Una Subvención De Armas . Морган Райс

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Una Subvención De Armas  - Морган Райс


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tengo idea", dijo.

      "No puedes decir eso", dijo Fulton. "Ahora eres el comandante”.

      Pero Godfrey simplemente se encogió de hombros otra vez. "Digo la verdad".

      "Esto de ser guerrero es difícil", dijo Akorth, rascándose la barriga, mientras se quitaba el casco. "Parece que no funcionó como esperabas, ¿verdad?"

      Godfrey se quedó sentado en su caballo, sacudiendo la cabeza, reflexionando sobre qué hacer. Le había tocado una baraja que no esperaba, y no había ningún plan de contingencia.

      "¿Debemos regresar?", preguntó Fulton.

      "No", Godfrey se escuchó diciendo, sorprendiéndose incluso a sí mismo.

      Los demás se volvieron y lo miraron, sorprendidos. Otros se acercaron para escuchar sus órdenes.

      "Tal vez no sea un gran guerrero", dijo Godfrey, "pero esos de ahí son mis hermanos. Se los están llevando. No podemos regresar. Aunque eso signifique nuestra muerte”.

      "¿Estás loco?", preguntó el general de Silesia. "Todos esos buenos guerreros de Los Plateados, de los MacGil, de las silesios — todos ellos juntos, no pudieron luchar contra los hombres del Imperio. ¿Cómo crees que unos cuantos miles de nuestros hombres bajo tu mando, lo hará?"

      Godfrey se volvió hacia él, molesto. Estaba cansado de que dudaran de él.

      "Nunca dije que ganaríamos", respondió él. "Yo digo solamente que es lo correcto que debemos hacer. No les abandonaré. Ahora que si quieres darte la vuelta y volver a casa, puedes hacerlo. Yo mismo voy a atacarlos”.

      "Eres un comandante sin experiencia", dijo, frunciendo el ceño. "No tienes idea de lo que estás diciendo. Guiarás a todos estos hombres a una muerte segura”.

      "Lo haré", dijo Godfrey. "Es cierto. Pero prometiste no volver a dudar de mí. Y yo no voy a darme la vuelta”.

      Godfrey cabalgó varios metros hacia adelante y hacia arriba de una loma para que pudiera ser visto por todos sus hombres.

      "¡SEÑORES!", gritó, subiendo la voz. "Sé que no me conoces como comandante digno de confianza, como Kendrick o Erec o Srog. Y es cierto, no tengo sus habilidades. Pero tengo corazón, al menos en ocasiones. Y ustedes también. Lo que sé es que son nuestros hermanos los que fueron capturados. Y yo prefiero no vivir, que vivir para ver cómo se los llevan ante nuestros ojos, que regresar como perros a nuestras ciudades y esperar al Imperio para que venga a matarnos, también. Tengan por seguro esto: nos matarán algún día. Todos podemos morir ahora, de pie, luchando, persiguiendo al enemigo como hombres libres. O podemos morir avergonzados y deshonrados. La elección es suya". Vengan conmigo y vivos o no, ¡cabalgarán hacia la gloria!”.

      Hubo un grito de sus hombres, uno tan entusiasta, que sorprendió a Godfrey. Todos levantaron sus espadas por lo alto, y eso le dio valor.

      También hizo que Godfrey se diera cuenta de la realidad de lo que acababa de decir. Él no había pensado bien sus palabras antes de pronunciarlas; sólo se dejó llevar por el momento. Ahora se daba cuenta de que estaba comprometido con ello, y se sorprendió un poco por sus palabras. Su propia valentía era abrumadora, incluso para él.

      Mientras los hombres hacían cabriolas en sus caballos, preparaban sus armas y se alistaban para su ataque final, Akorth y Fulton aparecieron junto a él.

      "¿Quieres beber algo?", preguntó Akorth.

      Godfrey miró hacia abajo y lo vio llegar con una bota de vino, y él la arrebató de la mano de Akorth; echó la cabeza hacia atrás y bebió y bebió, hasta que casi había bebido todo, apenas parando para recuperar el aliento. Finalmente, Godfrey limpió la parte posterior de su boca y devolvió la bota.

      ¿Qué he hecho? se preguntó. Se había comprometido él mismo y a los demás, a una batalla que no podría ganar. ¿Había estado pensando claramente?

      "No pensé que tenías ese valor", dijo Akorth, dándole palmadas de manera brusca en la espalda, mientras eructaba "Fue un gran discurso. ¡Mejor que el teatro!".

      "¡Deberíamos haber vendido las entradas!", intervino Fulton.

      "Creo que te no equivocaste en nada", dijo Akorth. "Es mejor morir de pie, que sobre nuestras espaldas".

      "Aunque de espaldas no estaría nada mal, si fuera en la cama de un burdel", añadió Fulton.

      "¡Eso, eso!", dijo Fulton. "¿O qué tal morir con una jarra de cerveza en nuestros brazos y con la cabeza reclinada?”.

      "Eso estaría bien, sin duda alguna", dijo Akorth, bebiendo.

      "Pero supongo que después de un rato, sería aburrido", dijo Fulton. "¿Cuántos tarros puede beber un hombre, con cuántas mujeres puede acostarse un hombre en una cama?".

      "Pues, muchas, si lo piensas bien", dijo Akorth.

      "Aun así, supongo que sería divertido morir de una manera diferente. No tan aburrida”.

      Akorth suspiró.

      "Bueno, si sobrevivimos a todo esto, por lo menos tendríamos un motivo para tener que beber realmente. Por primera vez en nuestras vidas, ¡nos lo habremos ganado!".

      Godfrey se alejó, intentando desconectarse de las conversaciones continuas de Akorth y Fulton. Necesitaba concentrarse. Había llegado el momento de que se convirtiera en hombre, de dejar atrás las ingeniosas bromas y chistes de taberna; de tomar decisiones reales que afectaban a los hombres de verdad del mundo real. Sentía una pesadez sobre él; no podía evitar preguntarse si esto era lo que su padre había sentido. De alguna extraña manera, aunque odiaba al hombre, estaba empezando a simpatizar con su padre. Y tal vez, para su horror, a ser como él.

      Olvidando el peligro ante él, Godfrey sintió un aumento repentino de confianza. De pronto, pateó su caballo y con un grito de batalla, cabalgó precipitadamente por el valle.

      Detrás de él llegó el grito de batalla inmediato de miles de hombres, y las pisadas de sus caballos llenaron sus oídos mientras salían corriendo detrás de él.

      Godfrey ya se sentía mareado, con el viento en su pelo, el vino se le fue a la cabeza, mientras corría hacia una muerte segura y se preguntó en qué se había metido.

      CAPÍTULO CINCO

      Thor estaba sentado sobre su caballo, su padre estaba a su lado, McCloud por el otro, y Rafi cerca. Detrás de ellos estaban sentados docenas de miles de soldados del Imperio, la principal división del ejército de Andrónico, disciplinados y pacientemente a la espera del comando de Andrónico. Todos estaban sentados en la cima de una colina, mirando la zona montañosa, con sus picos cubiertos de nieve. En la cima de la zona montañosa, estaba la ciudad de McCloud, Highlandia, y Thor se puso tenso al mirar a miles de tropas salir de la ciudad y cabalgar hacia ellos, preparándose para la batalla.

      Éstos no eran los hombres de MacGil; tampoco eran los soldados del Imperio. Llevaban una armadura que Thor apenas reconoció; pero mientras apretaba la empuñadura de su nueva espada, no estaba seguro exactamente de quiénes eran ellos, o por qué atacaban.

      "Los McCloud. "Mis ex soldados”, explicó McCloud a Andrónico. "Todos los buenos soldados McCloud. Todos los hombres a los que entrené alguna vez y con los que combatí”.

      "Pero ahora se han vuelto en tu contra", observó Andrónico. "Vienen a encontrarse contigo en una batalla".

      McCloud frunció el ceño, le faltaba un ojo, la mitad de su rostro estaba marcado con el sello del Imperio, tenía un aspecto grotesco.

      "Lo siento, mi señor", dijo él. "No es mi culpa. Es el trabajo de mi hijo, Bronson. Volvió a mi propia gente en mi contra. Si no fuera por él, todos ellos se unirían a mí ahora, por tu gran causa”.

      "No es culpa de tu hijo", corrigió Andrónico, con la voz de acero, girando hacia él. "Es porque eres un comandante débil y un padre más débil. El fracaso de tu hijo es el fracaso que hay en ti. Debí haber sabido que serías incapaz de controlar a tus propios hombres. Debería haberte matado hace mucho tiempo”.

      McCloud tragó


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