Crónica de la conquista de Granada (2 de 2). Washington Irving

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Crónica de la conquista de Granada (2 de 2) - Washington Irving


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ser el objeto de su execracion. En esto se oyó de improviso el grito de ¡viva Boabdil el chico! y al punto resuena por todas partes la misma voz; ¡viva Boabdil el chico!, decian, ¡viva el legítimo Rey de Granada! y ¡mueran los usurpadores! Llevado de aquel impulso momentáneo, corre el pueblo al Albaicin, y los mismos que poco antes habian sitiado á Boabdil, rodean ahora su palacio con aclamaciones. Conducido á la Alhambra en triunfo, y dueño ya de Granada y de todas sus fortalezas, se vió este príncipe sentado otra vez sobre el trono de sus mayores.

      Al ceñir aquella corona que tantas veces le habia arrebatado la inconstante multitud, trató Boabdil de consolidar su poder, y por órden suya rodaron al suelo las cabezas de cuatro moros principales, que mas celosos se habian mostrado en la causa de su rival. Estos castigos eran tan comunes en toda mudanza de gobierno, que el público, lejos de ofenderse, alabó la moderacion de su Soberano: cesaron las facciones, y ensalzando todos á Boabdil hasta las nubes, quedó el Zagal entregado al olvido y menosprecio.

      Confundido y humillado por un revés tan repentino cual nunca, acaso, cupo en suerte á ningun caudillo, se dirigia el Zagal tristemente hácia Granada: la víspera de aquel dia se habia visto á la cabeza de un ejército poderoso, sus enemigos le temblaban, y la victoria parecia que iba á coronarle de laureles: ahora se contemplaba fugitivo entre los montes; su ejército, su prosperidad, su poderío, todo se habia desvanecido como un sueño ligero, ó como una ficcion de la fantasía. Llegando cerca de la ciudad, se detuvo en las márgenes del Jenil, y envió delante algunos ginetes para tomar lengua; los cuales volviendo en breve con semblantes decaidos, le dijeron: “Señor, las puertas de Granada están cerradas para vos; el estandarte de Boabdil tremola sobre las torres de la Alhambra.” Volvió el Zagal las riendas á su caballo, y partió silencioso la vuelta de Almuñecar: desde alli pasó á Almería, y por último se refugió en Guadix, donde permaneció procurando reunir sus fuerzas, por si alguna mudanza política le llamaba á nuevas empresas.

      Entretanto reinaba en Velez-málaga una penosa incertidumbre sobre lo que pasaba por fuera: durante la noche anterior habian notado por los fuegos encendidos en las alturas de Bentomiz, que se les hacian señales cuyo sentido no comprendian: al amanecer del dia siguiente vieron que el campamento moro habia desaparecido como por encanto; y todo se volvia conjeturas y recelos, cuando vieron llegar á rienda suelta, y entrar por las puertas de la ciudad, al bizarro Rodovan de Venegas con un escuadron de caballería, triste fragmento de un ejército florido. La noticia de tan gran revés llenó á todos de consternacion; pero Rodovan los animó á la resistencia con la seguridad de ser en breve socorridos desde Granada, y con la esperanza de que la artillería gruesa de los cristianos se atascaria en los caminos, y nunca llegaria al campo. Pero esta esperanza en breve se desvaneció: al dia siguiente vieron entrar en el real un tren poderoso de lombardas, ribadoquines, catapultas, y una larga fila de carros con municiones, escoltados por el maestre de Alcántara.

      Sabido por los sitiados que Granada habia cerrado sus puertas contra el Zagal, y que no habia que esperar socorros, trataron de capitular, aconsejándolo el mismo Rodovan de Venegas, que conocia ser ya inútil la resistencia. Las condiciones se ajustaron entre Rodovan y el conde de Cifuentes, que se conocian y estimaban mútuamente; y aprobadas por Fernando, que deseaba proseguir mas adelante sus conquistas, y marchar contra Málaga, se entregó la ciudad, permitiéndose salir á los habitantes con todos sus efectos, menos las armas, y dejando á cada uno la eleccion de su morada, no siendo en lugares inmediatos á la mar. Ciento y veinte cristianos de ambos sexos debieron su libertad á la rendicion de Velez-málaga; y enviados á Córdoba, fueron recibidos por la Reina y la Infanta doña Isabel en aquella famosa catedral, donde se celebró con toda solemnidad tan gran victoria.

      Á la entrega de Velez-málaga se siguió la de Bentomiz, Comares, y todos los lugares y castillos de la Ajarquía. Vinieron diputaciones de unos cuarenta pueblos de las Alpujarras, cuyos moradores se sometieron á los Soberanos, jurando obedecerlos como mudejares ó vasallos moriscos. Se tuvo al mismo tiempo noticia de la revolucion acaecida en Granada; con cuyo motivo solicitaba Boabdil la proteccion del Rey en favor de los pueblos que habian vuelto á su obediencia, ó que renunciasen á su tio, asegurando que no dudaba ser en breve reconocido por todo el reino, al cual tendria entonces como vasallo de la corona de Castilla. Accedió Fernando á esta súplica, extendiendo su proteccion á los habitantes de Granada, los cuales pudieron asi salir en paz á cultivar sus campos, y comerciar con el territorio cristiano: iguales ventajas se ofrecieron á los pueblos que dentro de seis meses abandonasen al Zagal, y volviesen á la obediencia de Boabdil.

      Dadas estas disposiciones, y proveido todo lo necesario al gobierno del territorio nuevamente adquirido, dirigió Fernando su atencion al objeto principal de esta campaña, la conquista de la ciudad de Málaga.

      CAPÍTULO IV

De la ciudad de Málaga, y de sus habitantes

      La ciudad de Málaga era la plaza mas importante, y al mismo tiempo la mas fuerte, del reino de Granada. Fundada en un valle hermoso á la ribera del mar, la defendia por un lado una cordillera de montañas, y por otro bañaban el pié de sus baluartes las olas del mediterráneo. Sus murallas eran altas, macizas, y coronadas de muchas torres. Dos castillos formidables dominaban la poblacion: el uno la Alcazaba ó ciudadela, que estaba en la pendiente de una cuesta junto al mar: el otro, Gibralfaro, situado en la cumbre de la misma cuesta en un sitio donde antiguamente hubo un faro ó fanal, de donde tomó su nombre, por una corrupcion de Gibel fano, cerro del fanal; y este castillo era tan fuerte por su situacion y defensas, que se tenia por inexpugnable. De la una á la otra fortaleza se comunicaba por medio de un camino cubierto, seis pasos de ancho, que corria de arriba abajo entre dos murallas paralelas. Inmediatos á la ciudad habia dos grandes arrabales; en el uno, por la parte del mar, estaban las casas de recreo y jardines de los ciudadanos mas opulentos; en el otro, por la parte de tierra, habia una poblacion numerosa, defendida por murallas y torres de mucha fuerza.

      La ciudad de Málaga, rica, mercantil y populosa, estimaba en mas la conservacion de un comercio lucrativo que mantenia con el África y Levante, que el honor de resistir á un asedio, cuyas ruinosas consecuencias no ignoraba: la paz era sus delicias; y en sus consejos influia no tanto el voto del guerrero, como el interés del comerciante. De esta clase era Alí Dordux, uno de los principales; sus riquezas eran sin cuento, sus navíos cubrian todos los mares, y su palabra era ley en la ciudad. Reuniendo á los primeros y mas ricos de sus compañeros, acudió Alí á la Alcazaba, donde hizo al alcaide Aben Connixa un discurso, representándole la inutilidad de toda resistencia, los males que debia acarrear un sitio, y la ruina que se seguiria á la toma de la ciudad á fuerza de armas. Por otra parte le puso delante el favor que podrian esperar del Monarca de Castilla, si pronta y voluntariamente reconocian á Boabdil por Rey, la segura posesion de sus bienes, y el comercio provechoso con los puertos de los cristianos. El alcaide escuchó con atencion estos consejos, y cediendo á las instancias que se le hicieron, salió al real cristiano para tratar de conciertos con el Rey, habiendo dejado á su hermano con el mando.

      Mandaba á esta sazon en el castillo de Gibralfaro aquel moro belicoso, enemigo implacable de los cristianos, aquel Hamet el Zegrí, alcaide de Ronda, tan valiente y tan temido. Tenia Hamet consigo el remanente de sus Gomeles, y otros de la misma tribu que se le habian agregado. Mirando estos bárbaros la ciudad de Málaga desde los antiguos torreones de su encumbrado castillo, donde se anidaban como aves de rapiña, contemplaban con todo el desprecio del orgullo militar aquella poblacion mercantil, que tenian cargo de defender, estimando en mas que á sus moradores, sus fortalezas y defensas. La guerra era su oficio, las escenas de peligro y sangre sus delicias; y confiados en la fuerza de la plaza y en la de su castillo, tenian en poco la guerra con que el cristiano les amenazaba.

      Tales eran los elementos de la guarnicion de Gibralfaro, y el furor de sus soldados al saber que se trataba de la entrega de Málaga, y que el alcaide de la Alcazaba lo consentia, puede fácilmente concebirse. Para evitar una degradacion semejante, no reparó Hamet en la violencia de los medios: bajó con sus Gomeles á la ciudadela, y entrando en ella repentinamente dió la muerte al hermano del alcaide Aben Connixa, asi como á todos los que presentaron la menor resistencia, y en seguida convocó á los habitantes de Málaga para deliberar sobre las medidas que convenia tomar en defensa de la plaza3.

      Á consecuencia de esta


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Cura de los Palacios, cap. 82.