La democracia de las emociones. Alfredo Sanfeliz Mezquita

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La democracia de las emociones - Alfredo Sanfeliz Mezquita


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para concluir esta reflexión, nada como traer a Adam Smith con su frase: «La mejor manera de satisfacer los intereses propios es cuidando los intereses de aquellos que tienen lo que uno quiere». Conforme a ello, cualquiera que sea nuestro grupo de pertenencia, nada es más importante que comprender a los otros, pues solo conociendo sus verdaderos intereses podremos trabajar en satisfacerlos, y con ello satisfacer los nuestros.

      La confusión de lo útil y lo realista con lo justo

      Uno de los principales reproches de las «derechas» a las ideologías de «izquierdas» se centra en gran medida en la creencia de que estas últimas tienden a perjudicar el buen funcionamiento de la sociedad en lo que se refiere a su capacidad de generar riqueza. Se dice que provocan el acomodamiento de quien siente que vive en un mundo de derechos sin las correspondientes obligaciones y en el que el esfuerzo no tiene recompensa al existir una justicia igualadora. Consideran que es poco inteligente basar una sociedad en principios que llevan a un empobrecimiento de todos en términos absolutos. Personalmente comparto plenamente dicho planteamiento pues me parece claro que el progreso de la humanidad se construye sobre el esfuerzo de unos y de otros, y que las personas, de una u otra forma, necesitamos recompensas (del tipo que sea) para realizar nuestro esfuerzo. Pienso que incluso quienes se sienten pertenecientes al grupo ideológico de «izquierdas» suscribirán esta observación pues posiblemente resulta constatable en sus versiones extremas con la evolución de los comportamientos y experiencias pasadas en las distintas sociedades. Quizá no se atrevan o permitan compartir la observación abiertamente, pero estoy convencido de que si se colocan en Marte para tener una posición sin implicación, hasta los más extremos podrán advertir esta tendencia si no reniegan de la realidad del funcionamiento de nuestro sistema basado en una u otra forma de egoísmo de supervivencia.

      Pero lo anterior no debe llevarnos a pensar que las actuaciones de quienes a todas horas gritan y reivindican derechos, que parecen ir contra el reconocimiento y la compensación del esfuerzo y del mérito, no resultan también inteligentes y útiles. Pues sin duda casi todos esos gritos y reivindicaciones acaban produciendo su fruto en el medio y largo plazo. Es claro que muchas de esas reivindicaciones hacen daño a la economía, al empleo o a ciertas condiciones de nuestro bienestar social en el corto plazo. Pero en el largo plazo han extendido un alto nivel de bienestar a más y más población. Cada vez que hoy alguien habla de subir un impuesto, los empresarios, con buen criterio, dirán que ello reducirá la inversión y restará atractivo a nuestro país para inversores extranjeros. Si se habla de subir el salario mínimo, dirán que ello generará más paro, y seguramente sea cierto en el corto plazo, pero me parece también indudable que si los menos favorecidos de nuestra sociedad hubieran esperado a que los empresarios encontraran un momento bueno para subir los impuestos o el salario mínimo estarían todavía con salarios de hambre y sometidos a unas condiciones que hoy nos resultarían absolutamente inaceptables.

      No pretendo entrar ahora en el debate de cuál es la mejor forma de funcionamiento social y económico para nuestro mundo, pero he querido poner estos ejemplos para hacer visible como, para los desfavorecidos, los gritos y reivindicaciones que efectúan, cuando se hacen de forma inteligente, producen frutos que no se habrían producido de otra manera. Y aunque a veces nos produzcan un gran rechazo e indignación (como el fenómeno de los «okupas») parece claro que tales batallas van sembrando y regando a la sociedad con un tinte protector y comprensivo de las necesidades de los menos favorecidos que consiguen impregnar el comportamiento social y generar medidas orientadas a la protección de los menos privilegiados. Es a la conclusión a la que llego con la simple observación de la evolución de las cosas a lo largo del tiempo.

      Para comprender las dinámicas sociales es importante empezar por aceptar que las reivindicaciones y los gritos han sido en general muy útiles a lo largo de la historia y que la realidad de la evolución de una sociedad es el resultado de las luchas y fuerzas comentadas en una y otra dirección. Argumentar que los que gritan y reivindican, los que se hacen «okupantes» o hacen «escraches» para evitar desahucios no juegan inteligentemente pues perjudican el buen funcionamiento del sistema está bien para quienes juegan en el equipo de defensa de lo establecido. Pero quien quiera comprender hoy la complejidad y las casi caóticas dinámicas del funcionamiento de la sociedad deberá desprenderse de la camiseta de uno y otro equipo, y observar que tales reivindicaciones van dejando un poso en nuestra evolución social favorable a los menos favorecidos. Se trata de un poso que no quiero calificar de bueno ni de malo, y ni siquiera de progreso (término que parece tener connotaciones positivas), pues ese juicio será distinto para unos y otros según ganen o pierdan posición relativa en la sociedad. Y desde la observación de ello, sin camiseta alguna, seguro que seremos mucho más capaces de comprender lo que ocurre, como pretende mostrar este libro, sin llevarnos las manos a la cabeza.

      El afán de poder e influencia

      La búsqueda de poder siempre ha sido una constante en el hombre. De alguna forma es una estrategia que utilizan muchos para reforzar o proteger su supervivencia. Unos buscan poder en un amplio nivel social y otros en un pequeño ámbito dentro de lo que es su minisistema de relaciones. Pero de una u otra forma todos contamos con este potencial recurso para hacernos más fuertes. Todos somos conocedores de esta tendencia eternamente asociada al ser humano, y por tanto parecería innecesario traerlo aquí como idea poco tenida en cuenta a la hora de analizar y comprender nuestra sociedad. Pero me ha parecido importante mencionarla por el hecho de que quizá hoy, ante la extraordinaria importancia que se otorga al dinero, podamos confundir la búsqueda de poder con la búsqueda de dinero o riqueza. La búsqueda de riqueza es una vía para la búsqueda de poder, pero existen también, de forma creciente, estrategias con las que se busca directamente poder como medio de vida. En cada vez más ocasiones podemos observar el camino de los gritones y extremistas capaces de cualquier cosa por llamar la atención, aunque sea para ser insultados, para generar a los seguidores que les hacen poderosos (influyentes) y les otorgan un medio de vida.

      El poder procura una doble consecución: la falsa ilusión de ser queridos y seguridad. Por una parte, queremos ser poderosos para ser queridos, creándonos la ilusión de que, si tengo poder, la gente me querrá más. Probablemente lo correcto sería pensar no tanto que por mi poder me querrán más sino que a quienes tienen poder se les hace más caso, lo que refuerza la posición del poderoso en la sociedad. Consiguen así los poderosos que los aguanten, que les rían las gracias y resultar más atractivos… Pero el amor no deriva del poder sino de otras variables relacionadas con intangibles humanos y espirituales tales como nuestra autenticidad, nuestra sinceridad, nuestra capacidad de querer a los demás, y en definitiva con nuestra alma. Por otra parte, la búsqueda de poder está asociada a la búsqueda de seguridad y autonomía. Pensamos que mientras seamos poderosos tendremos más posibilidades de conseguir, en el presente y en el futuro, aquello que necesitaremos sin depender de los demás.

      Y está búsqueda de poder con esa doble finalidad perseguida por muchas personas de forma consciente o inconsciente nos hace tratar de colocarnos en posiciones superiores a las de los que nos rodean para poder influir, someter o disponer de las personas cuando sea necesario de una forma sana o malsana. El poder nos puede hacer sentir superiores y más fuertes para sobrevivir en nuestra compleja y exigente sociedad en lo que se refiere al esfuerzo requerido para satisfacer las necesidades sociales. Aunque el poder puede crear una falsa ilusión de aquietamiento de los miedos y desasosiegos existenciales del hombre, solo a través del desarrollo o crecimiento personal y de una espiritualidad bien vivida se pueden aplacar nuestros temores y consiguientemente la búsqueda de poder. Pero lo que es una realidad es que el poder, por posición o por tener influencia, cada vez más se ha convertido también en una fuente de búsqueda de nuestro sustento económico.

      Una de las vías de búsqueda de poder propia de nuestra época es la de convertirse en el líder de causas y reivindicaciones basadas en la crítica por la crítica y en la denuncia de injusticias que identifican enemigos culpables de los resentimientos y padecimientos de aquellas víctimas a las que se quiere reclutar. Sin duda esta vía es una de las que más contribuyen a los altos niveles de agitación y confrontación.

      La deslealtad y el conflicto de agencia


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