Zadig, ó El Destino, Historia Oriental. Voltaire

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Zadig, ó El Destino, Historia Oriental - Voltaire


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el rey pronunciaba la decision. De los extremos de la tierra acudian espectadores á esta solemnidad. Recibia el vencedor de mano del monarca una copa de oro guarnecida de piedras preciosas, y le decia el rey estas palabras: "Recibid este premio de la generosidad, y oxalá me concedan los Dioses muchos vasallos que á vos se parezcan."

      Llegado este memorable dia, se dexó ver el rey en su trono, rodeado de grandes, magos y diputados de todas las naciones, que venian, á unos juegos donde no con la ligereza de los caballos, ni con la fuerza corporal, sino con la virtud se grangeaba la gloria. Recitó en voz alta el satrapa las acciones por las quales podian sus autores merecer el inestimable premio, y no habló siquiera de la magnanimidad con que habia restituido Zadig todo su caudal al envidioso: que no era esta accion que mereciera disputar el premio.

      Primero presentó á un juez que habiendo, en virtud de una equivocacion de que no era responsable, fallado un pleyto importante contra un ciudadano, le habia dado todo su caudal, que era lo equivalente de la perdida del litigante.

      Luego produxo un mancebo que perdido de amor por una doncella con quien se iba á casar, se la cedió no obstante á un amigo suyo, que estaba á la muerte por amores de la misma, y ademas dotó la doncella.

      Hizo luego comparecer á un militar que en la guerra de Hircania habia dado exemplo todavía de mayor generosidad. Llevábanse á suamada unos soldados enemigos, y miéntras la estaba defendiendo contra ellos, le viniéron á decir que otros Hircanos se llevaban de allí cerca á su madre; y abandonó llorando á su querida, por libertar á la madre. Quando volvió á tomar la defensa de su dama, la encontró expirando, y se quiso dar la muerte; pero le representó su madre que no tenia mas apoyo que él, y tuvo ánimo para sufrir la vida.

      Inclinábanse los jueces por este soldado; pero el rey tomando la palabra, dixo: Accion es noble la suya, y tambien lo son las de los otros, pero no me pasman; y ayer hizo Zadig una que me ha pasmado. Pocos dias ha que ha caido de mi gracia Coreb, mi ministro y valido. Quejábame de él con vehemencia, y todos los palaciegos me decian que era yo demasiadamente misericordioso; todos decian á porfía mal de Coreb. Pregunté su dictámen á Zadig, y se atrevió á alaharle. Confieso qne en nuestras historias he visto exemplos de haber pagado un yerro con su caudal, cedido su dama, ó antepuesto su madre al objeto de su amor; pero nunca he leido que un palaciego haya dicho bien de un ministro caido con quien estaba enojado su soberano. A cada uno de aquellos cuyas acciones se han recitado le doy veinte mil monedas de oro; pero la copa se la doy á Zadig.

      Señor, replicó este, vuestra magestad es el único que la merece, y quien ha hecho la mas inaudita accion, pues siendo rey no se ha indignado contra su esclavo que contradecia su pasion. Todos celebráron admirados al rey y á Zadig. Recibiéron las dádivas del monarca el juez qus habia dado su caudal, el amante que habia casado á su amada con su amigo, y el soldado que ántes quiso librar á su madre que á su dama; y Zadig obtuvo la copa. Grangeóse el rey la reputacion de buen príncipe, que no conservó mucho tiempo; y se consagró el dia con fiestas que duráron mas de lo que prescribia la ley, conservándose aun su memoria en el Asia. Decia Zadig: ¡con que en fin soy feliz! pero Zadig se engañaba.

      CAPITULO VI

      El ministro.

      Habiendo perdido el rey á su primer ministro, escogió á Zadig para desempeñar este cargo. Todas las hermosas damas de Babilonia aplaudiéron esta eleccion, porque nunca habia habido ministro tan mozo desde la fundacion del imperio: todos los palaciegos la sintiéron; al envidioso le dió un vómito de sangre, y se le hincháron extraordinariamente las narices. Dió Zadig las gracias al rey y á la reyna, y fué luego á dárselas al loro. Precioso páxaro, le dixo, tú has sido quien me has librado la vida, y quien me has hecho primer ministro. Mucho mal me habian hecho la perra y el caballo de sus magestades, pero tú me has hecho mucho bien. ¡En qué cosas estriba la suerte de los humanos! Pero puede ser que mi dicha se desvanezca dentro de pocos instantes. El loro respondió: ántes. Dió golpe á Zadig esta palabra; puesto que á fuer de buen físico que no creía que fuesen los loros profetas, se sosegó luego, y empezó á servir su cargo lo mejor que supo.

      Hizo que á todo el mundo alcanzara el sagrado poder de las leyes, y que á ninguno abrumara el peso de su dignidad. No impidió la libertad de votos en el divan, y cada visir podia, sin disgustarle, exponer su dictámen. Quando fallaba de un asunto, la ley, no él, era quien fallaba; pero quando esta era muy severa, la suavízaba; y quando faltaba ley, la hacia su equidad tal, que se hubiera podido atribuir á Zoroastro. El fué quien dexó vinculado en las naciones el gran principio de que vale mas libertar un reo, que condenar un inocente. Pensaba que era destino de las leyes no ménos socorrer á los ciudadanos que amedrentarlos. Cifrábase su principal habilidad en desenmarañar la verdad que procuran todos obscurecer. Sirvióse de esta habilidad desde los primeros dias de su administracion. Habia muerto en las Indias un comerciante muy nombrado de Babilonia: y habiendo dexado su caudal por iguales partes á sus dos hijos, despues de dotar á su hija, dexaba ademas un legado de treinta mil monedas de oro á aquel de sus hijos que se decidiese que le habia querido mas. El mayor le erigió un sepulcro, y el menor dió á su hermana parte de su herencia en aumento de su dote. La gente decia: El mayor queria mas á su padre, y el menor quiere mas á su hermana: las treinta mil monedas se deben dar al mayor. Llamó Zadig sucesivamente á los dos, y le dixo al mayor: No ha muerto vuestro padre, que ha sanado de su última enfermedad, y vuelve á Babilonia. Loado sea Dios, respondió el mancebo; pero su sepulcro me habia costado harto caro. Lo mismo dixo luego Zadig al menor. Loado sea Dios, respondió, voy á restituir á mi padre todo quanto tengo, pero quisiera que dexase á mi hermana lo que le he dado. No restituiréis nada, dixo Zadig, y se os darán las treinta mil monedas, que vos sois el que mas á vuestro padre queríais.

      Habia dado una doncella muy rica palabra de matrimonio á dos magos, y despues de haber recibido algunos meses instrucciones de ámbos, se encontró en cinta. Ambos querian casarse con ella. La doncella dixo que seria su marido el que la habia puesto en estado de dar un ciudadano al imperio. Uno decia: Yo he sido quien he hecho esta buena obra; el otro: No, que soy yo quien he tenido tanta dicha. Está bien, respondió la doncella, reconozco por padre de la criatura el que le pueda dar mejor educacion. Parió un chico, y quiso educarle uno y otro mago. Llevada la instancia ante Zadig, los llamó á entrámbos, y dixo al primero: ¿Qué has de enseñar á tu alumno? Enseñaréle, respondió el doctor, las ocho partes de la oracion, la dialéctica, la astrologia, la demonología, qué cosa es la sustancia y el accidente, lo abstracto y lo concreto, las monadas y la harmonía preestablecida. Pues yo, dixo el segundo, procuraré hacerle justo y digno de tener amigos. Zadig falló: Ora seas ó no su padre, tú te casarás con su madre.

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