Escuelas que emocionan. Jose´ Ramiro Viso
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Dedicado a los que creen que merece la pena aprender siempre
y que es posible ser razonablemente felices.
En especial, a aquellos maestros y maestras que, a lo largo y
ancho del mundo, lo intentan consigo mismos y se
lo inculcan a sus alumnos y alumnas.
Y dedicado, ¡cómo no!, especialmente en estos tiempos difíciles,
a papá y a mamá, por hacerme disfrutar de mis primeras emociones
y a los de casa, Raquel, Marco, Jaime, Pablo, que aguantáis
como campeones el carrusel de emociones que supone
compartir tanto tiempo durante tantos años.
Vivir con vosotros es emocionante.
Contenido
Capítulo uno. Emociones, inteligencia emocional y educación emocional
Capítulo dos. Modelo de competencias emocionantes (MCE)
Capítulo tres. Confortabilidad emocional
Capítulo cuatro. Ejemplaridad emocional del docente
Capítulo cinco. Alumnos emocionalmente saludables
Capítulo seis. La evaluación en el modelo de competencias emocionantes
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Prólogo
Pablo Fernández Berrocal
Catedrático de Psicología y
director del Laboratorio de Emociones de la UMA.
Inteligencia Emocional, asignatura indispensable en tiempos de crisis
Primavera del 2020. Mientras escribo este prólogo nuestro país, España, lleva más de dos meses de confinamiento por la COVID-19 como gran parte de nuestro planeta. Espero que cuando lector de este libro lo tenga en sus manos hayamos vuelto ya a la normalidad o, al menos, a una nueva normalidad que nos permita recobrar gran parte de nuestras vidas tal como las conocíamos. Una nueva normalidad en la que cuando nos crucemos con un amigo por la calle y nos pregunte “¿Qué tal?, ¿cómo estás?”, podamos responderle “Bien, muy bien”. Ahora estamos en esta situación de confinamiento tan única y diferente que tendríamos que remontarnos a la Guerra Civil para encontrar en nuestro país un acontecimiento comparable. Curiosamente, y a pesar de ello, si preguntáramos en esta situación a un amigo “¿Cómo estás?”, también tendríamos la misma respuesta, “Bien”; aunque, quizá, con un tono de voz más bajo. Es un fenómeno psicológico muy interesante. A los adultos nos cuesta mucho reconocer nuestros estados emocionales, sobre todo si lo hacemos en público, porque intentamos mantener una imagen de nosotros mismos que no es real, una imagen idealizada, distorsionada y contradictoria, en especial, en tiempos de crisis. Diferentes investigaciones que se han hecho durante el confinamiento y que han preguntado a las personas de forma anónima cómo se han sentido durante las últimas semanas indican algo muy diferente. En concreto, más del 90% de las personas expresan que se han sentido con emociones negativas: ansiosas, con miedo, preocupadas, abrumadas y tristes. En cambio, solo un 6% de las personas expresan emociones positivas como esperanzada y agradecida. Estos resultados indican que cuando se pregunta de forma totalmente anónima por los estados emocionales que estamos sintiendo predominan las emociones negativas. ¡Uf!, las emociones, ¡malditas emociones! Estamos en una situación crítica en la que nos gustaría ser como esa visión idealizada que tenemos de nosotros mismo de seres racionales y que representa magistralmente la escultura El Pensador de Rodin. Pero las emociones que estamos sintiendo, como las que muestran estas encuestas hechas durante el confinamiento, son muy intensas y desagradables, y difíciles de ignorar. Las neurociencias y la psicología han mostrado con autores como Joseph Ledoux y Antonio Damasio que antes que seres racionales somos seres emocionales. Y que deberíamos sustituir el famoso “cogito ergo sum” de Descartes por el “siento luego existo”, como le gusta decir a Damasio. Pero las personas, a pesar de ser unos monitos muy emocionales, no sabemos cómo funcionan nuestras emociones y en un momento tan complicado como es este largo confinamiento, pues resulta todavía más difícil gestionar las emociones. Aparcar el coche es muy fácil cuando el aparcamiento está vacío. Nuestra inteligencia espacial no se pone a prueba cuando el aparcamiento está vacío, sino cuando vamos al centro comercial un sábado a última hora, no hay ningún hueco y tenemos que aparcar en sitios casi imposibles. Es en ese momento cuando se aprecia cuál es nuestra inteligencia espacial. Lo mismo ocurre con la gestión de nuestras emociones. En situaciones extremas, como la que estamos sufriendo, es cuando se valoran cómo son mis competencias emocionales. Durante esta cuarentena estoy escuchando muchas frases de este tipo tanto en las redes sociales como en diferentes medios: “Crisis es igual a oportunidad”.
Comentarios del tipo, “esta crisis es un momento mágico”, “lo que estamos viviendo y lo que está ocurriendo es una oportunidad excepcional para crecer” y blablablá. A mí, y no siento decirlo, me parece sencillamente una estupidez. ¿Por qué? Porque una crisis sin herramientas adecuadas para afrontarla es una oportunidad para hundirse. Si una persona no tiene, o no le facilitamos, las herramientas adecuadas en una crisis, ¿cómo la va a superar?, ¿acaso por generación espontánea? Y de eso se trata, tenemos que dar a las personas las herramientas adecuadas para que puedan gestionar una crisis, esta crisis, ya sean herramientas sanitarias, psicológicas o económicas. Si no les damos las herramientas lo que estamos haciendo es hundirlas, lanzarlas al precipicio, dejar que el más puro darwinismo funcione, que actúe la más pura supervivencia y que sobrevivan los más adaptables.
Afrontar esta crisis con éxito implica una revolución emocional. Primero, asumir que somos seres emocionales, pero también, que no sabemos cómo funcionan nuestras emociones y que, además, no tenemos ni idea de cómo gestionarlas. Por esta paradoja, surgió hace 30 años, en 1990, el concepto de inteligencia emocional, propuesto por los científicos Peter Salovey y John Mayer, dos autores que desconoce el gran público que, más bien, se ha acercado a esta temática a través de los libros de divulgación de Daniel Goleman.
Vivimos en sociedades posmodernas con los recursos y las tecnologías más avanzadas de todos