El Encargado De Los Juegos. Jack Benton

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El Encargado De Los Juegos - Jack Benton


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mismo le llevo. Si ella sigue allí.

      Tomaron el coche de Croad, pero en menos de dos minutos se volvieron a bajar, al aparcar Croad en un seto descuidado fuera del cementerio. Había enfrente una hilera de casitas al otro lado de un camino de grava con hierbajos, más deteriorado de lo que Slim habría esperado para unas propiedades tan potencialmente lucrativas.

      —¿Ozgood también es el dueño de esto? —preguntó Slim.

      Croad hizo un gesto despectivo hacia ellas.

      —De todas. Hay inquilinos en tres. El cuarto se fue después de un año. Seis meses sin pagar.

      —Apuesto a que no le gustó.

      —A los responsables no nos gustó demasiado, pero para Mr. Ozgood, no fue más que una picadura de pulga en la espalda.

      —¿Los otros tres?

      —Trabajan en Vincent’s, como la mayoría por aquí.

      —¿Esa es la principal fuente de ingresos de Ozgood?

      Croad se encogió de hombros.

      —Una de ellas. ¿Quiere conocer a Shelly o no? Por aquí.

      Croad le llevó hasta las puertas del cementerio. Slim se detuvo mientras Croad quitaba unas hierbas enredadas y las dejaba abiertas.

      —Pensaba que estaba viva.

      —Lo está. Al menos la última vez que vine.

      El cementerio estaba muy descuidado. Slim se preguntó si mantenerlo era otra de las tareas de Croad y si merecía la pena preguntárselo al viejo. Lápidas antiguas y torcidas aparecían de entre las malas hierbas que se agitaban, con sus inscripciones cubiertas de liquen y apenas legibles.

      —Parece que nadie viene por aquí —dijo Slim.

      —No lo hacen. Ya no. Que no haya mucha gente por aquí no significa que haya habido muchas muertes. Den fue uno de los más recientes y ya han pasado seis años desde su entierro.

      —¿Dónde está?

      —Ya lo verá.

      El camino rodeaba la parte trasera de la iglesia y luego se dividía subiendo un pequeño altozano hacia una hilera de árboles que lo separaba de un segundo cementerio adyacente que parecía un pequeño campo añadido para hacer frente al desbordamiento. Slim trató de ver más allá de Croad hacia dónde iba el camino. Solo pudo suponer que giraría a la derecha pasado el cementerio a una pequeña propiedad al otro lado, aunque no podía ver nada, salvo más campo.

      —¿No hay una forma más rápida de atravesarlo? —preguntó Croad—. Parece bastante descuidado.

      —No vamos a atravesarlo —dijo Croad—. Vamos allí precisamente.

      Pasó a través de la hilera de árboles. El cementerio secundario era después de todo un campo. Había una hilera de nuevas tumbas cerca de los árboles, pero el resto del campo estaba sin cuidar. El camino acababa un par de metros más allá, enterrado por la hierba.

      —Cuidado con eso —dijo Croad, mientras Slim casi tropieza con un cable eléctrico oculto entre la hierba—. Uno de los fariseos locales del pueblo lo electrificó.

      Slim frunció el ceño, con varias preguntas en la punta de la lengua, pero Croad siguió adelante. Slim, deseando haberse puesto pantalones impermeables, eligió con más cuidado su camino al seguirlo.

      Unos pasos más Adelante, Croad se detuvo.

      —Aquí estamos —dijo—. Huele como si estuviera cocinando. Eso significa que está en casa.

      Slim observó. El campo descendía hacia un pequeño arroyo. A medio camino, aparecía una pequeña lona verde sobre la hierba, apoyada en unos postes desordenados, algunos de los cuales habían rasgado el plástico y habían sido reparados con cinta americana. A medida que se acercaba, Slim vio una pieza de madera vieja todavía con clavos curvos y oxidados, mientras que otra era en realidad parte de una rama baja de un árbol que se levantaba y bajaba con el susurro del viento.

      Croad se detuvo más adelante. Se volvió a Slim con una sonrisa desdentada en su cara.

      —¿Está listo para esto? —preguntó.

      —¿Para qué?

      —¿No ha sido militar? Bueno esté listo para ponerse a cubierto. Las bombas están a punto de empezar a caer.

      Slim miró involuntariamente al cielo. Croad dio un paso adelante y sacudió el borde de la lona. Esta crujió y cayeron varios puñados de hojas acumuladas.

      —¿Shelly? ¿Estás ahí? Soy Croad. He traído a alguien que quiere preguntarte por Den.

      Desde el interior les llegó un sonido similar al de alguien caminando sobre papel seco de periódico. Una esquina de la lona se abrió para mostrar una cara anciana y salvaje enmarcado por un pelo ensortijados de un color rubio gris que salía de una bandana azul. Entornaba lo ojos y fruncía los labios con un gruñido salvaje. Siseando, chasqueó la lengua hacia Slim y luego le mostró un palo. Dio un paso atrás, levantando la mano.

      —Venimos en son de paz —dijo Croad—-. Este es Mr. Hardy. Quiere preguntarte por Den. Un antiguo amigo de la escuela, ¿verdad?

      Slim no se esforzó por contestar. Shelly le dirigió sus gruñidos, con mugre en sus mejillas agrietadas y despellejadas. Frunció los labios, como si quisiera mandarle un beso y luego escupió una flema que cayó cerca de los zapatos de Slim.

      —Salid de aquí —les dijo, con una voz ronca y chirriante, señal de su abuso del tabaco o del alcohol, o de ambos.

      —Busco a Dennis Sharp —dijo Slim.

      Shelly miró detrás de sí, como si buscara algo que arrojarle.

      —Hay gente loca que cree que Den sigue vivo —dijo Croad—. Muéstraselo, Shelly, para que me deje en paz.

      —Sal de mi maldito porche, sabandija —le escupió a Croad, haciendo que este diera otro paso atrás—. Solía gustarme tu mirada, pero te has convertido en un esbirro de Ozgood desde hace tanto tiempo que la veo llena de…

      —Puedo volver en otro momento —dijo Slim.

      Shelly gruñó y le tiró algo. Le dio en el muslo y rebotó. Slim frunció el ceño. Un muñeco artesanal, sucio y arañado como si alguien lo hubiera arrastrado con el pie por cemento. Su cabeza hecha con cable tenía pequeñas depresiones y quedaban restos de pegamento en los ojos que le habían sacado, mientras que su boca estaba cubierta por cinta adhesiva. Frunciendo el ceño, Croad levantó un pie y la pateó hacia la hierba.

      —Solo enséñaselo, Shelly —dijo el viejo—. Déjale que lo vea.

      Shelly lanzó una retahíla de juramentos a Croad, pero dio un pequeño paso atrás y dio un pequeño empujón a algo oculto bajo el toldo con un zapato sucio y desgastado.

      Una pequeña cruz de madera.

      —Mi chico está ahí —dijo—. Aquí conmigo, como debe ser. Donde nadie más pueda hacerle daño. Ahora iros y no volváis.

      12

      Capítulo Doce

      Slim estaba demasiado traumatizado por la visita a Shelly como para hablar mientras Croad conducía de vuelta a la casa. Había demasiadas cosas que no olvidaría: los ojos salvajes de la mujer, el muñeco destrozado y la pequeña cruz, rodeada por una cadena de margaritas que podía haber hecho un niño.

      —¿Ha tenido bastante por hoy? —preguntó Croad mientras se apeaba—. ¿Ha conseguido suficiente de ella? ¿Cree que lo está escondiendo?

      Slim se limitó a encogerse de hombros. Dijo adiós con la cabeza a Croad, luego


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