Los poderes de la vida. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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LOS PODERES DE LA VIDA
Traducción del francés
ISBN 978-84-942863-7-7
Título original:
LES PUISSANCES DE LA VIE
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I
La vida
I
Tengo que hablaros mucho dándoos muchas explicaciones, argumentos e imágenes, para que toméis conciencia de la importancia de la vida… y de que sin la vida no hay nada.
Cuando yo era todavía muy joven, en Bulgaria, en el transcurso de una conferencia, el Maestro Peter Deunov, que sabía que yo estudiaba quiromancia, me hizo esta pregunta delante de toda la Fraternidad de Sofía: “¿Cuál es la línea de la mano que apareció primero?” Respondí: “La línea de la vida. – ¿Y después? – La línea del corazón. – ¿Y después? – La línea de la cabeza.” Era verdad, y el Maestro estuvo contento con mi respuesta.
Al principio está la vida. Mirad a las criaturas: en primer lugar tienen la vida, y sólo después llegan, más o menos, a sentir y a pensar.
La vida… esta palabra resume todas las riquezas del universo que están ahí, indiferenciadas, caóticas, esperando que una fuerza venga a organizarlas. Así, en la palabra “vida” están incluidos todos los desarrollos futuros. Ya en una célula están contenidos en potencia todos los órganos que un día deben aparecer, como en una semilla que hay que plantar, regar, cuidar, para ver lo que saldrá de ella. Así pues, pasado un cierto tiempo, como para la semilla, de este caos, de este magma, de esta realidad indeterminada que es la vida, todo empieza a salir y a tomar forma.
De esta manera aparecieron los órganos que ahora poseemos, y en el futuro aparecerán aún muchos otros… Puesto que el cuerpo físico está hecho a imagen del cuerpo astral, el cuerpo astral a imagen del cuerpo mental, y así sucesivamente hasta el plano divino, dado que el hombre posee cinco sentidos en el plano físico, posee también cinco sentidos en el plano astral y en el plano mental: el tacto, el gusto, el olfato, el oído y la vista… Estos órganos todavía no están desarrollados en los otros planos, pero están ahí esperando el momento de manifestarse.1 Cuando se hayan formado, el ser humano tendrá unas posibilidades increíbles para ver, sentir, oír, saborear, actuar, desplazarse. La vida, el ser vivo, la célula viva, el micro-organismo, contienen todas las posibilidades de desarrollo, pero son necesarios aún miles de años para que éstas puedan llegar a manifestarse plenamente. Éste es el misterio, el esplendor de la vida.
Los humanos trabajan, se divierten, se dedican a toda clase de ocupaciones, pero su vida se ensucia, se debilita, periclita, porque no le hacen ningún caso. Piensan que, como tienen la vida, pueden servirse de ella para obtener esto o aquello, para ser ricos, sabios, gloriosos… Y tiran de ella, tiran de ella… y cuando ya no les queda nada, se ven obligados a detener todas sus actividades. Actuar así no tiene sentido, porque si perdemos la vida, ya no nos queda ningún recurso. Por eso los Sabios han dicho siempre que lo esencial es la vida, y que por tanto hay que preservarla, purificarla, santificarla, eliminar todo aquello que la obstaculiza o la bloquea, porque después, gracias a la vida lo obtenemos todo: la inteligencia, la fuerza, la belleza, el poder.
En la conferencia “Las cinco vírgenes prudentes y las cinco vírgenes necias”,2 os expliqué que el aceite del que hablaba Jesús es el símbolo de la vida. Cuando el hombre ya no tiene ni una gota de vida, su lámpara se apaga y muere. La vida tiene su símbolo en todos los campos: para un coche, es la gasolina; para las plantas, es el agua; para todas las criaturas terrestres, es el aire; pero para el ser humano, es más especialmente la sangre; para los negocios, es el oro o el dinero, etc.
La vida es el depósito del que emergen cada día nuevas creaciones que se ramificarán hasta el infinito. A partir de esta vida indiferenciada y sin expresión que está ahí como una simple posibilidad, el espíritu crea sin cesar nuevos elementos, nuevos medios, nuevas formas… La vida representa la materia primordial, y por eso es tan importante.
Pero los hombres se ocupan de todo salvo de la vida: si pensasen primero en la vida, en guardarla, en protegerla, en conservarla en la mayor pureza, tendrían cada vez más posibilidades de obtener lo que desean, porque es esta vida iluminada, clara, intensa, la que puede darles todo. Como no tienen esta filosofía, malgastan su vida, piensan que, como están vivos, todo les está permitido. Dicen: “Puesto que tenemos vida, hay que hacer algo con ella…” Pero raramente llegan a realizar lo que desean, porque lo han saqueado todo. Deben tener ahora otra filosofía, deben saber que la forma en la que piensan actúa ya sobre su vida, sobre sus reservas, sobre la quintaesencia de su ser, y que si piensan mal, lo malgastan todo. Así es cómo hay que instruir a la humanidad.
Tomemos un ejemplo: un chico tiene un padre muy rico. Cursa sus estudios, trabaja, y su padre le ayuda. Pero, he ahí que el hijo empieza a hacer tonterías que comprometen el prestigio del padre, entonces el padre le corta los víveres, deja de darle dinero… ¿Qué falta ha cometido el hijo? Ha cometido la mayor falta que es la de comprometer su propia vida, es decir las condiciones, las energías y las corrientes cuyo símbolo aquí es el dinero. Y nosotros, si hacemos lo mismo usando y abusando de nuestra existencia como nos apetece, permitiéndonos transgredir todas las leyes, entonces destruimos nuestras reservas, dejamos de tener esta corriente, estas fuerzas, estamos en la miseria, quizá no la miseria material, física, sino la miseria interior. La vida es la única riqueza que existe. Y cualquiera que sea el nombre que le demos: riqueza, subsidios, aceite, quintaesencia, hablamos de lo mismo, porque la palabra “vida” puede ser reemplazada por todos estos términos. La vida sigue siendo pues lo más importante, y si el hombre no es inteligente ni instruido, destruye la fuente de sus posibilidades, de sus gozos, de sus inspiraciones.
Y cuando Jesús decía: “He venido para que tengan la vida y para que la tengan en abundancia”,3 ¿a qué vida se refería? Cuando leí esto por primera vez, hace mucho tiempo, estaba extrañado. Me decía: “¡Pero sus discípulos ya estaban vivos!… ¿Qué vida pedía para ellos?” Conocéis también este canto del Maestro Peter Deunov: Siné moï, pazi jivota: “Hijo mío, preserva tu vida, la chispa que hay enterrada en ti…” Lo que prueba que el Maestro Peter Deunov comprendía de la misma manera la importancia de la vida. Sí, y ahora hacen falta instructores, pedagogos que aclararán esta cuestión esencial: la vida.
Observad a los humanos… ¿Por qué dedican su vida a tratar de obtener cosas que no son tan importantes como la vida misma? Trabajan durante años para ser ricos y se encuentran, un día, tan agotados, tan asqueados, que si ponemos en una balanza lo que han obtenido y lo que han perdido, nos damos cuenta de que lo han perdido todo para ganar muy poco. Pero los hombres son así, están dispuestos a perderlo todo porque no les han enseñado que es más importante tener la fuerza, la salud y la alegría – aunque no tengan ninguna otra cosa – que ganar unas riquezas de las que no se podrán aprovechar, porque ya estarán en las últimas. Hay un proverbio que dice: “Más vale un perro vivo que un león muerto.” Pero muchos prefieren ser leones muertos…
Sí, mis queridos hermanos y hermanas, lo que falta es la verdadera filosofía. Desde la infancia se debe enseñar a los humanos a no malgastar su vida para poder consagrarla a un fin sublime, porque entonces es cuando se enriquece, cuando aumenta en fuerza y en intensidad. Es exactamente como un capital que hacemos fructificar. Habéis colocado este capital en un banco de arriba, y entonces, en vez de despilfarrarlo, perderlo, aumenta, y después, como sois más ricos, tenéis la posibilidad de instruiros mejor, de trabajar mejor, de ser bellos y gloriosos. ¿Acaso no es preferible razonar así?
Cada día os asombráis de ver cuán cierto es lo que os digo; os lamentáis, decís que nunca habéis oído cosas semejantes, pero a pesar de ello seguís como antes y lo que habéis escuchado se queda en alguna parte, pero no lo utilizáis. Ahora debéis consagrar vuestra vida a actividades luminosas y divinas: entonces, no sólo no