Memorias de Cienfuegos. Alberto Vazquez-Figueroa

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Memorias de Cienfuegos - Alberto Vazquez-Figueroa


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      Categoría: Novela histórica

      Colección: Biblioteca Alberto Vázquez-Figueroa

      Título original: Memorias de Cienfuegos

      Primera edición: Abril 2021

      © 2021 Editorial Kolima, Madrid

      www.editorialkolima.com

      Autor: Alberto Vázquez-Figueroa

      Dirección editorial: Marta Prieto Asirón

      Portada: Silvia Vázquez-Figueroa

      Fotografía de portada: @Shutterstock

      Maquetación: Carolina Hernández Alarcón

      ISBN: 978-84-18811-01-2

      Impreso en España

      No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares de propiedad intelectual.

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      Memorias de Cienfuegos

      Alberto Vázquez-Figueroa

      Prólogo

      Han pasado cuarenta años desde que naciera Cienfuegos. Fueron tales la fuerza y el éxito literario del personaje que el primer título se extendió hasta convertirse en una serie de siete libros que Alberto Vázquez-Figueroa estuvo escribiendo y publicando durante una década en los años 80 impulsado por la fascinación que sentía por el choque de dos civilizaciones diametralmente opuestas que supuso el descubrimiento de América.

      Cienfuegos –nacido en la remota isla de La Gomera, analfabeto y cabrero, para más señas– ha sido seguramente la criatura más exuberante, disparatada y auténtica que la desbordante imaginación del novelista canario haya creado en su extensa producción literaria. Un personaje extremo que a lo largo de la saga fue creciendo hasta transformarse en un auténtico héroe de leyenda.

      Junto a él, Vázquez-Figueroa se embarca en la bodega de una de las naves de Cristóbal Colón camino del Nuevo Mundo (aunque ya sabemos que ellos iban a otro sitio), y con él recorre las inexploradas tierras americanas convirtiéndonos en testigos de primera mano de las que pudieron ser las hazañas y desventuras de los audaces españoles que en el siglo XV osaron atravesar el Océano Tenebroso y adentrarse en exóticas tierras vírgenes rebosantes de mil y un peligros.

      Nunca antes la historia del Descubrimiento se había contado de forma tan amena y sorprendente, lo que explica el rotundo éxito de una saga de libros que ya son todo un clásico y que han leído millones de personas en todo el mundo.

      El lector, igual que Ingrid Grass, la vizcondesa de Teguise, se enamora irremediablemente, en apariencia de forma inexplicable, del cateto pelirrojo, pero los encantos del que no tiene más posesión que su inagotable perspicacia son tantos que sobrepasan con mucho las limitaciones de sus orígenes humildes y rústicos. Cienfuegos se va haciendo grande en proporción al tamaño de los desafíos y penalidades que tiene que atravesar, demostrando que la inteligencia no depende de los títulos universitarios, y que la grandeza del ser humano estriba en la grandeza de su alma, siendo la de Cienfuegos la más noble y libre que nadie pueda tener.

      Alberto Vázquez-Figueroa da rienda suelta a su talento y deja hacer a un personaje cuya capacidad e inventiva para superar peligros y dificultades asombra, y cuyo desmedido afán de libertad despierta los anhelos y sueños más profundos del lector atrapado en una vida rutinaria y predecible. Muchas veces Iche se encontró a su marido riéndose a carcajadas en su despacho en la parte alta de su casa de Lanzarote mientras trabajaba. El escritor le contaba que la culpa la tenía Cienfuegos –que campaba ya a sus anchas por las líneas de sus novelas– con sus ocurrencias y su sentido del humor, de una lógica tan aplastante como la de un niño, casi surrealista.

      Con estas premisas no sorprende que Alberto Vázquez-Figueroa recibiera durante años innumerables peticiones para continuar la serie que se cerró tras el séptimo libro publicado, «pues alguna vez tenía que acabar».

      Pero ahora, tres décadas después de la publicación del último libro de la saga y desde el prisma único que da la madurez (del autor y del personaje), ese deseo de muchos lectores se ha hecho realidad y Cienfuegos vuelve con sus memorias en un ejercicio literario magistral que recoge los momentos más interesantes de la historia del descubrimiento de América, con un estilo brillante que destila socarronería y sabiduría a partes iguales.

      Sin duda este es un broche de oro a una saga que ha hecho historia en la literatura y que se puede leer de forma independiente, y que asombrará a muchos por su rigor histórico a pesar de ser una insuperable novela de aventuras que solo Alberto Vázquez-Figueroa podía escribir.

      La editora

      Capítulo I

      –Permitidme que me presente; me llamo Bernardo Olivar, Marqués de Peñagrande, y os pido disculpas por el retraso. Con semejante diluvio los caminos han quedado intransitables. ¿Cómo os encontráis?

      –Muy bien porque imagino que pocos seres humanos de tan humilde cuna y tan escasa fortuna hayan acabado residiendo en un palacio tan fabuloso.

      –¿Y cómo os tratan?

      –Como al mismísimo emperador, aunque empiezo a preguntarme si en realidad soy huésped o prisionero.

      –Sois huésped porque a los ojos de Su Majestad ninguno de estos cuadros, tapices, fuentes o estatuas, e incluso me atrevería a decir que el conjunto de todos ellos, valen lo que Vos. Únicamente son objetos que tal vez formen parte de la historia, mientras que Vos sois la historia misma.

      –¿Por eso se me vigila a todas horas?

      –No es vigilancia; es protección.

      –¿Protección de qué? Ya no tengo enemigos; todos murieron, y si por casualidad alguno respirara apenas le quedarían fuerzas para levantar la espada.

      –Vuestros enemigos no son de temer, puesto que habéis demostrado sobradamente saber cómo eliminarlos; lo que a Su Majestad le preocupan son «sus» enemigos, que por desgracia proliferan.

      –Me esfuerzo por entenderos, pero en verdad me resulta difícil aceptar que un simple cabrero preocupe a su Alteza.

      –Le preocupa, y mucho, mi estimado amigo. ¡Mucho! ¿Acaso tenéis una idea de lo que darían portugueses, ingleses, holandeses o franceses por saber lo que Vos sabéis sobre el Nuevo Mundo? ¿Quién conoce mejor sus ríos, montañas, selvas, costas, vientos, y sobre todo los «derroteros» que sirven para llegar de un lado a otro?

      –¡Visto así…!

      –¿Y qué otro modo hay de verlo? ¿Conocéis a alguien que haya pasado más de veinte años, ¡casi treinta!, recorriendo ese Nuevo Mundo de punta a punta?

      –A nadie ciertamente.

      –Pues ahí está la respuesta. Sois el único que tiene gran parte de ese continente en la cabeza y Su Majestad en persona me ha ordenado que recoja la información que atesoráis, y que resultará mucho más importante que todo lo que encierra este palacio, por muy Alcázar de Sevilla que sea. Sus muros seguirán aquí durante siglos, pero por desgracia vuestra memoria no.

      –¿Acaso pensáis abrirme la cabeza para ver lo que guardo en ella?

      –Difícil resultaría puesto que, por cuanto sé de Vos, la tenéis muy dura, pero pienso exprimiros hasta obtener la última gota de vuestra sabiduría.

      –Nunca


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