El Retorno. Danilo Clementoni
Читать онлайн книгу.un detalle de la foto, «se traduzca como âjarrónâ o bien como âánfora de los Diosesâ. Luego están las palabras âsepulturaâ, âsecretoâ y âprotecciónâ que también están bastante claras».
Jack empezaba a estar un poco confundido, pero, asintiendo con la cabeza, intentó convencer a Elisa de que la estaba siguiendo perfectamente. Ella lo miró un instante, y luego continuó diciendo: «Este sÃmbolo, sin embargo», dijo toqueteando la pantalla para aclarar la imagen, «según algunos, representa una tumba, la tumba de un Dios. Mientras que esta parte describirÃa uno de los Dioses que advierte o incluso amenaza al pueblo reunido a su alrededor».
El coronel, un poco por culpa del alcohol, un poco por el embriagante perfume que Elisa desprendÃa a su alrededor, y un poco por los ojos de ella, en los que se habÃa perdido, no estaba entendiendo nada de nada. De todas formas, siguió asintiendo como si todo estuviera clarÃsimo.
«Entonces, resumiendo», continuó Elisa notando el continuo adormecimiento de Jack, «los expertos han interpretado el contenido de esta tablilla como la representación de un evento que tuvo lugar en los tiempos de Abraham y en el cual, un presunto Dios o más genéricamente unos Dioses, habrÃan escondido, enterrándolo alrededor de una de sus tumbas, algo muy preciado, al menos para ellos».
«Me parece una afirmación algo genérica», comentó Jack, intentando darse importancia. «Decir que han enterrado algo preciado cerca de una tumba de los Dioses no es como si tuvieras las coordenadas GPS. PodrÃa referirse a cualquier cosa en cualquier lugar».
«Tienes razón, pero todas las inscripciones, especialmente las que resalen a hace tanto tiempo, tienen que interpretarse y contextualizarse de alguna manera. Es por esto que existen los expertos y, mira por dónde, yo soy una de ellos». Al decirlo, comenzó a imitar los movimientos de una modelo mientras es fotografiada por los paparazzi.
«Vale, vale. Sé que eres buena. Pero ahora intenta que entendamos algo los pobres ignorantes como yo».
«Básicamente», siguió hablando Elisa mientras se recomponÃa, «después de haber analizado y comparado hallazgos históricos de cualquier tipo, historias reales, leyendas, habladurÃas y todo lo que he encontrado, las grandes âmentesâ de la tierra han afirmado que esta reconstrucción tiene una parte de verdad. Sobre estas bases, se ha enviado a arqueólogos de todo el mundo a la búsqueda de este lugar misterioso».
«Pero entonces, ¿qué tiene que ver el ELSAD?», el coronel estaba recuperando sus funciones cerebrales, «a mà me habÃan dicho que estas investigaciones estaban orientadas a la recuperación de supuestos artefactos nada menos que de origen alienÃgena».
«Y quizás sea precisamente asû, respondió Elisa. «Ya se trata de una opinión generalizada, que estos famosos âDiosesâ, que en tiempos remotos merodeaban por la Tierra, no eran otra cosa que humanoides provenientes de un planeta externo a nuestro sistema solar. Dada su elevada tecnologÃa y sus notables conocimientos en el campo médico y cientÃfico, no era tan difÃcil que los confundieran con Dioses capaces de realizar quién sabe qué milagros».
«Ya», interrumpió Jack. «Yo también, si llegara con un helicóptero Apache de combate en medio de una tribu del Amazonas central y empezara a lanzar misiles por todos lados, podrÃa ser confundido con un Dios furioso».
«Ãste es exactamente el efecto que deben haber producido aquellos seres en los hombres de aquella época. Hay quien dice, incluso, que fueron los alienÃgenas los que sembraron en el Homo Erectus la semilla de la inteligencia, transformándolo asÃ, en pocas decenas de miles de años, en lo que hoy conocemos como Homo sapiens sapiens».
Elisa miró atentamente al coronel que parecÃa tener una expresión cada vez más asombrada y decidió dar un golpe bajo. «A decir la verdad, como responsable de esta misión, creÃa que estabas más informado».
«Yo también lo creÃa», dijo Jack. «Evidentemente, ahà arriba siguen la filosofÃa habitual: cuanto menos se sabe, mejor es». La rabia estaba empezando a ocupar el lugar de la ñoñerÃa anterior.
Elisa se dio cuenta de esto, apoyó la PDA en la mesa y se acercó a pocos centÃmetros del rostro del coronel, que por un momento contuvo la respiración pensando que realmente iba a besarle, y exclamó «Ãsta es la parte divertida».
Volvió de golpe a su sitio y le enseñó otra fotografÃa. «Mientras todos se lanzaron a la búsqueda de esta famosa âtumba de los Diosesâ, hurgando entre las pirámides egipcias, tumbas de los Dioses por excelencia, yo he formulado otra interpretación de lo que está grabado en la tablilla y creo que es la buena. Mira esto», y le enseñó satisfecha una imagen que mostraba el texto tal y como ella lo habÃa interpretado.
Los dos compañeros que, dentro del coche estaban escuchando la conversación entre los dos comensales, habrÃan dado cualquier cosa por ver la foto que la doctora estaba mostrando al coronel.
«¡Maldición!», despotricó el gordinflón. «Tenemos que encontrar la manera de poner las manos en esa PDA».
«Esperemos que por lo menos uno de ellos lo lea en voz alta», añadió el delgado.
«Esperemos también que esta âcenita románticaâ termine pronto. Me he cansado de estar aquà fuera a oscuras y, además, me estoy muriendo de hambre».
«¿Hambre? Pero, ¿qué dices? Si te has comido incluso mi parte de los bocadillos».
«No toda, amigo mÃo. Ha sobrado uno y ahora mismo me lo voy a comer», y mientras reÃa satisfecho, se giró para cogerlo de la bolsa apoyada en el asiento posterior. Pero, al girarse, golpeó con la rodilla el pulsante de encendido del sistema de grabación que emitió un débil beep y se apagó.
«Pedazo de imbécil, ¿quieres tener cuidado?». El delgado intentó volver a encender rápidamente el equipo. «Ahora tengo que reiniciar el sistema y necesitaré al menos un minuto. Reza para que no estén diciendo nada importante, de lo contrario esta vez patearé tu enorme culo hasta el Golfo Pérsico».
«Perdón», dijo el gordinflón con solo un hilo de voz. «Creo que ha llegado el momento de ponerme a dieta».
âLos Dioses sepultaron el jarrón con el preciado contenido al sur del templo y ordenaron al pueblo no acercarse hasta su vuelta, de lo contrario catástrofes tremendas se habrÃan cernido sobre todos los habitantes. Para proteger el lugar, cuatro guardianes en llamas.â
«Ãsta es mi traducción», afirmó orgullosamente Elisa. «La palabra exacta para mà no es âtumbaâ, sino âtemploâ y el Zigurat de Ur, donde estoy realizando mis investigaciones, no es otra cosa que un templo erigido para los Dioses. Claro, me dirás que por esta zona hay muchos Zigurat, pero ninguno está tan cerca de la casa que perteneció a quien, presumiblemente, escribió las tablillas: nuestro querido Abraham».
«Muy interesante». El coronel estaba analizando atentamente el texto. «Efectivamente, la que todos han señalado como la âCasa de Abrahamâ está solo a unos doscientos metros del templo».
«Además, si aquellos seres fueran realmente alienÃgenas», continuó Elisa, «imagina lo interesante que serÃa, para vosotros los militares, el âjarrónâ. Quizás incluso más que su âpreciado contenidoâ».
Jack reflexionó durante un momento, luego dijo: «Este es el motivo del interés por parte del ELSAD. El jarrón enterrado podrÃa