Entre en… los poderes de la parapsicología. Laura Tuan
Читать онлайн книгу.respecto se conocen numerosos casos en los cuales los fenómenos parapsíquicos, frecuentes durante los primeros años de vida, disminuyen hasta cesar por completo en la madurez. Otras veces, después de una infancia y de una adolescencia faltas de relieve en lo que concierne a la predisposición a lo paranormal, tales facultades se manifiestan de improviso en la edad adulta.
Por lo general, se dice que las mujeres, tiernas, soñadoras y emotivas, resultan atraídas en mayor medida que los hombres por la esfera de lo paranormal, lo cual ha sido científicamente comprobado.
No puede decirse que los hombres tengan menos percepciones extrasensoriales, pero, absorbidos como están la mayoría de las veces por intereses profesionales y por la vida fuera de casa, son más racionales debido a la propia responsabilidad y prestan poca atención, o creen menos. En caso de que crean, están menos predispuestos a admitir ciertas cosas y, por miedo al ridículo, a contarlas a los demás. Más cerrados y rígidos, prefieren atribuir al azar aquello que no siempre puede serle atribuido.
Una conocidísima investigadora, L. Rhine, ha comprobado de qué modo, durante las pruebas de laboratorio, un esfuerzo y una tensión excesivos pueden actuar como factores ansiógenos inhibidores. El conocimiento de los resultados obtenidos, si es positivo, puede actuar de estímulo, pero, en caso contrario, puede transformarse en una fuente de distracción y de desánimo. El aburrimiento y la paralización deben evitarse cuidadosamente. Es notable cómo, más allá de un cierto límite, las puntuaciones de sensitividad comienzan a estancarse claramente. Una pausa para la distensión y nuevas motivaciones serán una valiosa ayuda para animar la reanudación de la prueba. También influyen en el éxito de la misma el estado de salud, la luz, la temperatura, los sonidos, los perfumes, la alimentación y el uso de determinadas sustancias. Esto lo sabían perfectamente los antiguos profesionales de lo oculto, los magos y videntes del pasado, que solían preparar con cuidado todos los detalles, desde la vestimenta hasta el ambiente, para sus experiencias extrasensoriales. En la Edad Media hacían acopio de filtros y ungüentos, cuyos componentes alimentarían, quizás artificiosamente, aquel salto de conciencia, aquel quid definitivo de la ciencia de lo paranormal.
Datura y yohimbée, belladona y dedalera, acónito y beleño, algunas de las cuales se asemejan por su composición química a las endorfinas y a las encefalinas producidas por el organismo durante el trance, son los nombres de las plantas que habrían sido las verdaderas responsables del vuelo sobre la escoba y de las visiones de lugares lejanos.
Incluso la Pitia – la sacerdotisa de Apolo–, que profetizaba en Delfos, habría inhalado fumigaciones del más inocuo laurel. Y también el geranio, la ruda, el Lotus corniculatus de nuestros campos, así como moderadas dosis de vino y de té parecerían estimular, según recientes investigaciones, la manifestación de lo paranormal, gracias al aumento de la dilatación de los vasos cerebrales y a la pérdida de inhibiciones. De manera similar, la ingestión de café y té se revelaría de alguna utilidad contra la detención de la receptividad, el estancamiento y el aburrimiento que se manifiestan durante los ciclos de pruebas más o menos largos.
Se sabe que algunos de los más conocidos sensitivos, dotados de poderes paranormales, comenzaron a hacer trampas en cierto punto de su carrera. Obligados a realizar exhibiciones pagadas y a no desilusionar a su público ni a ellos mismos, conscientes del hecho de que lo paranormal, sujeto a una multiplicidad de factores, no siempre se puede obtener y reproducir con los mismos resultados, recurrieron a pequeños trucos o ficciones y trajeron de esta forma el descrédito sobre la realidad de estos fenómenos extrasensoriales que ellos mismos, en condiciones apropiadas, eran capaces de producir.
Existen, sin embargo, señales fisiológicas inequívocas, algunas evidentes a simple vista, otras mediante instrumentos, reveladoras del estado alfa: así, el electroencefalógrafo revela las emisiones de ondas cerebrales, siempre de baja frecuencia, durante las manifestaciones psi, y el pletismógrafo mide la afluencia de sangre y la constricción de los vasos en el sujeto en situación de reposo, mediante registros de banda continua.
Existe, en efecto, una íntima correlación entre el comportamiento del músculo cardiaco y determinados contenidos psíquicos. En el célebre experimento de Barry-Dean, el transmisor, situado a gran distancia del receptor (Burdeos y Nueva York), miraba una serie de cartoncitos que contenían una palabra, algunas comunes o absolutamente indiferentes para el receptor, y otras cargadas emotivamente. El experimento no requería que el sensitivo captara su significado, sino que estaba dirigido al control de las reacciones fisiológicas a través de aquel instrumento. De esta forma fue posible revelar cómo a cada transmisión-recepción de contenidos emotivamente cargados para el sujeto, correspondía una subida en los valores de la circulación.
El triste motivo por el cual lo paranormal es tan frecuentemente rechazado, escarnecido o despreciado, incluso por personas sensatas y conocedoras, no reside en su íntima constitución, sino en el abuso de que ha sido objeto, en el límite impreciso más allá del cual se diluye en la superstición y, sobre todo, en los individuos que lo practican. Deseosos de alcanzar fama o dinero, profundamente ignorantes o con sólo algunos conocimientos limitados y superficiales, estos individuos aparecen como personas frustradas, estúpidas o infelices, siempre en busca de algún tesoro escondido. Los psicólogos los definen como neuróticos. En efecto, incluso detrás del investigador más serio, frecuentemente nos encontramos con una infancia poco feliz, problemas sin resolver, largos sufrimientos e inquietudes no calmadas. Lo paranormal se inicia siempre con alguna ruptura: basta con pensar en el poder de los chamanes o en los vuelos de las brujas, siempre alimentados por una crisis, una enfermedad o un alejamiento de la comunidad.
El individuo perfectamente integrado en su existencia, satisfecho con los placeres que esta le concede, se muestra poco predispuesto al trabajo interior y difícilmente presta atención al misterio, si no es como un pasatiempo mundano y un poco extraño. En cambio, aquellos que por diversos motivos se ven atraídos por el misterio, manifiestan habitualmente posturas poco equilibradas.
Las personas que temen, rechazan y niegan con exceso de celo cualquier posible credibilidad a lo oculto, revelan así el deseo secreto que las estimulan o atemorizan; por otra parte, se encuentran aquellos que están enamorados del misterio hasta el punto de no saber discernir lo verdadero de lo falso, de no saber juzgar ni decidir; estos últimos se convierten en una presa fácil y deseada de los numerosos pícaros de lo oculto. Pero entre la aceptación acrítica de todo cuanto se nos propone y el rechazo categórico, el camino más inocuo, y también el más fructífero (si es cierto que la virtud está en el justo medio), consiste en creer sólo a sabiendas. No hay motivos para rechazar lo paranormal únicamente porque está más allá del mundo de los sentidos, de la materia a la que estamos acostumbrados desde siempre. Probar, experimentar y analizar: he aquí las palabras clave. Lo demás, si debe llegar, lo hará luego. De todos modos, es cierto que para sintonizar con otros canales, es necesario dejar de lado el racionalismo. La psi no pasa a través de la razón que, como una pared, la desvía y la repele, sino que esta debe intervenir más tarde para juzgar y discernir el auténtico fenómeno de una alegre mentira contada en un momento de debilidad. Los hechos telepáticos y precognitivos se presentan en la mente de improviso. ¡Atención! La primera impresión es, a menudo, la más exacta. Pero si, en lugar de dejar simplemente que esta funcione, se intenta captar mediante la razón, hay muchas posibilidades de equivocarse.
Por ejemplo, uno está convencido de que cierta persona llegará a las siete. Es un pensamiento inesperado, carente de toda lógica. Poco después de haberlo formulado, uno recuerda que no pasan trenes a las siete y que el que toma a menudo dicha persona llega a la estación sólo a las ocho y cuarenta; uno elabora entonces una segunda falsa intuición, con la que recubre la primera, y se convence de que tal persona llegará a las ocho y cuarenta. Y he aquí que a las siete, al aprovechar una afortunada invitación a viajar en coche, dicha persona llama a la puerta, ¡y nos deja de piedra!
Es el momento de comenzar a adiestrar la intuición, pariente cercana de la sensitividad. En las páginas siguientes se encuentran ejercicios destinados a ello, muy diversos entre sí, ya sea por su derivación, ya sea por los distintos instrumentos de los que se valen, pero todos en función del desarrollo de las actividades parapsicológicas.
Mi consejo es que usted los lea todos, reflexione sobre