La armonía. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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LA ARMONíA
Traducción del francés
ISBN 978-84-942863-9-1
Título original: L’HARMONIE
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I
La armonía
I
Hace un rato, comiendo almendras, mis queridos hermanos y hermanas, pensaba que podríamos plantar aquí, en el Bonfin, todo un campo de almendros. En primer lugar, el terreno se presta a ello porque los almendros son unos árboles que crecen en los lugares más áridos y no necesitan ser regados, pero sobre todo, porque la almendra es un fruto muy rico desde el punto de vista nutritivo, e incluso contiene elementos contra el cáncer. Sí, no lo sabéis, y la medicina quizá tampoco lo sepa, pero las almendras son muy eficaces contra el cáncer. Si coméis al menos tres cada día, estaréis prevenidos, protegidos. Algunos dirán que al cabo de una semana ya están hartos de comer almendras… Pero hay un medio de comerlas cada día sin que os harten, y es triturarlas, poniendo una o dos cucharadas en la ensalada, en la sopa, etc… Es un alimento extraordinario, pero pocos se han dado cuenta.
Es preciso pues plantar almendros, y cada año, los hermanos y hermanas podrán coger paquetes y paquetes de almendras que podrán comer en sus casas. Tenemos varias hectáreas de terreno; evidentemente, no están completamente desbrozadas, pero se hará rápidamente, y si algunos hermanos quieren plantar estos almendros, tendrán un trabajo muy agradable, muy poético. Este año, no hemos sido privilegiados: por culpa de la helada, no hemos tenido almendras. Sólo los árboles de mi jardín han resistido, pero tampoco han dado muchas. Lástima, porque las almendras más gordas que se han visto jamás se encuentran en mi jardín. Pero este año ha habido muy pocas, y lo mismo ha sucedido con los olivos. Hay años así… Por otra parte, para cada cosa, para cada persona, hay años fértiles y años en los que nada crece. Sí, las vacas gordas y las vacas flacas…
Pero a propósito de las almendras, me gustaría hablaros de un hecho que a menudo he constatado. Muchos las compran (y compran también avellanas, nueces, cacahuetes, etc.) descascarilladas. Claro que es más práctico, es más rápido, más ligero, pero no os lo recomiendo, porque no se sabe desde cuándo estos frutos están descascarillados, y han podido perder todas sus partículas etéricas, toda su vitalidad. No son pues nutritivos, y ni siquiera tienen sabor; es como si comieseis cadáveres. Para ciertos frutos o legumbres, es diferente; el arroz integral, el trigo, las judías blancas, por ejemplo, conservan sus propiedades nutritivas y su sabor aunque se les haya quitado la piel o la corteza, porque todavía poseen otra película debajo. Pero las avellanas, los cacahuetes, las almendras, etc… no hay que comprarlas nunca descascarilladas, porque ya no recibís de ellas ninguna energía. Ni siquiera vale la pena comerlas. Y tampoco hay que comer nunca frutas y verduras que hayan sido recogidas desde hace mucho tiempo, porque ya están marchitas, ya están muertas. Quizá salga más barato, pero en realidad, sale más caro, porque no recibís de ellas ninguna vida. Y la vida es lo que cuenta; si tenéis la vida, podéis obtener todo lo demás, porque una parte de esta vida se transforma en inteligencia, otra se transforma en amor, otra en voluntad, en actividad, en energía…1 Pero cuando la vida disminuye, se acabó. Si tomásemos la costumbre de contar con la vida, más que con lo exterior, todo cambiaría.
Y ahora, ¿por qué la almendra es tan eficaz contra el cáncer? Porque los elementos que la componen están dispuestos con una armonía perfecta, y esta armonía se opone, precisamente, a la invasión del organismo por el cáncer que no es, en realidad, más que el resultado de un desorden, de una anarquía. Así pues, cuanto más se instala en el mundo el espíritu de anarquía, tanto más se propaga el cáncer. Los médicos no saben eso, y tampoco saben que cada enfermedad tiene su origen en una debilidad o un vicio en el hombre mismo. Son pues los hombres los que crean las enfermedades. Cuando el nerviosismo aumenta, una enfermedad aparece… Cuando la sensualidad aumenta, aparece otra enfermedad… Cuando la desarmonía aumenta, aparece una tercera enfermedad. Todas las enfermedades son la consecuencia de un desorden determinado, y el cáncer es la consecuencia de la anarquía. Para prevenir el cáncer, hay que trabajar pues, con la armonía, pensar cada día en la armonía, armonizarse cada día con la humanidad, con todo el universo. Claro que no seremos capaces de vivir ininterrumpidamente en esta armonía perfecta; pero siempre debemos retomar las riendas, ser siempre conscientes, estar vigilantes, no mantener durante mucho tiempo en nosotros un estado de desarmonía, porque si no este estado se propaga hasta las células y corta todas las comunicaciones, todas las corrientes hasta el momento en que el organismo ya no puede remediar el desorden.
Pero actualmente, por todas partes se alienta, se alimenta un poco este espíritu de anarquía. Casi se diría que se forma en las escuelas en donde se enseña cómo desorganizarlo todo incitando a los hombres a la ira y a la rebelión. Es la Logia negra la que hace este trabajo en ciertos países. Sí, en vez de propagar virus para desencadenar una guerra biológica – lo que les atraería reproches por parte de los demás –, algunos países, para destruir a sus adversarios, propagan el virus del descontento y la rebeldía. ¡Y ahí tenéis el cáncer! Inconscientemente, todos los contestatarios y anarquistas se vuelven conductores de este virus; y por el contrario, todas las órdenes iniciáticas que trabajan para que reine la paz, la armonía, la fraternidad, para que los hombres puedan comprenderse, unirse y amarse, propagan gérmenes que aniquilan el del cáncer. Si estos centros iniciáticos no existiesen, toda la humanidad llegaría a ser alcanzada. Ya sé que muy pocos aceptarán esta idea. Dirán: “¿Pero qué cuenta? No existe ninguna relación entre la anarquía y el cáncer… Ésta no es la opinión de los biólogos…” Pues bien, ¡que se queden con la opinión de los biólogos! Yo, os digo la verdad: el cáncer es la consecuencia de la anarquía que se propaga en el mundo. Por eso debemos trabajar para la armonía todos los días, mañana y tarde.
Me doy cuenta de lo difícil que será para vosotros comprenderme, no intelectualmente, claro, sino profundamente, con todo vuestro ser. Todo en la vida contribuye a arrastrar a los humanos a unas actividades que están muy lejos de la armonía, ¡sobre todo de la armonía tal como la conciben los Iniciados!… Pero procurad, de todas formas, escucharme atentamente.
En la armonía están incluidos todos los bienes: el florecimiento, la felicidad, la luz, la salud, el gozo, el éxtasis, la inspiración… La armonía, es la poesía, la música, la pintura, la escultura, la danza. Todo el universo está comprendido en la armonía, todas las perfecciones, todas las cualidades, todas las virtudes. Por eso, los que propagan el desorden serán ellos mismos, un día, completamente disgregados, triturados, pulverizados, porque trabajan con unas fuerzas negativas, unas fuerzas hostiles y destructoras. Hay que decidirse, de una vez por todas, a comprender las leyes de la naturaleza, a aprender cómo está construido el hombre y cuáles deben ser sus relaciones con estas leyes de la naturaleza.2 Si queréis vuestra felicidad, vuestro florecimiento, debéis pensar en la armonía, poneros en armonía con todo el universo. No lo lograréis inmediatamente, pero si perseveráis, un día llegaréis a sentir que, desde los pies hasta la cabeza, todo en vosotros entra en comunicación y vibra al unísono con la vida cósmica. Entonces comprenderéis lo que son la vida, la creación, el amor… No antes. Antes, no podéis comprenderlo. Intelectualmente, exteriormente, nos imaginamos que comprendemos algo. No, la comprensión, la verdadera comprensión no se hace ahí, en algunas células del cerebro; se hace con todo el cuerpo, incluso con los pies, los brazos, el vientre, el hígado… Todo el cuerpo, todas las células deben comprender.
La comprensión es una sensación. Sentís, y entonces comprendéis y sabéis: porque lo habéis saboreado. Ninguna comprensión intelectual puede compararse con la sensación. Cuando experimentáis amor, cuando experimentáis odio, ira, pena, sabéis lo que es. Si decís: “Yo sé lo que es el amor”, y no habéis estado nunca enamorados, es falso. Pero si habéis sentido el amor, lo conocéis. Quizá no podáis explicarlo, ni expresarlo, pero lo conocéis, y lo conocéis verdaderamente. Porque conocer es eso: vibrar al unísono. Cuando todo vuestro ser vibra al unísono