de modo que se obstaculiza el planteamiento de nuevas alternativas.
De la vivencia del asombro deriva una especie de clarividencia hacia lo absoluto. Cuando un investigador, un filósofo o un artista tratan de descubrir, explicar o expresar su mensaje, suelen experimentar la convicción de que hay algo que aún no se ha descubierto, explicado o expresado del modo particular en que lo intentan hacer. Lo no sabido, lo no entendido y lo no expresado conjuntan la dimensión de lo aún no penetrado. Si bien abundan diversos intentos por desenmascarar la dimensión que ha permanecido oculta, también es notorio que se mantiene vigente el presentimiento de algo que continúa velado.
Lo absoluto no apunta de forma exclusiva a las ideas sobre la divinidad que están involucradas con las religiones milenarias o con sus nuevos brotes, sino que concierne también a lo que aún no se ha explicado, a lo que permanece desconocido. Lo absoluto es una especie de ámbito en el que no ha logrado integrarse el ser humano, a pesar de estar involucrado en cierto modo; lo absoluto no se delimita a lo subjetivo, existe de suyo, no posee la necesidad de ser avistado o reducido a un nombre; lo absoluto no se encuentra en un mundo distinto o un espacio alterno, se encuentra también en lo particular, a pesar de la aparente incongruencia de tal orden de ideas. Lo particular contiene lo universal, del mismo modo en que nuestro precario cerebro contiene ideas y nociones que no se suscriben de manera material a su entorno. Las ideas son más grandes que sus contenedores, siempre y cuando se entienda que la grandeza no está sometida a nuestros usuales parámetros del tamaño físico.
El asombro ante lo absoluto no alude a una confrontación con lo transpersonal, sino a la asunción de su envolvimiento. No tenemos frente a nosotros lo grandioso, sino que nos rodea, nos envuelve de un modo que difícilmente podría ser expresado sin la analogía. El hombre y la mujer de nuestro tiempo están obligados a dar una respuesta ante su asombro, una vez que este ha logrado emerger. Esta condición ineludible de la reacción tras el asombro amplía las alternativas del contenido de esta. Existen distintas actitudes o posturas para dar contestación o continuidad al asombro experimentado. Todo asombro, por tanto, viene acompañado de una derivación conductual, así como cada nuevo aprendizaje produce un efecto en la vida. La única manera de no responder ante el asombro es que no acontezca. En ese sentido, no asombrarse es perder la oportunidad que cada vida contiene. Quien no se asombra no logra escapar de lo establecido, se mantiene reaccionando de manera controlada, evita ser partícipe, elude a su categoría de testigo de la maravilla de estar aquí, de ubicarse en el mundo, de entenderse único, de intuirse distinto y de saberse sin saberes definitivos. Vivir sin asombro es como asistir a una película y cerrar los ojos, o estar en un gran concierto con tapones en cada oído, es similar a estar frente a otra persona y no encontrar su mirada, es parecido a observar un espejo sin percibir que no se es quien está ahí.
Entre los motivos para realizar este libro se encuentra mi propio asombro. En mi experiencia he reiterado la sensación de la incertidumbre, no la que se desprende de no indagar, sino la que sobreviene cuando se constata la pequeñez de las explicaciones circundantes. Que una explicación sea insuficiente no demerita el esfuerzo humano ni constituye una ofensa al noble intento que realizan los que desean conocer; por el contrario, asumir la insuficiencia es una prueba de que retornamos al punto de partida en el cual distinguimos entre lo que el humano puede lograr y aquello que escapa de sus habilidades. Del mismo modo en que nuestros ojos no son capaces de mantener fija su focalización hacia el sol, existen aspectos que no conocemos porque no poseemos la facultad de focalizarlos, al menos hasta esta etapa evolutiva o en esta dimensión particular. A nadie se le podría culpar por no poder contener la respiración bajo el agua durante más de tres días, por no ser capaz de volar, o por no tener una estatura superior a los cinco metros; en ese sentido, afirmar que los alcances de nuestro conocimiento son limitados no tendría que representar una ofensa, sino la ubicación de nuestra situación en torno a lo transpersonal.
Así como cuando un explorador llega a la cima de una montaña y se siente satisfecho por su logro, avanzar en el terreno del conocimiento nos reserva una sensación placentera que se vuelve aliciente para continuar; no obstante, estando en la punta de la montaña se acepta que la imaginaria línea vertical hacia arriba es mucho mayor que la que hemos recorrido en relación con el punto de partida. De manera similar, situarse en el límite del potencial humano conduce al avistamiento de lo que no es escalable, puesto que no hay apoyo posible de nuestro pie en el aire. El siguiente escalón, situado más allá de