Una Promesa De Gloria . Морган Райс
Читать онлайн книгу.dejaría abierta a la Corte del Rey para un ataque!", gritó otro. "Si no vamos a rendirnos, debemos fortalecer la Corte del Rey de inmediato!".
Un grupo de hombres gritó, estando de acuerdo con eso.
Gareth dio vuelta y miró al concejal, con su mirada fría.
"¡Vamos a utilizar a todos los hombres que tenemos para matar a mi hermana!", dijo sombríamente. "¡No escatimaremos a ninguno!".
La sala quedó en silencio mientras un concejal jaló su silla hacia atrás, raspándola contra la piedra y se levantó.
"No veré a la Corte del Rey arruinada por su obsesión personal. ¡Por mi parte, no estoy con usted!".
"¡Ni yo!", repitió la mitad de los hombres en la sala.
Gareth se sintió lleno de rabia y estaba a punto de ponerse de pie cuando de repente las puertas de la cámara se abrieron de golpe y entró corriendo el comandante lo que quedaba del ejército. Todas las miradas estaban sobre él. Arrastró a un hombre de los brazos, un malhechor con cabello graso, sin afeitar, atado de las muñecas. Arrastró al hombre hacia el centro de la habitación y se detuvo ante el rey.
"Mi señor", dijo el comandante fríamente. "De los seis ladrones ejecutados por el robo de la Espada del Destino, este hombre era el séptimo, quien escapó. Está contando una historia de lo más increíble acerca de lo que pasó.
"¡Habla!", ordenó el comandante, sacudiendo al malhechor.
El rufián miraba nerviosamente en todas direcciones; su cabello graso colgaba sobre sus mejillas, pareciendo inseguro. Finalmente, gritó:
"¡Nos ordenaron robar la espada!".
La sala estalló en un murmullo de indignación.
"¡Éramos diecinueve!", continuó diciendo el malhechor. "Una docena iba a llevársela, al amparo de la oscuridad, por el puente del Cañón y hacia la selva. La escondieron en una carreta y se la llevaron a través del puente para que así los soldados haciendo guardia no tuvieran idea lo que había dentro. A los demás, a nosotros siete, se nos ordenó alejarnos después del robo. Nos dijeron que nos encarcelarían, como un espectáculo y luego nos dejarían libres. Pero en lugar de eso, mis amigos fueron todos ejecutados. A mí también me habrían matado, si no hubiera escapado".
La sala estalló en un largo y agitado murmullo.
"¿Y a dónde estaban llevando la espada?", preguntó presionando el comandante.
"No lo sé. A algún lugar dentro del Imperio".
"¿Y quién ordenó tal cosa?".
"¡Él!", dijo el malhechor, girando de repente y apuntando con un dedo huesudo hacia Gareth. "¡Nuestro rey! ¡Él nos ordenó hacerlo!".
La sala estalló en un murmullo horrorizado, había gritos, hasta que finalmente un concejal golpeó varias veces su vara de hierro y gritó pidiendo silencio.
A duras penas hubo silencio en la sala.
Gareth, temblando de miedo y de rabia, se levantó lentamente de su trono, y el salón quedó en silencio, con las miradas fijas en él.
Dando un paso a la vez, Gareth bajó las escaleras de marfil, sus pasos hacían eco en el silencio, tan espeso que podría cortarse con un cuchillo.
Cruzó la sala, hasta que finalmente se acercó al malhechor. Lo miró con frialdad, estaba a treinta centímetros de distancia; el hombre se retorcía en el brazo del comandante, mirando a todos lados, menos a él.
"Los ladrones y los mentirosos se tratan sólo de una manera en mi reino", dijo Gareth suavemente.
Gareth de repente sacó un puñal de su cintura y lo hundió en el corazón del malhechor.
El hombre gritó de dolor, con sus ojos saltones; de repente se desplomó en el suelo, muerto.
El comandante miró a Gareth, con el ceño fruncido hacia él.
"Acaba de matar a un testigo en su contra", dijo el comandante. "¿No se da cuenta de que eso sólo sirve para insinuar más su culpabilidad?".
"¿Qué testigo?", preguntó Gareth, sonriendo. "Los muertos no hablan".
El comandante enrojeció.
"No olvide que soy comandante de la mitad del ejército del rey. No me tomará por tonto. Por sus acciones, sólo puedo suponer que es culpable del delito del que lo acusó. Por lo tanto, mi ejército y yo ya no le serviremos más. De hecho, me lo llevaré en custodia, por traición al Anillo".
El comandante hizo una señal con la cabeza a sus hombres, y al unísono, varias docenas de soldados sacaron sus espadas y se acercaron para arrestar a Gareth.
El Lord Kultin se acercó con dos veces más el número de sus hombres, sacando sus espadas y caminando detrás de Gareth.
Estaban parados allí, frente a frente con los soldados del comandante; Gareth en el medio.
Gareth sonrió triunfante al comandante. Sus hombres eran superados en número por la fuerza de combate de Gareth, y él lo sabía.
"Nadie me llevará en custodia", se mofó Gareth. "Y ciertamente no por tu mano. Toma a tus hombres y sal de mi Corte – o enfrentarás la ira de mi fuerza de combate personal".
Después de varios segundos de tensión, el comandante finalmente dio vuelta e hizo un gesto a sus hombres, y al unísono, todos ellos se retiraron, caminando con cautela hacia atrás de la habitación, con las espadas desenvainadas.
"De hoy en adelante", dijo el comandante, "¡sepa que ya no le serviremos! Se enfrentará al ejército del Imperio por su cuenta. Espero que lo traten bien. ¡Mejor de lo que usted trató a su padre!".
Todos los soldados salieron furiosos de la habitación, con un gran ruido de las armaduras.
Las docenas de concejales y asistentes y nobles que se quedaron, estaban callados, susurrando.
"¡Déjenme!", gritó Gareth. "¡TODOS USTEDES!".
Toda la gente que quedaba en el salón, salió rápidamente, incluyendo la fuerza de combate personal de Gareth.
Sólo quedaba una persona, detrás de los demás.
El Lord Kultin.
Sólo él y Gareth estaban en la habitación. Se acercó a Gareth, deteniéndose a unos metros de distancia y lo miró, como analizándolo. Como de costumbre, su cara era inexpresiva. Era el verdadero rostro de un mercenario.
"No me importa lo que hizo o por qué", comenzó a decir, con su voz áspera y sombría. "No me importa la política. Soy un combatiente. Sólo me importa el dinero que me paga a mí y a mis hombres".
Hizo una pausa.
"Sin embargo, me gustaría saber, por mi propia satisfacción personal: ¿realmente le ordenó a esos hombres llevarse la espada?".
Gareth miró al hombre. Había algo en su mirada que reconocía de sí mismo: era fría, sin remordimientos, oportunista.
"¿Y qué si lo hice?", preguntó Gareth.
El Lord Kultin lo miró durante mucho tiempo.
"¿Pero por qué?", preguntó él.
Gareth también lo miró, en silencio.
Los ojos de Kultin se abrieron de par en par, en reconocimiento.
"¿Usted no pudo blandirla, así que nadie podría hacerlo?", preguntó Kultin. "¿Es eso?". Consideró las implicaciones. "Sin embargo, aún así", agregó Kultin, "seguramente sabía que enviarla lejos desactivaría el escudo, nos haría vulnerables a un ataque".
Kultin abrió más los ojos.
"Querías que nos atacaran, ¿no? Algo en dentro de ti quiere que la Corte del Rey sea destruida”, dijo, dándose cuenta de ello repentinamente.
Gareth sonrió.
"No todos los lugares", dijo Gareth lentamente, "están destinados a durar para siempre".
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