Asesinos Alienígenas. Stephen Goldin

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Asesinos Alienígenas - Stephen  Goldin


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Me indicaron que los espere aquí.”

      “Bien. Prefiero pasar un poco de tiempo a solas con mi nuevo cuerpo, de manera que pueda aprender a utilizarlo.”

      “Si lo desea, ahora que ya tenemos su altura en el archivo, podemos prepararle un cuerpo permanente por un pequeño cargo adicional. Un cuerpo estaría disponible permanentemente para usted y podría visitar Jenithar cada vez que lo desee, sin pasar nuevamente por estos inconvenientes.”

      “Gracias. Tendré eso en mente si me veo obligada a hacer más negocios por aquí.”

      El empleado se fue, dejándola sola. La habitación estaba repleta de estantes con cuerpos de alquiler en todos los distintos rangos de altura—muchos eran más pequeños que el de ella, algunos otros eran considerablemente más altos. Su cuerpo se sentía pesado. Muchas razas fabricaban sus cuerpos de visitante con plástico u otros materiales ligeros. Algunos incluso los creaban haciendo crecer tejidos orgánicos. Los jenitharpios elaboraban los suyos con metal rechinante e incómodo. Este cuerpo estaba cubierto con un marabú falso verde-parduzco. Por su tamaño y color, ella aparentaba tener un rango decente.

      Rabinowitz cojeó hasta un área despejada cercana al centro de la habitación, y comenzó a moverse de un lado a otro. Los movimientos de sus piernas no eran excesivamente malos si daba muchísimos pasos súper cortos, como si estuviese usando un kimono muy estrecho. Los brazos largos y delgados se sentían inútiles y colgantes; parecían caer como mangueras de hule, y ella prácticamente debía dislocar sus hombros para moverlos. Eran más que brazos, tentáculos, sin verdaderas articulaciones. “Debes ser una bailarina balinesa para lograr que estas cosas se muevan bien,” murmuró.

      Quince minutos después, se sintió lo suficientemente cómoda como para no avergonzarse en exceso. Afortunadamente, nadie esperaba que un alienígena en un cuerpo alquilado fuese elegante. Cada raza tenía sus propios chistes sobre lo torpes que eran los visitantes de otros planetas.

      Un par de novatos ingresó a la habitación, uno era un tanto más alto y más pálido que el otro. No había una forma inmediata de determinar sus sexos. “¿Srta. Rabinowitz?” dijo el más alto, que seguía siendo más bajo que ella. “Permítame presentarme. Soy Feffeti rab Dellor, oficial de tercer nivel. Me siento agradecido de que haya aceptado prestar su asistencia para nuestras investigaciones. Por favor, acompáñeme, visitaremos la escena del crimen.” Ni siquiera se molestó en presentarle a su compañero de menor tamaño.

      “Conéctate, MacDuff,” respondió Rabinowitz.

      El oficial hizo una pausa. “Disculpe. Eso no lo tradujo bien.”

      “No se preocupe. Era una alusión literaria. De todos modos, yo no debería estarlas regalando.”

      El oficial Dellor y su compañero condujeron a Rabinowitz por un pasillo repleto de gente hasta un elevador, donde la subieron a un vehículo grande donde iban otras personas. Descendieron dieciséis pisos hasta que Dellor indicó que habían llegado a su nivel. Salieron y caminaron entre más multitudes hacia una parada de transporte público. La gente les abría paso conforme ellos caminaban; posiblemente Dellor tenía alguna insignia policial que Rabinowitz no podía reconocer, o quizás las personas respetaban su estatura, que era mayor a la de casi cualquier otra persona a su alrededor.

      Al parecer, hasta los funcionarios policiales usaban el transporte público aquí. Pidieron el próximo taxi en la fila, pasando antes que cualquier otra persona que se encontraba esperando. Dellor le entregó al conductor, quien era mucho más bajo, un código policial de desactivación y un destino, y el taxi aceleró.

      La única experiencia anterior de Rabinowitz en Jenithar fue en el espacio de giro de Levexitor, así que sus primeras “vistas” reales, le encantaron. El cielo estaba nublado, e inclusive a pesar de que su cuerpo artificial no podía diferenciar los rangos normales de temperatura o humedad, el clima se sentía húmedo. El cielo brillaba a pesar de las nubes; Rabinowitz había leído que el sol de Jenithar era uno del tipo F, ligeramente más brillante que el de la Tierra. Los filtros de su cuerpo de alquiler limitaban la luz hacia un nivel adecuado, pero hacían extraños cambios a su manera de percibir la profundidad, además, le hacía ver los colores desteñidos y antinaturales.

      Esta región en particular era una ciudad con suficientes rascacielos como para hacer sentir cómodo a un habitante de Manhattan, pero ese mismo neoyorquino pudiera gritar de sorpresa por lo limpio que se encontraba todo. Legiones de trabajadores municipales fueron contratadas únicamente para mantener los edificios y calles inmaculadamente pulcros y libres de basura. Rabinowitz pudo haber pensado que esto se derivaba de algún sentido de orgullo cívico, eso si su lectura anterior no le hubiese explicado que era parte de un programa de empleo pleno.

      Había gente en todos lados, en constante movimiento. Formaban largas filas de peatones a los lados de la calle, en filas ordenadas de acuerdo a sus estaturas, con cada acera dedicada al tráfico peatonal de un sentido. Había un remolino de colores y formas, pero sorpresivamente, había pocos sonidos. Al estar forzados a vivir juntos tan cercanamente, los jenitharpios desarrollaron normas estrictas sobre la invasión de la privacidad ajena con sus propios ruidos.

      “Usted es un agente literario, ¿correcto?” preguntó Dellor mientras iban en camino.

      “Sí. Jenithar sigue siendo un mercado muy abierto para la literatura de mi mundo.”

      “¿Ha hecho negocios con el Mayor Levexitor durante mucho tiempo?”

      “Sólo durante los últimos cuatro meses,” respondió Rabinowitz. “Esperaba que fuera el inicio de una larga relación de negocios, pero ahora parece que tendré que hacer otros contactos.”

      “Declaró que cuando fue asesinado, usted se encontraba visitando a Levexitor.”

      “Sólo estaba girando. Hubo silencios extraños en nuestra conversación. Sospecho que alguien más estaba físicamente presente en ese mismo momento, pero esa persona no estaba conectada al espacio de giro, así que no se quién fue.”

      “¿Sobre qué estaban conversando cuando sucedió la muerte?”

      Rabinowitz dudó. “Negocios,” dijo. “Vine para hablar sobre los derechos teatrales submarinos de los trabajos que estuvimos negociando—”

      “No hay necesidad de extenderse,” interrumpió Dellor. “No necesito saber los detalles íntimos sobre los asuntos de negocios del Mayor. ¿Conoció usted bien a Dahb Chalnas?”

      “¿El asistente de Levexitor? En realidad, no. Generalmente él estaba en el entorno cuando el Mayor y yo nos reuníamos, pero rara vez hablaba.”

      “Sin embargo, él no estuvo allí en ese momento.”

      “En el espacio de giro, no. Levexitor me dijo que era su día libre.”

      El taxi había llegado a un lugar distinto de la ciudad, mucho menos concurrido. Aquí los edificios eran más pequeños y estaban separados uno del otro, y eventualmente su vehículo llegó a una parada en frente de una casa de dos plantas, con una pared baja a su alrededor y un jardín con mini-huerto en el patio frontal. Rabinowitz la miró con fascinación; Levexitor era una de las personas más importantes en Jenithar, y su casa tenía menos de dos tercios del tamaño que la de ella. “Todo es relativo,” murmuró, mientras salía del taxi con sus escoltas policiales.

      Los oficiales la condujeron hacia adentro de la casa, y ella miró impactada mientras cruzaba el umbral. El hogar de Levexitor hacía que la simple miseria se viera respetable. Montones de desechos cubrían el piso, lo que hacía difícil encontrar un camino despejado para caminar, y ella debía pisar con cuidado sobre pequeños riachuelos de fluido amarillo-verdoso. Las paredes exudaban glóbulos grasientos de algún material viscoso no identificado. Rabinowitz estaba segura de que el hedor la habría dejado inconsciente si su cuerpo artificial pudiese transmitir un poco más los olores, en lugar de emitir una alarma contra humo o químicos corrosivos.

      “¿Quién es el decorador?” preguntó en voz alta. “¿La Oficina Central de Alcantarillado?” Esta casa contrastaba mucho, tanto con la limpieza de


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