Fuga y retorno de Teresa. Alfonso Crespo Hidalgo

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Fuga y retorno de Teresa - Alfonso Crespo Hidalgo


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el P. Domingo Báñez, en 1575, avalaría la catolicidad del Libro, denunciando con unas palabras proféticas que no es bueno el miedo como reacción ni la sospecha constante ante lo que se sale del «camino llano y común y carretero». Aunque el experto teólogo no se siente a gusto con las «visiones y revelaciones» que narra el libro (cosa que ocurría a la misma Santa), acredita a la autora como mujer «no engañadora». E insiste: «Tengo grande experiencia de su verdad, obediencia, penitencia, paciencia y caridad con los que la persiguen... Y esto es lo que se puede apreciar como más cierta señal del verdadero amor de Dios que las visiones y revelaciones»[3].

      Será Fray Luis de León quien, en 1588 y en Salamanca, ciudad de letras por antonomasia, presentaría a la luz pública el Libro, introduciéndolo en sociedad. Cuatro años después, el manuscrito será llevado a la biblioteca real de El Escorial a requerimiento de Felipe II (1592). Forma parte ya del Patrimonio Nacional[4]. Toma pleno sentido la famosa sentencia de la Santa en su carta a las monjas de Sevilla, en 1579: «La verdad padece, pero no perece». El Espíritu Santo es provocador y sopla cuando quiere y su presencia en sus fieles abre a novedades insospechadas que con frecuencia son difíciles de atar o catalogar (cf Jn 3,1-8).

      Pero quedan aún unos episodios curiosos, alguno cargado de intrigas, en las andanzas del manuscrito. Señalamos dos: a principios del siglo XIX, el rey impuesto, José Bonaparte, quiso llevar en su equipaje de latrocinio, cuando huía a Francia, la «joya» de Teresa y piedra preciosa de nuestra literatura. No lo consiguió. Una mano anónima hizo que el manuscrito se quedara oculto en Madrid y devuelto a El Escorial. Y un segundo viaje frustrado: en la huida de nuestro patrimonio hacia Ginebra, con motivo de la contienda civil, en 1939, el manuscrito emigró junto a un buen elenco de nuestra mejor pintura con destino a Ginebra, pero tampoco atravesó la frontera. Quedó depositado en el Castillo de Perelada en Gerona, y terminada la guerra, regresó felizmente a su estante sereno de El Escorial. Recientemente sí ha salido, pero no ya a hurtadillas, a su ciudad natal de Ávila, como estímulo para preparar la celebración del Centenario de su Vida[5].

      El contenido del Libro

      Abramos el Libro y hojeemos con una primera mirada de curiosidad: contiene diversas partes, diferentes entre sí pero unificadas por la intención que nos anuncia en el prólogo y nos recuerda en el epílogo: «Los primeros capítulos hablan del hogar, de la vocación religiosa, de su enfermedad, de sus deseos de oración, de sus distracciones e insatisfacciones. Percibe Teresa la llamada de Dios a ir al fondo, pero se entretiene en mediocridades que no llenan su corazón. La conversión referida en el capítulo 9 a los treinta y nueve años de edad cambia su vida; es un hito fundamental. En el capítulo 11 pasa en parte del plano narrativo al doctrinal, escribiendo sobre los grados de la oración con bellas y familiares comparaciones. Desde el capítulo 23 nos abre su historia más profunda. Escribe sobre la experiencia de la acción de Dios y de su presencia, en una graduatoria de vivencias que culminan por un lado en la unión de su alma con el protagonista divino, y por otra en su misión de fundadora, que la hará líder de un grupo selecto (capítulos 23-31). En los cinco capítulos siguientes (32-36) narra la fundación del Convento de San José de Ávila. Los últimos capítulos nos cuentan cómo vive entonces y cómo contempla el horizonte escatológico de su vida. Ansía la unión consumada con el Señor, pero sabe esperar»[6].

      Con unción, pues, comenzamos la lectura del Libro de la vida, iniciando una auténtica peregrinación por las honduras del alma de Teresa de Ávila, profundamente enamorada, seducida hasta tal punto que, como expropiándose de sí misma, hizo depender su propio nombre del nombre del Amado: Teresa de Jesús. La Santa describe su vida, examina su conciencia, analiza su alma, en un supremo esfuerzo de sencillez y de verdad hasta hacer de su obra una confesión. Otro libro que influyó grandemente en la Santa lleva este nombre: Confesiones; su autor es otro apasionado de Dios: san Agustín de Hipona.

      Santa Teresa tuvo algunos referentes mayores que le ofrecen modelo y paradigma para interpretar y narrar su trayectoria: san Pablo y san Agustín. Se siente espiritualmente cercana al Apóstol de las gentes, que una vez «alcanzado por el Señor» depositó enteramente su amor y confianza en Él, deseó vivir unido cada vez más a Jesucristo, lo dio a conocer día y noche, con persecuciones por fuera y sufrimientos por dentro, suspiró por participar en su destino cuanto antes para estar siempre con el Señor, supremo bien. De él decía Teresa: «San Pablo no parece se le caía de la boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón» (Vida, 22,7). Del libro de las Confesiones comenta: «Como comencé a leer las Confesiones, paréceme que me veía yo allí. Comencé a encomendarme mucho a este glorioso Santo. Cuando llegué a su conversión y leí cómo oyó aquella voz en el huerto, no me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió mi corazón» (Vida, 9,8)[7].

      ¿Quién es Dios para ti, Teresa?

      Con el Libro de la vida en mis manos, lancé la pregunta: «¿Quién es Dios para ti, Teresa?». Y comencé su lectura, me adentré con pudor en su «alma» en un diálogo abierto, a modo de entrevista virtual, que supera los límites del tiempo y del espacio y que remonta el diálogo al silencio, casi místico, de desvelar el misterio de una persona adentrándonos en su paisaje interior mediante la lectura de su propia biografía.

      Azorín, como literato, ha definido este libro: «El más hondo, más denso, más penetrante que exista en ninguna literatura europea». Y Edith Stein, como filósofa, hebrea sedienta de verdad, exclamó tras el encuentro fortuito con estas páginas: «Aquí está la verdad». La lectura provocó su conversión al cristianismo, su profesión en un convento de carmelitas, su entrega hasta la muerte por fidelidad al esposo. Hoy la veneramos como santa Teresa Benedicta de la Cruz.

      El Libro de la vida se ofrece, abriendo sus páginas, a todos aquellos que se acercan a Teresa para que les hable, con la fuerza de su sinceridad humana, de su fuerte e insólita experiencia de Dios. Experiencia insólita porque muchas páginas contienen fuertes vivencias del misterio y están impregnadas, y ello es harto difícil, de la facilidad de poderlas comprender y transmitir. Como dice el P. Jesús Castellano, añorado maestro: «Teresa se convierte en testigo del misterio, narradora de historia de salvación, en evangelista del amor misericordioso de Dios. Y al escribir quiere no solo transmitir verdades y vivencias, sino también contagiar, atraer, “engolosinar”, como ella misma dice»[8].

      Mi lectura del Libro, al tomarlo de nuevo en mis manos, se impregnó del deseo, entre curiosidad y complacencia, de desnudar la verdad más íntima de la Santa ya admirada pero que de nuevo me iba cautivando. Manifiesto, ya al inicio de estas páginas, que me embelesó la contestación que, con su Vida, Teresa me ofrecía a la pregunta tantas veces lanzada: ¿qué es Dios para ti?

      Permitidme compartir una primera sorpresa. Cuando comencé el libro creía, y era lógico, que la protagonista de esta biografía sería Teresa; según fui leyendo, me convencí de que el auténtico protagonista era Dios. Jamás había leído, fuera de la Biblia, una cosa semejante. Quizá en las Confesiones de san Agustín había visto un Dios tan vivo, tan actuante, un Dios del que se huye y que nos busca; un Dios que vence, que enamora, arrebata y desborda... Los textos de literatura consideran esta obra de Teresa como una autobiografía; mucho mejor sería calificarla de Cantar de Gesta: el poema de las gestas de un Dios que traba combate largo y tenso con Teresa; combate que concluye con una victoria feliz que es, al mismo tiempo, marcha nupcial de los dos protagonistas: Dios y Teresa.

      Quisiera adelantar algunas primeras conclusiones, que susciten en el lector la sana curiosidad por conocer las entrañas de un desenlace anunciado y conocido. El Dios de Teresa sobresalía en cuatro notas: un Dios dinámico, personalísimo en sus relaciones con ella, celoso y excluyente de todo rival afectivo, y realizante hasta lo insospechado de todas las capacidades de su enamorada.

      Confieso con humildad que cuando comencé este trabajo, reflexionando y dialogando sobre la «imagen de Dios» que, a través del Libro, nos presenta Teresa, inicialmente pretendía abarcar toda la obra; pronto me di cuenta de que era una tarea que me sobrepasaba. Además, existen estudios suficientes y por personas más cualificadas. En principio, pensé en detenerme en los cuatro primeros capítulos, que narran la vida de Teresa seglar y que terminan con un «Amén» de asentimiento y nos deja a Teresa en el convento. ¿No es quizás esta


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