La sorpresa del millonario. Kat Cantrell
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2016 Kat Cantrell
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La sorpresa del millonario, n.º 182 - noviembre 2020
Título original: The CEO’s Little Surprise
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-957-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo Uno
Cuando los neumáticos del coche de Gage Branson comenzaron a rodar por Dallas, Arwen se puso a aullar acompañando a la radio. Gage se preguntó si era una buena idea haberse traído a la perra a aquel viaje de negocios.
Claro que no era un viaje de negocios normal, a menos que se considerara así presentarse en la oficina de tu antigua novia sin previo aviso y sin haber sido invitado.
Y Arwen no era una perra normal. Era su mejor amiga, y la única vez que la había dejado en un hotel para perros se había negado a dirigirle la palabra durante una semana.
Arwen y Gage compartían el gusto por la carretera, y a este no le importaba la compañía del animal mientras se dirigía a Dallas para cobrar una deuda que le debía hacía mucho tiempo la directora general de Fyra Cosmetics.
Los productos de cuidado de la piel de GB Skin for Men, la empresa que, gracias a él, había incrementado enormemente sus ganancias, tenían mucha aceptación entre los hombres que pasaban tiempo al aire libre, como los atletas profesionales, los senderistas e incluso los leñadores.
Gage se había gastado millones en diseñar un nuevo producto para cicatrizar heridas. Lo había lanzado el mes anterior y había monopolizado el mercado. Pero, ahora, la empresa de su exnovia intentaba robarle el éxito con un producto propio.
No lo iba a consentir.
Los aullidos de Arwen se habían vuelto insoportables.
–¡Cállate, Arwen!
La perra inclinó la cabeza y lo miró.
–Bueno, da igual –masculló Gage y apagó al radio.
Siguió conduciendo hasta llegar al aparcamiento de la sede central de Fyra Cosmetics.
«Muy bonito», pensó.
Antes de salir de Austin había buscado en Internet fotos para ver cómo era el edificio que Cassandra Claremont había construido con sus socias, que también eran sus amigas, pero Internet no hacía justicia a la moderna construcción de acero y cristal de cinco pisos, cuyo logo dominaba el paisaje.
–Quédate aquí y no juegues con la palanca de cambios –le dijo a Arwen.
A Cass le había ido muy bien gracias a él, que había sido su mentor durante ocho meses. Estaba en deuda con él. Y haría que lo reconociera recordándole el tiempo en que ella no tenía ni idea de cómo navegar por las aguas infestadas de tiburones de la industria cosmética.
Si tenía suerte, a Cass le picaría la curiosidad lo suficiente para recibirlo enseguida. Gage no había querido avisarla para no eliminar el factor sorpresa, ya que estaba allí para apoderarse de la fórmula secreta de Cass.
Tan secreta era que él no debería conocer su existencia, ya que no había salido al mercado. Sus fuentes le habían informado de que los laboratorios de Fyra habían desarrollado una fórmula milagrosa de propiedades cicatrizantes para eliminar arrugas y cicatrices. Habían insistido en que era mejor que la suya. Y él la quería.
Y no iba a pedírsela por teléfono. Hacía casi nueve años que no hablaban.
–Gage Branson, ¿a qué debo el honor de tu visita?
La ronca voz femenina le llegó por detrás. Se volvió y se quedó de una pieza.
–¿Cass?
–Eso creo. ¿O me he dejado el rostro en el otro monedero?
–No, lo tienes donde lo dejé –era hermoso y el de una mujer fantástica.
Aquella