Sentir, entender, amar, creer. Rafael Gómez Pérez
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Para una fenomenología del corazón
© Del texto, Rafael Gómez Pérez
© De la edición, Ediciones Trébedes, 2020. Centro Comercial Buenavista, Local 45, Av. Portugal s/n. 45005 - Toledo
Imagen de portada: El regreso del hijo pródigo de Pompeo Batoni, Kunsthistorisches Museum, Wien.
Correctora: María Alcaide Escalonilla
www.edicionestrebedes.com
ISBN: 978-84-122679-5-2
ISBN de la versión impresa: 978-84-122679-4-5
Edita: Ediciones Trébedes
Printed in Spain. Impreso en España.
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Rafael Gómez Pérez
Sentir, entender, amar, creer
Para una fenomenología del corazón
Ediciones Trébedes
Introducción
«El corazón tiene sus razones que la razón no comprende»: esta célebre frase de Pascal parece indicar una oposición entre lo racional y lo cordial. No. Es una afirmación paradójica, una contradicción aparente. La paradoja es una verdad que solo se advierte en una segunda reflexión. No hay oposición natural o de raíz entre lo racional y lo cordial. Lo demuestra el hecho repetido de que, en muchas personas, existe una armonía, aunque cambiante, entre esas dos fuerzas, porque eso son.
Lo racional parece tener contornos más netos que lo cordial. Con la razón se llega al concepto que posee propiedades generales y válidas en cualquier tiempo. El corazón no mira nunca, por su propia naturaleza, a lo general, sino a lo particular, a lo individual. A causa de esa dispersión se ha estudiado mucho más lo racional que lo cordial. Pero lo cordial, las cosas del corazón, ha estado y está presente en la mayoría de las actuaciones humanas. Lo está también y, profusamente, en muchos textos-raíces de la cultura humana, empezando por la Biblia. Las páginas que dedico al Antiguo Testamento y al Nuevo, así como al principal de los Padres de la Iglesia que trataron del corazón, san Agustín, podrán parecer más que nada un índice, pero se trata de hacerse una idea de la presencia continua del corazón.
Sigo luego el rastro del corazón en el Islam, la literatura y en el pensamiento, con muestras que distan mucho de ser completas, pero sí algunas de las más señaladas.
Termino con dos temas espirituales muy ligados al corazón: la filiación divina y la devoción al Corazón de Jesús.
Intento en estas páginas estudiar más de cerca cosas del corazón. El propósito no es racionalizarlo. Es dar algunas pistas para una pedagogía y unas decisiones que lleven a poseer un buen corazón. Aunque corazón, las cosas del corazón remiten antes que nada al amor, se verá que el corazón es algo múltiple, con muchas funciones. El corazón implica a los sentidos, a la memoria, a la inteligencia, a la voluntad. Dar el corazón es darse.
1. Cuerpo, alma, espíritu: corazón
A pesar de tener una extensa historia literaria y una presencia en el lenguaje común, afirmar que en los seres humanos existe solo una composición de cuerpo y alma es una verdad incompleta.
La composición es más sutil y a la vez más diáfana: cuerpo, alma y espíritu. Como se lee en este texto de san Pablo: «Que Él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu (neuma), el alma (psique) y el cuerpo (soma), se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tesaloniceses 5, 23).
Lo corporal es claro. El alma es lo que anima a un ser corporal. Por eso puede hablarse de alma vegetal y de alma animal. Pero en el ser humano existe, dentro de la unidad individual, del ser persona, una tercera dimensión, el espíritu, por el que puede abrirse o cerrarse a lo trascendente.
Si se desea un término que englobe esa tríada, propongo el de corazón, que es sinónimo de persona y de yo, no del ego. El corazón es corporal, un músculo, pero la misma palabra se emplea para todo lo que hay o puede haber en el alma y en el espíritu. Cuando en el Salmo 84, 3 se dice: «mi corazón y mi carne saltan de júbilo por el Dios vivo», la carne expresa lo corporal; el corazón, el alma y el espíritu.
2. El corazón en el Antiguo Testamento
«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón»
(Deuteronomio 6, 5)
El término hebreo para corazón es leb o lebab. La primera aparición es en Génesis 6, 5: «Viendo Yahveh que la maldad del hombre cundía en la tierra y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal, le pesó a Yaveh de haber hecho al hombre en la tierra y se indignó en su corazón». Era un uso literario de atribuir un corazón a Dios (pero no lo será a Cristo). El texto lleva a pensar que el corazón es sinónimo de vida y, por tanto, sede de pensamientos, de intenciones, de determinaciones. Algo del entendimiento, pero también de la voluntad y de las pasiones.
La historia de Israel es la historia de la bondad de Dios, de las traiciones de los hombres hacia Él, de su ira y castigo, de sus perdones y de la promesa de una reconciliación definitiva, que se cumpliría en Cristo. El corazón es el que peca y el que se arrepiente: por eso Dios perdona siempre «si de todo corazón os volvéis a Yahveh» (1 Samuel 7, 3).
Decir del corazón, al corazón, decirse en el corazón, hablar al corazón
Decirse o decir o hablar en el corazón (por primera vez en Génesis 8, 21, al aspirar Yahvé el holocausto realizado por Noé después del diluvio) se usa con mucha frecuencia en la Biblia. Sobre Ana, la madre de Samuel, se escribe que «hablaba en su corazón y solamente movía los labios» (1 Samuel 1, 13). En cambio, cuando se habla al corazón suele ser para expresar sentimientos como el del amor: Rut 2, 13: «has hablado al corazón de tu sierva».
Lo que tiene su origen en el corazón
Del corazón son:
los pensamientos: «cuál es el pensamiento, tal es el corazón» (Proverbios 23, 7). Porque el corazón debe entender «inclinando tu corazón a la prudencia» (2, 2); para que «entre la sabiduría en tu corazón» (2, 10). En el mismo libro: «sensato de corazón» (15, 14), aspirando a la sabiduría (10, 8); «el corazón inteligente busca la ciencia» (16, 21); «mediré en mi corazón» (24, 32). Es sede de la verdad (Salmo 15, 2); «dile la verdad en su corazón». El corazón tiene que comprender (Isaías 44, 18). Es entendimiento: «hasta el día de hoy nos había dado Yahvé corazón para entender» (Deuteronomio 29, 3);
la libertad. Buscar a Dios es también tarea del corazón: «Buscarás a Yahvé tu Dios y lo encontrarás si lo buscas con todo tu corazón y con toda tu alma» (Deuteronomio 4, 29). El corazón quiere y quiere libremente: impulsa a obrar (Éxodo 25, 2; 35, 5, 21 y 29);
en ese contexto está el primer precepto de todos: «Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza», donde alma y fuerza parecen una feliz redundancia porque todo se reduce a «Amarás con todo tu corazón». Por ser lo primero, lo esencial y existencial a la vez para el ser humano, el precepto y su ofrecimiento para y en la libertad aparece constantemente (Josué 22, 5; 23, 14; 1 Reyes 2, 4; 8, 48; 2 Crónicas 6, 38; Josué 24, 23; Jueces 9, 3; 1 Reyes 8, 58). Libres son las determinaciones: «he decidido en mi corazón» (2 Crónicas 29, 10);
la voluntad, las obras; en Génesis 8, 21 Dios decide no volver a maldecir el suelo a causa del hombre, porque «las trazas del corazón humano son malas desde su niñez»;
los proyectos y planes: (2 Samuel 7, 3; 1 Reyes 8, 23);
las intenciones, los propósitos (1 Crónicas