Rasputín. Alexandr Kotsiubinski
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Grigori Rasputín entre 1900 y 1910.
Título original:
© Limbus Press, St. Petersburg, 2003
© De la traducción del ruso: Jorge Ferrer Díaz
© Editorial Melusina, s.l.
www.melusina.com.
Diseño gráfico: David Garriga
Primera edición: diciembre de 2005
Primera edición digital: octubre de 2020
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eisbn: 978-84-18403-13-2
Contenido
Introducción
Grigori Rasputín se ha convertido hoy en una marca comercial rusa, comparable a las de Literatura rusa o Revolución rusa. A Rasputín lo conocen: se han rodado películas sobre
su vida, se han escrito libros, se escuchan canciones sobre él, su nombre se utiliza para bautizar tiendas, restaurantes y bebidas alcohólicas, se discute acerca de él. De vez en cuando, los medios de comunicación rusos se afanan en buscar un candidato al apelativo de «Rasputín de nuestros tiempos» y suelen tener éxito en sus pesquisas.1
Los estudios sobre Rasputín, una virtual Rasputiniana universal, alimentan sus nóminas bibliográficas con una enorme cantidad de artículos de periódicos y revistas, así como con un extraordinario número de folletos y libros.2 No obstante, ocurre algo muy curioso y es que, a pesar de la animosidad, la proliferación textual y la duración de las discusiones acerca de Rasputín, ni el fenómeno histórico del «funesto» starets3 ni su propia personalidad han cobrado ni siquiera un ápice de claridad, si se comparan las actuales cotas con el nivel de conocimiento que se tenía de él cuando, a finales de la década de los años diez y principios de la de los veinte del siglo pasado, comenzó la acumulación original de materiales informativos y analíticos acerca de su persona.
A menudo, los creadores de «nuevas versiones» no hacen más que utilizar los viejos mitos acerca del «último favorito del último zar» que recogen todas las crónicas pueriles, o intentan construir hipótesis originales apoyadas principal y, a veces, exclusivamente en la imaginación de sus autores. La razón primordial de esta suerte de callejón sin salida historiográfico estriba en que, a pesar de su gran y evidente significación, el tema de Rasputín continúa siendo para los historiadores una especie de «aperitivo» o de «guinda», indigno de ser elevado a la categoría de primer plato historiográfico.
En los trabajos científicos de entidad real, los capítulos dedicados a G. Y. Rasputín no pasan de cumplir un papel secundario en la exposición.4 Por otra parte, las obras que tienen a Grigori Rasputín como figura principal no pueden ser consideradas trabajos científicos en el sentido estricto de la expresión, toda vez que carecen de aparato bibliográfico o crítico5 o los contienen en una cantidad a todas luces insuficiente.6 En el mejor de los casos, los libros sobre Rasputín se limitan a incluir un listado general de obras consultadas y materiales de archivo que guardan relación con el tema de la investigación. Pero aun así, no se aclara cuáles de esas fuentes fueron utilizadas por el autor durante su trabajo, ni en qué medida.
No es difícil comprender que en esas circunstancias resulta imposible cualquier discusión científica seria y plena, dicho sea en el sentido de que ayude a encauzarla hacia los márgenes de la verdad. En realidad, y aun sin pretenderlo, no se hace otra cosa que convertir el trabajo sobre Rasputín en una disputa letrada banal y casi siempre estéril.
La «investigación histórica» que publicó A. N. Bojanov en 2000 testimonia perfectamente esa situación. Bojanov describe al autor de otra monografía sobre Rasputín aparecida ese mismo año, E. S. Radzinski,7 con toda una ristra de epítetos francamente vulgares, aseverando, en concreto, que Radzinski «dista de ser el único» de entre los «autores vivos que se dedican al tema [de Rasputín]», pero que «sin ninguna duda se trata del más prolífico autor de libelos y el más exitoso de entre los vendedores de mercancía barata».8
Tampoco tiene A. N. Bojanov la menor piedad con los autores «ya fallecidos», sin molestarse en aportar ninguna prueba concreta que apoye sus dictámenes. Así, para Bojanov, las memorias del antiguo presidente de la cuarta Duma estatal, M. V. Rodzianko,9 son «el más vivo ejemplo de degradación moral»,10 el libro del sacerdote Iliodor, la obra de «un demente»11 «sencillamente abrasado por las más extravagantes alucinaciones eróticas»12 y los testimonios del líder de la Unión del 17 de octubre, A. I. Guchkov,13 un ejemplo de «ofuscamiento de la conciencia».14 Respecto de las memorias de Matriona,15 la hija de Grigori Rasputín, que publicó la editorial rusa Zajarov en 2000, Bojanov las califica de forma inapelable como apócrifas, «pequeñas perlas en un marasmo literario»,16 afirma, «urdidas» por un autor desconocido.17 Es curioso que A. N. Bojanov no discuta la autenticidad de otra edición de las memorias de Matriona Rasputina —Rasputin: The Man behind the Myth—18 aparecida en Londres en 1977, a pesar de que contiene ejemplos similares de «memorística marasmática» (el término es de Bojanov), como el relato de la primera experiencia sexual de Rasputín o la anécdota de la muerte de su hermano, que él mismo había aducido de forma contundente para evidenciar la «falsedad» de las memorias publicadas en Rusia.
Amén del encono y la incorrección exagerados en que incurren los contendientes de la polémica, la carencia de un enfoque científico hacia Rasputín inevitablemente se traduce en un inagotable flujo de errores en materia de datos y hechos, y en toda una serie de detalles claramente inventados, lo que no evita que algunos autores hagan uso de ellos conscientemente. No se trata únicamente de ciertas licencias de ficción, como en el caso de la novela de Iván Nazhivin,19 donde la fantasía del autor pretende erigirse en «verdad artística»; existe también un buen número de obras en las que Grigori Rasputín, más que como personaje histórico, aparece ya plenamente como un personaje literario.20
El exceso de información y aproximación periodísticas que