Un Giro En El Tiempo. Guido Pagliarino

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Un Giro En El Tiempo - Guido Pagliarino


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debido a la impericia del recluta Moretti en el uso del explosivo: tal vez fuera verdad, pero el corazón de la madre albergaba la sospecha de una desgracia realizada por algún esbirro del régimen infiltrado entre las filas; sin embargo permanecía callada sin presentar denuncia y tampoco la Procuraduría Militar había tratado de hacer averiguaciones por su cuenta. Se había dejado en paz a la señora Moretti y esta había recibido inmediatamente una pequeña pensión: No se le había molestado, no solo porque había permanecido callada, sino también principalmente porque, en aquel tiempo, las mujeres se consideraban poca cosa, y nada en absoluto si pertenecían al pueblo ignorante, por lo que a las afirmaciones de una pueblerina semianalfabeta se les habría dado el mismo crédito que el que se habría dado al cacareo de una gallina.

      Del pobre marido “fascista veterano” se había perdido la pista durante un tiempo, siendo transferido de un manicomio a otro, hasta que un día, en enero de 1934 llegó una postal a casa: no una carta, ya que así los empleados de correos del pueblo podían leerla y cabía esperar que la divulgaran, como acabó pasando. Con esa postal se avisaba a la señora Moretti de que su pobre consorte había muerto en Cerdeña en un hospital a causa de una pulmonía y se pedía permiso para sepultarlo de inmediato en el camposanto local o, si lo quería la familia, ir allí para llevárselo al cementerio de su tierra. La esposa debía haber contestado a los cinco días de la fecha de envío si hubiera querido trasladar los restos del consorte y en caso contrario el silencio se consideraría como aceptación de la inhumación en la isla. Ya habían pasado los cinco días, casi con seguridad Moretti había sido enterrado, así que la viuda había renunciado a actuar, considerando también la dificultad, para una mujer sola e ignorante, de ir a Cerdeña, proceder a la exhumación y hacer mandar el féretro al pueblo lombardo.

      Mussolini, que había dormido estupendamente toda la noche, entró a las 7 de la mañana del 15 de junio de 1933 en el cuarto de baño para las actividades normales después de despertar y había tomado una de sus súbitas decisiones mientras estaba orinando.

      Al llegar al despacho, eran las 8 horas y 10 minutos, había convocado, ¡en una hora!, al ministro de educación nacional, Francesco Ercole, y al de guerra, Pietro Gazzera23: lo que había presentado también interesaba a los ministerios de asuntos exteriores24 y de interior, pero estaban a cargo del propio Mussolini provisionalmente; sin embargo había hecho venir al subsecretario de interior, Guido Buffarini Guidi, ya que, en la práctica, este dirigía aquel ministerio.

      Exactamente 45 minutos después, los dos ministros y el subsecretario, a través de la puerta de doble hoja del despacho-salón previamente abierta de par en par por un criado, desde la que se veía el escritorio y el sillón del jefe de gobierno, que se encontraban casi al fondo de la parte opuesta del espacio, habían entrado al mismo tiempo y se dirigían a paso ligero hacia del Duce, hombro con hombro, según una recientísima disposición de Mussolini en persona; entretanto el criado cerraba tras ellos la puerta: oficialmente la orden de apresurarse tenía como justificación reducir el tiempo dedicado a las audiencias, principalmente para que el Gran Jefe se ocupara de otros asuntos; pero sobre todo a Mussolini le gustaba muchísimo ver a aquellos señores con camisa y chaqueta negra obedeciéndole ridículamente: en junio de 1935 incluso haría saltar gimnásticamente a toda su jerarquía los círculos de fuego durante el llamado “sábado fascista” o, más exactamente, durante la tarde de ese mismo día, dedicado a la gimnasia y la educación militar, algo que debían preocupar nada menos que a todos los italianos. Ya el hecho de recorrer caminando la larga sala, con el Duce impertérrito al fondo junto al escritorio presidencial, con los brazos cruzados, la mandíbula altiva y los ojos dirigidos a los ojos del convocado de turno o pasando de uno a otro de los congregados cuando eran más de uno, como en nuestro caso, habrían causado una notable incomodidad, pero pasar el salón a paso ligero domesticaba a todos y los hacía dóciles cuando ya llegaban a la altura del Duce. Después de recibir las órdenes, los convocados debían saludar a la romana al jefe supremo, girar sobre sus talones y, siempre a paso ligero, hop, hop, salir por la puerta abierta entretanto por el ujier al que Mussolini había avisado previamente pulsando un botón sobre el escritorio en cuanto estos le habían dado la espalda. No quería, en el fondo, tener colaboradores, aparte del fiel Bocchini, sino simplemente marionetas.

      Con pocas palabras, había dado órdenes a los dos ministros y al subsecretario de constituir en la Universidad de La Sapienza de Roma “¡en tiempo récord!” un grupo secreto de científicos y técnicos, “denominado, convencionalmente”, había añadido, “Gabinete RS/33, acrónimo de Ricerche Speciali (Investigaciones Especiales) año 1933”: Mussolini, antiguo maestro de escuela, presumía de ser un gran experto de la lengua italiana y no era nuevo que acuñara siglas o expresiones; también el misteriosísimo OVRA era suyo.

      El Gran Jefe no había convocado con los demás a un cuarto ministro, también fundamental para el gabinete constituido, el de aeronáutica, general Italo Balbo, y le había invitado, solo, a las 16 horas; sin embargo, sabía bien que, siendo aquel hombre un fascista veteranísimo y uno de los cuatro jefes a la cabeza de la Marcha sobre Roma, los llamados Cuadroviros de la Revolución, y ante todo convencido absolutamente de su propia valía, Balbo nunca se presentaba con humildad, ni siquiera a paso ligero, estando siempre dispuesto además a criticar al Duce a la cara, tal vez incluyendo alguna insolencia. Después de todo, disfrutaba de un gran predicamento en el país, compitiendo en popularidad con el mismo Mussolini. Era uno de los poquísimos en el ámbito político que le tuteaba, algo que el Duce aceptaba, pero con fastidio: sentía una gran envidia cuando se reunía con Balbo, aunque la ocultaba y no había hecho nada por el momento para hacerle daño, pero pretendía alejarse de él a la primera ocasión: eso pasaría al final del mismo año 1933, promoviéndole al máximo grado aeronáutico, mariscal del aire, después de haberle cubierto con grandes elogios y, poco después, el 26 de noviembre, haciendo que el rey le nombra gobernador de la llamada Cuarta Frontera, la colonia italiana de Libia, exiliándolo así en la práctica.

      Esa misma tarde del 15 de junio, después de haber recibido a Balbo y haberle dado las órdenes, el Duce había encargado a la policía del OVRA, en la persona de Guido Bocchini, que supervisara el trabajo del gabinete recién creado y que le reportara cualquier novedad que mereciera la pena.

      En un tiempo absolutamente récord, en todas las capitales de provincias se constituyó secretamente una “sección especial RS/33” específica del OVRA, con la tarea principal de avisar a Bocchini de cualquier eventual nuevo avistamiento de aeronaves desconocidas, de cualquier forma, y de interesarse inmediatamente y de falsificar directamente los testimonios no militares. Cada avistamiento debía reportarse a través de un formulario ideado por el propio Bocchini, con las siglas RS/33.FZ.4, cuyo modelo se había transmitido prontamente, con un mensaje adjunto, a todas las prefecturas italianas y, desde cada una de estas, a todos los comandos dependientes de las fuerzas de seguridad, así como a los cuarteles locales de la Milicia; se había enviado un modelo análogo, destinado a los oficiales de la Aeronáutica, desde la oficina ministerial de Balbo a todos los comandos aéreos para que lo distribuyeran a los departamentos dependientes. Mussolini también había decidido que cualquier informe relativo a avistamientos por parte de personas civiles debía pasar por el OVRA y de ahí debían enviárselo directamente a él y a los cargos Italo Balbo, como ministro de aeronáutica, y Gian Galeazzo Ciano, como director entrante del Gabinete de Prensa, así como a la sede romana del Gabinete RS/33.

      Aunque no era un estudioso, también Balbo había sido incorporado al mismo Gabinete, por su determinación al promover la Real Aeronáutica Militar, siendo su lema: “Es esencial sublimar la pasión por el vuelo para hacer de Italia el país más volador del mundo”. En cuanto a los científicos


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