Caudillos y Plebeyos. Julio Pinto Vallejos

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Caudillos y Plebeyos - Julio Pinto Vallejos


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actores se hubiesen mantenido al margen de los debates que definirían el futuro de todo el cuerpo social, ya sea alineándose con los bandos en pugna, ya aprovechando las fisuras hegemónicas para impulsar sus propios intereses o proyectos. De esa forma, la construcción de los estados y naciones hispanoamericanas tuvo también una dimensión inequívocamente «social», o si se prefiere, «social-popular». Esa es la dimensión que la investigación que aquí culmina quiso abordar.

      Para hacerlo, el foco analítico de este libro se instaló fundamentalmente en los grupos o élites empeñados en iniciativas de construcción estatal, y en las dinámicas que a partir de allí se entablaron con el «bajo pueblo». En tal sentido, no se adoptó una perspectiva propiamente «subalternista», en que el énfasis recayese de manera prioritaria en las posturas o acciones de estos últimos sujetos, sino más bien en la dimensión «receptiva» o «reactiva» que exhibieron frente a los llamados o imposiciones emanados «desde arriba». Esta opción no obedece, ciertamente, a una disposición negativa frente a dicho paradigma, ni menos a una subvaloración de las autonomías populares. Sin embargo, en la medida en que una parte mayoritaria de los estudios que durante los últimos años han explorado la política plebeya asume esa mirada, pareció que un desplazamiento del lente hacia los grupos dominantes, en su dialéctica con el mundo popular, podría resultar más novedosa o menos transitada5. A final de cuentas, fue en torno a esas iniciativas, intervenidas mayor o menormente por diálogos o pugnas plebeyas, que los estados «realmente existentes» de América Latina terminaron por estructurarse.

      El otro factor de innovación que orientó este trabajo fue el abordaje intencionada y sistemáticamente comparativo. Mucho se ha debatido últimamente sobre la validez de emprender este tipo de ejercicios en nuestra disciplina, orgullosa de su sensibilidad frente a lo particular y escéptica por naturaleza frente a cualquier tentativa de «reducir» la riqueza de los procesos históricos a fórmulas generales u homogeneidades rígidas («modelos»). En ese sentido, debe aclararse que no se trató aquí de establecer «leyes generales» que apunten a uniformar procesos tan complejos, variados y multifacéticos como lo fueron los de construcción de órdenes políticos en la post-independencia, sino de, a partir de ciertas analogías observables, fijar el lente tanto en lo similar como en lo diferente, para desde allí elaborar un análisis más matizado de cada uno de los casos tratados. Dicho de otra forma, lo que se procuró fue rescatar tanto lo propio como lo compartido, en torno a coordenadas iniciales seleccionadas en función de sus potencialidades analíticas, para luego aventurar algunas hipótesis que dieran cuenta de lo uno tanto como de lo otro. No se aspiró, por tanto, a levantar una suerte de matriz explicativa «a priori», que ahorrase el ineludible análisis caso a caso.

      En ese contexto, lo que este trabajo se propone es abordar, en clave comparativa, la «construcción social del estado» en tres espacios sudamericanos con pasados coloniales, estructuras socioeconómicas y bases étnico-culturales muy diferentes (un antiguo asiento virreinal territorialmente fragmentado, con amplia mayoría indígena; una sociedad nueva de frontera con fuerte movilidad socio-territorial y conexión directa a los mercados atlánticos en expansión; una antigua y bastante aislada frontera militar de mayoría mestiza y marcada estratificación social en torno al latifundio), pero igualmente sometidos a los embates del colapso hegemónico y los desafíos de la redefinición política. Siendo esto último el elemento propiamente unificador, por encima de las muchas diferencias, la clave analítica que atraviesa el estudio es la búsqueda del orden, encarnada en liderazgos caudillescos que, en medio de intensas pugnas intra-elite, dieron los primeros pasos hacia la constitución de estados más o menos funcionales. Y dentro de esa búsqueda –segundo punto de convergencia analítica– la obligación de lidiar con mayorías subalternas que, por las conmociones y rupturas ocasionadas por las guerras de independencia, simplemente no se podían ignorar.

      A partir de esa doble sintonía (que es la que hace posible la comparación), se ha procurado identificar las estrategias aplicadas para lograr la anhelada legitimación (la construcción social del estado propiamente tal), y los resultados finalmente obtenidos, ámbitos donde, como era previsible, vuelven a asomar las diferencias. Como hipótesis articuladora de la investigación, se propuso que las élites, herederas directas de jerarquías coloniales que no estaban dispuestas a sacrificar, «pactaron» con los grupos plebeyos más por razones de necesidad que de convicción, y que por tanto su grado de apertura hacia dichas alianzas fue directamente proporcional a su propia cohesión interna, y a su control efectivo sobre las sociedades en disputa. Dicho de otra forma, unos grupos dirigentes más fracturados y con menos legitimidad tradicional se habrían visto obligados a invocar estrategias «heterodoxas» para afianzarse en el poder, incluso si ello arriesgase horadar, ojalá sólo transitoriamente, las subordinaciones ancestrales. Los actores subalternos, por su parte, habrían logrado sacar mayor o menor partido de esta interpelación en función de sus propios grados de autonomía y movilización política, derivados de las estructuras coloniales o de su participación en las guerras de independencia.

      Antes de internarse en el análisis, es preciso dar cuenta, aunque sea someramente, de las referencias metodológicas y bibliográficas que han ayudado a construirlo, precaución especialmente imperativa cuando se pretende hacer dialogar historiografías nacionales diferentes, y cuando se ha procurado hacerlo desde un horizonte de generalización que, como se dijo, no siempre acomoda a los cultores de nuestra disciplina. A diferencia de los «latinoamericanistas» de otras latitudes, quienes desde su perspectiva extrarregional han tenido mayor disposición para mirar al continente en su conjunto, la historiografía propiamente latinoamericana ha desarrollado poco los estudios comparados6. Esto no obedece necesariamente a falta de voluntad o a nacionalismos incorregibles, sino a una comprensible timidez para incursionar responsablemente en realidades menos conocidas o en contextos que no se manejan en toda su matizada complejidad. Por tal razón, los esfuerzos de carácter comparativo que se han emprendido en nuestros países suelen ser obras colectivas que reúnen investigaciones en que cada autor o autora aporta su propio conocimiento especializado (es decir, nacional) en torno a una problemática común, dejando a los y las lectoras la tarea de integración final. Se trata, por cierto, de iniciativas valiosas, que igualmente inducen a una reflexión que traspasa las barreras nacionales y reconoce elementos de convergencia. Pero ellas no reemplazan una mirada que identifique de manera sistemática y combinada las semejanzas, y por reflejo también las diferencias, entre experiencias históricas potencialmente equiparables; que apunte, en otras palabras, hacia una historiografía que sea algo más que la sumatoria de procesos nacionales paralelos, y que alcance un estatuto verdaderamente transfronterizo.

      Este propósito de incursionar en la historia comparativa puede sonar disonante frente a las tendencias «transnacionales» que se han ido instalando últimamente en la historiografía latinoamericanista, particularmente en aquella producida desde el hemisferio norte. Busca esta corriente cuestionar lo que la historiadora estadounidense Barbara Weinstein, en un reciente balance de esa propuesta, ha denominado «el dominio de la Nación como el sujeto o la categoría organizadora de las narrativas históricas», destacando en cambio la «alta permeabilidad de las fronteras y la intensa circulación de cuerpos, ideas y objetos de consumo», y por ende cuestionando la viabilidad de establecer comparaciones legítimas o útiles, especialmente entre naciones. También adolecería el ejercicio comparativo, desde esta visión crítica, de una tendencia inexorable a «congelar» o «rigidizar» los casos puestos en paralelo, diluyendo la noción de la historia como procesos siempre cambiantes, y con límites sistemáticamente inestables y mal definidos7.

      Como es evidente, algunas de estas impugnaciones no carecen de fundamento, y toda actividad comparativa efectivamente implica el riesgo de violentar las particularidades que caracterizan a cualquier proceso histórico. Sin embargo, el autor de este libro abriga la convicción de que las sociedades latinoamericanas sí comparten experiencias que, sin ser idénticas, tienen suficientes elementos comunes como para extraer perspectivas útiles para efectos de comprensión histórica y política. Por otra parte, en lo que concierne a este ejercicio en particular, los ejes de comparación no son «naciones» pre-constituidas y eternas en el tiempo (caracterización especialmente inapropiada para el Buenos Aires rosista), sino más bien, como se dijo, tentativas de ordenamiento político y social emanadas de sectores dirigentes enfrentados a una disyuntiva


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