Homo Falsus. Pablo Javier Mira
Читать онлайн книгу.ganar creyendo, y mucho para perder si no creemos. Conclusión obvia: es más racional creer. Pero si lo miramos de cerca, del argumento surgen algunas dudas. Como crítica general, se trata de un argumento basado en el miedo, lo que no parece muy cristiano, y su solución se parece demasiado a pagarle un seguro (quizás hasta un soborno) a Dios.Además, podríamos preguntarnos si uno puede creer voluntariamente. Se supone que creer es un asunto profundo y sincero, que viene del corazón. En otro caso, Dios debería darse cuenta de que se trata de un esfuerzo por conveniencia, y si yo fuera Dios… no te dejo entrar a casa.Por otra parte, el argumento de Pascal omite aclararnos cuál de todas las religiones que existen en el mundo es la correcta. Si para invertir en el paraíso nos la pasamos rezando a Jesús, yendo a misa, y no comiendo carne en viernes santo, nos aseguraríamos de entrar al cielo… del cristianismo. Pero si la verdadera religión es la umbanda, entonces seremos condenados de todos modos. En un episodio de Los Simpsons, Homero encuentra exactamente este argumento y lo usa como excusa un domingo para no ir a la iglesia. Un colorario de esta crítica es que el tipo de ceremonias que hacemos no pesen lo mismo en la consideración de Dios, quizás comimos demasiada carne y rezamos demasiado y en el promedio… no alcanza los resultados esperados, alumno. La apuesta asume un Dios que usa la regla simple de castigar al que no cree en él. ¿Pero no sería más razonable recompensar la bondad, la generosidad o la sinceridad? A Bertrand Russell le preguntaron qué le diría a Dios si al morir se confrontara con él y él le reprochara no haber creído. Contestó: “Dios, mil disculpas, pero no había suficiente evidencia”.
Desde luego, es posible que la información provista sólo sea valiosa para nosotros y no tenga valor alguno para la “vidente”, como cuando deseamos conocer quién es nuestra alma gemela, si nos van a ascender en el trabajo, o si el problema de salud de algún ser querido se resolverá favorablemente. Todas esas cuestiones son extremadamente personales y de nada serviría al bolsillo de nuestro servicial oráculo tener acceso a dicha información, por lo que es razonable pensar que, siendo nosotros los únicos interesados en acceder a ella, aportemos a su bolsillo. Allí, la habilidad del futurólogo consiste en no decir nada muy concreto, mezclando entre las ambigüedades ciertos condicionamientos para el que se cumplan sus profecías. Pero claro, estas cuestiones personales poco le interesan a un homo œconomicus, que lo único que desea es que la astróloga le anticipe el número que saldrá sorteado en la quiniela del domingo. Irónicamente, los análisis macroeconómicos modernos asumen expectativas racionales, es decir, la capacidad de cualquier agente de prever de la mejor manera posible el futuro (de la economía). Por lo tanto, no se le ocurra comprar un informe de coyuntura, pues estaría pagando por una habilidad que esos mismos informes suponen que usted ya tiene.
Si bien hoy son menos comunes que en el pasado, es curioso que estos adivinos sigan existiendo. En parte la razón es que estos futurólogos se han camuflado y ahora ofrecen servicios de una manera mucho más sutil que antes. Lo que entró en desuso no es tanto la creencia en la posibilidad de conocer el futuro (aunque sin duda se redujo), como el envoltorio en el que estas promesas se venden. Consideremos la astrología, cuyo objetivo es predecir el futuro en base a los signos zodiacales. Según un libro reciente del astrólogo inglés Nicholas Campion, Astrology and Popular Religion in the Modern West Prophecy, Cosmology and the New Age Movement (Astrología y Religión Popular en el Oeste Moderno: Profecía, Cosmología y el Movimiento New Age), esta práctica todavía está, por así decir, vivita y coleando. Si bien nosotros ya no somos habitués, estamos seguros de que en los locales nocturnos los jóvenes aún se preguntan sus signos para ver si puede haber “onda” entre ellos. Se estima que el 90% de los adultos conoce su signo zodiacal y el 50% acepta como ciertas las personalidades que establecen. Como decía el humorista catalán El Perich: “La astrología es la ciencia por la que un imbécil llega a creer que es imbécil por culpa de las estrellas”. En Estados Unidos no sabemos cuántos imbéciles habrá, pero alrededor del 25% de la gente dice creer en los horóscopos, lo que no parece especialmente raro teniendo en cuenta que el 37% de ellos creen en las casas embrujadas y el 21% en la mismísima existencia de brujas.
En los últimos años, y dado que el poder predictivo de la astrología resultó ser incluso peor que el de la economía, este arte comenzó a remitirse a la caracterización de la personalidad de los distintos signos del zodíaco. El último libro de Gael Policano Rossi, que se autodefine como astrólogo, poeta y performer (?), se llama AstroMostra y es una guía para entender estas clasificaciones. A decir verdad, el libro no empieza del todo bien porque en su introducción asegura literalmente que la astrología no sirve para nada y que gracias a eso es… poesía. AstroMostra se dedica a explicar las personalidades a partir de la carta natal de cada individuo, su signo, su ascendente, su casa astrológica y otros conceptos de solidez algo insuficiente. Los estudios empíricos para demostrar que estas técnicas son puro humo son variados, pero no hacen mella en estos vendedores de ilusiones de personalidad. En uno de los más divertidos, unos científicos publicitaron en un diario un servicio de astrología: ofrecía elaborar a pedido y en forma totalmente gratuita de quienes lo quisieran su carta astral. Alrededor de ciento cincuenta personas respondieron la propuesta enviando sus datos de natalicio. Luego de unos días, los científicos enviaron a cada persona su análisis describiendo la personalidad de cada uno de ellos, junto con un breve cuestionario para consultar cuán acertada era la descripción. El 94% de los clientes contestaron que se reconocían en ella. Lo cual es curioso, porque a todos se les mandó exactamente el mismo texto. Pero esto no es todo, la caracterización que los lectores aprobaron como propia correspondía al horóscopo escrito para un asesino serial francés. El periodista científico español Salvador Hernáez resume muy bien el “poder energético” de los astros sobre nuestro carácter: “ejerce 400 mil veces más influencia gravitatoria la lámpara de la sala de partos que todos los planetas juntos en el momento del nacimiento”.
¿Qué es lo que hace que la gente consuma estos servicios de adivinación? Nos anticiparemos un poco al corazón del libro y citaremos las dos condiciones ineludibles que todo economista (e incluso un loro) debe repetir sin cesar: que haya oferta y que haya demanda. Comencemos por la demanda, y digamos que toda demanda implica una necesidad. Desde luego, conocer el futuro es una necesidad imperiosa, porque todos queremos reducir la angustia de la incertidumbre a la que nos enfrentamos, y porque pronosticar lo que pasará podría resultar muy rentable también. Pero este afán por conocer el futuro es una condición necesaria, aunque no suficiente para que se demande astrología. La condición suficiente es la credulidad, o a veces esas ganas irresistibles que tenemos los humanos por creer. En un trabajo reciente (Visión crítica de la Astrología), Rafael Barzallana menciona varios factores psicológicos que nos llevan a creer en la astrología, empezando por el convencimiento de que sus conclusiones y proyecciones son para uno mismo. Otros factores atrayentes son el “sesgo de confirmación” (o validación ilusoria), por el cual tendemos a darle mayor importancia a lo que queremos creer, subestimando aquellos hechos contradictorios; el “Efecto Barnum” (que explicaremos más adelante); y muy especialmente el “efecto de proyección”, donde se busca un significado a aquello que no lo tiene.
Pero eso no es todo. Nuestra sociedad occidental proviene de una cultura con una visión marcadamente determinista (cuando no fatalista) del mundo en que vivimos, subestimando entre otras cosas los efectos del azar en su funcionamiento. El determinismo no es otra cosa que creer que todo tiene una causalidad, que todo hecho está predeterminado por los acontecimientos que lo antecedieron, incluyendo el propio pensamiento humano. Bajo esta doctrina, siempre estamos buscando patrones que nos lleven a entender cuáles son los acontecimientos que determinarán nuestro futuro. ¿Por qué no pensar que esos patrones se encuentran en la ubicación de los astros al momento de nuestro nacimiento? Es decir, cuando estamos convencidos que todo está determinado por causas precedentes y, por lo tanto, el azar no tiene lugar, la astrología parecería ser una causa extraordinaria.
Este es un caldo de cultivo hermoso para el engaño, pero sólo falta un condimento para hacerlo definitivamente creíble: hacerlo parecer una ciencia. Como tendemos a creer que todo lo científico es cierto, si a una teoría la adornamos con cálculos matemáticos (y a veces con estudios estadísticos) de difícil interpretación, nos resulta más complicado resistirnos a creer. Más aun si a la pseudociencia se la etiqueta con un nombre que suene científico… ¿o acaso astrología no se parece a astronomía? Todos estos