Historia de un alma. Santa Teresa De Lisieux
Читать онлайн книгу.y las conversaciones con Celina la ayudaron bastante.
El cambio producido abrió su vida a una nueva dimensión fundamental. Dice que al superar su excesiva sensibilidad salió de su egocentrismo. Hasta este momento vivía encerrada en sí misma, en sus problemas. Desde ahora empieza a abrirse, a preocuparse de los demás. Lo dice con esta frase rotunda: «Sentí que entraba en mi corazón la caridad, la necesidad de olvidarme para complacer a los demás y desde entonces fui feliz» (MsA 45vº).
Empieza por practicar la caridad espiritual, por procurar la conversión de los pecadores. Su primer objetivo concreto fue la conversión de un famoso asesino llamado Henri Pranzini condenado a muerte. Luego iría extendiendo su campo de acción. La operación estaba iniciada. Una estampa de Jesús crucificado le impresiona, le hace entender que Jesús tiene sed de almas y espera su colaboración (cf MsA 45vº). La actividad iniciada no se interrumpirá hasta el fin de los tiempos, pues continúa también en el cielo (cf UC 17 de julio). Comprende los secretos de la perfección con una profundidad que nadie hubiera sospechado. Se los revela Jesús en su intimidad. Y esa luz la guía, como dice san Juan de la Cruz:
«Más cierto que la luz del mediodía
a donde me esperaba
quien bien yo me sabía».
El lugar donde la esperaba era el Carmelo. Esta es la nueva pretensión, que la obsesiona. Tiene que entrar en el Carmelo cuanto antes, apenas cumpla los quince años, la edad mínima exigida. No va a escatimar coraje y esfuerzos hasta lograr la realización de su anhelo. Se siente inspirada e impulsada por Dios y tiene que llegar a la meta, al Carmelo. Tendrá que superar grandes obstáculos, pero ella se siente decidida a pasar por el fuego, si es preciso, para responder a la llamada divina.
No es que se sienta incómoda en su casa. Ella y Celina llevan «la vida más dulce que unas jóvenes pueden soñar» (MsA 49vº). Gozan del ideal de felicidad concebible en esta tierra. Pero renuncia a todo ello e inmediatamente se pone a dar los primeros pasos para convertir su sueño en realidad. La primera confidente de sus aspiraciones tiene que ser Celina. Para ella no tiene secretos. Esta la comprende y cede sin mayor resistencia. Hasta la anima a seguir el camino que Jesús le indica. Más delicado resultaba abordar a su padre, que ya había hecho el sacrificio de las tres hijas mayores. Además ya había sentido los primeros ramalazos de parálisis. Pero Teresa tiene ya decidido irrevocablemente entrar en el Carmelo por Navidad, al cumplirse el año de la extraordinaria «gracia» de su «conversión». Hay que escoger un momento adecuado para hacer el planteamiento al padre. El día elegido fue el de Pentecostés, 29 de mayo. Después de asistir a la función de la tarde estaban padre e hija sentados en el banco del jardín de la casa. La joven suelta, entre lágrimas, su secreto. Su bendito padre le responde con un gesto de generosidad que no se podía imaginar. Está dispuesto a entregar a Dios todo, hasta a su hija más querida, a su «reinecita». Este escollo está superado. Aun quedaba otra dificultad que salvar. Necesitaba la autorización de su tío Isidoro, que era protutor de sus sobrinas. La joven aguarda varios meses. Por fin, durante el mes de octubre, se decide a proponerle el asunto. La primera reacción del tío fue totalmente negativa. Le dice que espere, por lo menos, tres o cuatro años. Todavía es casi una niña. No está en condiciones de abrazar una vida como la que se lleva en el Carmelo. Sería contrario a la prudencia humana permitir entrar en el convento a una jovencita de quince años.
«Para decidirle a concederme el permiso se necesitaría un milagro» (MsA 51vº). Pasó unos días de sufrimiento indecible. Oraba, pero se sentía desasistida hasta por el cielo, que no obraba ningún milagro. Al cabo de dos semanas, por influencia de la Hna. Inés, el tío cambia de parecer y le concede la autorización.
La mayor dificultad se encontraría donde menos se esperaba: en la autoridad eclesiástica. Debió influir en esta oposición el caso de una jovencita de la ciudad, cuyo proyecto de ingresar en el convento dio lugar a críticas muy duras. No se quería que se repitiera la escena. Por esa razón, el Superior religioso se opuso y se mantuvo firme en su actitud aún después del ingreso de Teresa en el convento.
La interesada no se arredra ante tal dificultad. Recurre a instancias superiores. Primero al obispo. Este no toma ninguna decisión. Le parece lo prudente en el caso. La joven, decepcionada, sale de la audiencia hecha un mar de lágrimas. Pero no pierde la paz interior porque ha hecho lo que Jesús le pedía. Buscaba sinceramente el cumplimiento de la voluntad de Dios (cf MsA 55vº).
La gran peregrinación
(4 de noviembre-2 de diciembre de 1887)
Viene narrada por la santa en MsA 55vº-67vº. Será el viaje y el acontecimiento puramente humano más influyente y destacable de la sencilla vida de la santa. Ella piensa, sobre todo, en los resultados obtenidos. «Me ha enseñado más que largos años de estudio» (MsA 55vº). Su preocupación fundamental y su gran aspiración es la de recabar del papa León XIII la autorización para entrar en el Carmelo por Navidad. De hecho fracasa en este intento, aunque logra otros frutos que no entraban en su proyecto pero iban a ser muy útiles para el resto de su vida, ciertamente más que el ingresar en el Carmelo unos meses antes. Hay quienes interpretan maliciosamente este viaje de la joven a Roma. Piensan que su padre intenta distraerla, quitarle de la cabeza la idea de abrazar la vida religiosa. Pero no hay duda respecto a esta intención. Nunca pasó por la mente del dulce y resignado patriarca semejante pensamiento.
La peregrinación tenía como objetivo principal dar una muestra de apoyo y solidaridad al Papa, que celebraba su jubileo sacerdotal y se encontraba en una situación difícil. La integraron ciento noventa y cinco personas, entre las que figuraban setenta y tres eclesiásticos. Las dos hermanitas son las benjaminas del grupo y no dejan de llamar la atención. Mantienen los ojos abiertos y los oídos atentos para enterarse de todo. Han tenido ocasión de observar muchas cosas.
El día 4 de noviembre salen de Lisieux para conocer París. Recorren la ciudad, que no llama la atención de la joven. La visita más interesante para ella es la de la iglesia de Nuestra Señora de las Victorias. Allí se convence íntimamente de que había sido la Virgen la que la había curado milagrosamente (MsA 56vº). «¡Con cuánto fervor le rogué que me guardase siempre!... Supliqué también a nuestra Señora de las Victorias que alejase de mí todo lo que pudiera empañar mi pureza» (MsA 57rº).
El 7 de noviembre salen de la basílica de Montmartre. La joven peregrina en su relato menciona primero las obras maravillosas de Dios, las montañas de Suiza, que tan poderosamente le llaman la atención. Luego describe las realizaciones prodigiosas de los hombres: las obras de arte de las ciudades italianas.
Pero estos espectáculos, que la impresionan profundamente, no la absorben. Su pensamiento está en la visita al Papa y en la petición que le va a hacer. Por fin, llegó el día. Fue el 20 de noviembre. El tan esperado acontecimiento no dio el resultado que anhelaba. Nuevas lágrimas, pero también resignación, abandono, aceptación de los designios de Dios. El Niño Jesús duerme. Parece que se olvida de Teresa. Pero esta, a pesar de su pena, no pierde la paz interior. Se está acostumbrando a asumir contradicciones y decepciones. Es cierto que el objetivo que se había propuesto ha fallado, pero ha adquirido conocimientos que contribuirán a configurar su vida de carmelita. Lo más destacable es lo que ha aprendido al ver y tratar de cerca a los sacerdotes. Hasta entonces los había visto en el ejercicio de su ministerio sagrado o en sus paseos por las calles. Los consideraba como seres del otro mundo, unos ángeles visibles. Durante este viaje ha tenido la oportunidad de observarlos en su vida real con todo lo que tienen de humanos, de imperfectos. Hasta entonces oraba mucho por los pecadores. No se le ocurría que los sacerdotes tuvieran necesidad de oraciones, de inmolaciones por ellos para ayudarles a cumplir dignamente con la misión que Dios y la Iglesia les ha encomendado. Se da cuenta de que la vocación del Carmelo es la de conservar la sal de la tierra. Desde este momento descubre el último fin de su consagración. Empieza a pensar en ser apóstol de los apóstoles ofreciendo su vida por ellos. Así declaró cuando le preguntaron a qué había venido al Carmelo: «He venido para salvar almas y, sobre todo, para orar por los sacerdotes» (MsA 69vº). Este hallazgo justificaba el viaje a Italia. «No era ir demasiado lejos tratándose de un conocimiento tan útil» (MsA 56vº). Las dificultades que le ponen los hombres