La Marcha De Los Reyes . Морган Райс
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Recordó al guardia pegándole en la cara, y se dio cuenta de que debía haber estado inconsciente; no sabía por cuánto tiempo. Se sentó, respirando profundamente, tratando de olvidar el horrible sueño. Había parecido tan real. Rezó para que no fuera verdad, para que el rey no hubiera muerto. La imagen del rey muerto se alojó en su mente. ¿Realmente Thor había visto algo? ¿O había sido solamente su imaginación?
Thor sintió que lo pateaban en la planta del pie, y miró hacia arriba y vio a alguien de pie, delante de él.
“Ya era hora de que despertaras», dijo la voz. “Llevo horas esperando”.
En la tenue luz, Thor distinguió la cara de un adolescente, como de su edad. Era delgado, bajito, con las mejillas hundidas y la piel picada de viruela—pero parecía haber algo amable e inteligente detrás de sus ojos verdes.
“Soy Merek”, dijo él. “Tu compañero de celda. ¿Por qué te trajeron aquí?
Thor se incorporó, tratando de reaccionar. Se apoyó contra la pared, pasó sus manos por su cabello, y trató de darle sentido a todo.
“Dicen que trataste de matar al rey”, continuó diciendo Merek.
“Él trató de matarlo y vamos a hacerlo pedazos si sale de detrás de esas rejas»”, gruñó una voz.
Se escuchó un coro de ruidos metálicos; las copas de estaño golpeaban las barras de metal y Thor vio el corredor, lleno de celdas, con prisioneros grotescos sacando sus cabezas contra las barras, con las luces parpadeantes de las antorchas, burlándose de él. La mayoría no se había afeitado, no tenían algunos dientes, y algunos lo miraban como si llevaran años ahí. Era un espectáculo horrible, y Thor se obligó a apartar la mirada. ¿Realmente estaba él ahí? ¿Se quedaría ahí para siempre con esa gente?
“No te preocupes por ellos”, dijo Merek. “Sólo somos tú y yo en esa celda. Ellos no pueden entrar. Y me importa un comino si envenenaste al rey. Yo mismo quisiera matarlo”.
“Yo no envenené al rey”, dijo Thor, indignado. “Yo no envenené a nadie. Estaba tratando de salvarlo Lo único que hice fue tirar su copa”.
“¿Y cómo supiste que la copa estaba envenenada?”, gritó una voz desde el pasillo, que estaba escuchando. “¿Supongo que con magia?”
Se escuchó un coro de risas cínicas por todo el corredor de las celdas.
“¡Es psíquico!”, gritó uno de ellos, burlándose.
Los otros rieron.
“¡No, solo adivinó!”, bramó otro, para deleite de los demás.
Thor los miró con ira, resintiendo las acusaciones, queriendo dejar las cosas en claro. Pero sabía que era una pérdida de tiempo. Además, no tenía que defenderse de esos criminales.
Merek lo estudió, con una mirada no tan escéptica como la de los otros. Parecía que estaba debatiendo.
“Creo en ti”, dijo en voz baja.
“¿En verdad?”, preguntó Thor.
Merek se encogió de hombros.
“Después de todo, si ibas a envenenar al rey, ¿serías tan tonto de avisarle?”.
Merek se dio la vuelta y se alejó, a unos pasos del costado de la celda y se inclinó contra la pared y se sentó frente a Thor.
Ahora Thor tenía curiosidad.
“¿Por qué estás aquí?”, preguntó él.
“Por ladrón”, contestó Merek, un poco orgulloso.
Thor se sorprendió; nunca había estado en la presencia de un ladrón, de un verdadero ladrón. Él nunca había pensado en robar, y siempre se había asombrado por la gente que lo hacía.
“¿Por qué lo haces?”, preguntó Thor.
Merek se encogió de hombros.
“Mi familia no tenía comida. Tenían que comer. No fui a la escuela ni tengo habilidad alguna. Robar es lo que sé hacer. Nada importante. Solamente comida. Lo que sea que los ayude. Logré hacerlo durante años. Y entonces me atraparon. Esta es la tercera vez que me atrapan, en realidad. La tercera vez fue la peor”.
“¿Por qué?”, preguntó Thor.
Merek estaba callado, después negó con la cabeza, lentamente. Thor pudo ver sus ojos llenos de lágrimas.
“La ley del rey es estricta. Sin excepciones. A la tercera ofensa, te cortan la mano”.
Thor estaba horrorizado. Miró las manos de Merek, ambas estaban ahí.
“Todavía no han venido por mí”, dijo Merek. “Pero lo harán”.
Thor se sintió terrible. Merek apartó la vista, como avergonzado, y Thor lo hizo también, no queriendo pensar en ello.
Thor puso sus manos en la cabeza, que le dolía muchísimo, tratando de organizar sus pensamientos. Los últimos días parecían como un torbellino; todo había pasado tan rápidamente. Por un lado, sentía que había tenido éxito, que se había reivindicado: había visto el futuro, había previsto el envenenamiento de MacGil, y lo había salvado de él. Tal vez el destino, después de todo, podría ser cambiado—tal vez el destino podría ser torcido. Thor se sintió orgulloso: había salvado a su rey.
Por otro lado, aquí estaba él, en el calabozo, incapaz de limpiar su nombre. Todas sus esperanzas y sueños se habían hecho añicos, cualquier oportunidad de entrar a la Legión, había desaparecido. Ahora tendría suerte si no pasaba el resto de sus días ahí. Le dolía pensar que MacGil, a quien consideraba como un padre, el único padre verdadero que había tenido, pensaba que Thor había tratado de matarlo. Le dolía pensar que Reece, su mejor amigo, podría creer que había tratado de matar a su padre. O todavía peor: Gwendolyn. Pensó en su último encuentro—en cómo pensó ella que él frecuentaba los burdeles—y sintió que todo lo bueno de su vida le había sido arrebatado. Se preguntó por qué le estaba ocurriendo eso. Después de todo, él solamente quería hacer el bien.
Thor no sabía qué sería de él; no le importaba. Lo único que quería era limpiar su nombre, que la gente supiera que él no había intentado matar el rey; que tenía poderes verdaderos, que realmente vio el futuro. No sabía qué sería de él, pero sabía una cosa: tenía que salir de ahí. De alguna manera.
Antes de que Thor pudiera terminar el pensamiento, escuchó pasos, de botas pesadas caminando por los pasillos de piedra; se oyó un tintineo de llaves y momentos más tarde, llegó un carcelero corpulento, el hombre que había arrastrado a Thor hasta ahí y le había dado un puñetazo en la cara. Al verlo, Thor sintió el dolor en su mejilla, tomó conciencia de ello por primera vez, y sintió una repugnancia.
“Vaya, es el pequeño muchacho admirable que trató de matar al rey”; el guardián frunció el ceño, mientras giraba la llave de hierro de la cerradura. Después de varios clics repercutiendo, se acercó y abrió la puerta de la celda. Llevaba grilletes en una mano, y una pequeña hacha colgaba de su cintura.
“Te tocará tu turno”, dijo burlándose de Thor, después se volvió hacia Merek, “pero ahora vas tú, pequeño ladrón. Es la tercera vez”, dijo con una sonrisa maliciosa, ”no hay excepciones”.
Fue tras Merek, lo sujetó con rudeza, le jaló un brazo poniéndolo detrás de su espalda, agarró el grillete, y después sujetó el otro extremo a un gancho en la pared. Merek gritó, tirando violentamente del grillete, tratando de liberarse, pero era inútil. El guardia se puso detrás de él y lo sujetó, le dio un abrazo muy fuerte, tomó su mano libre y la puso en una repisa de piedra.
“Eso te enseñará a no robar”, gruñó.
Se quitó el hacha del cinturón y lo levantó por encima de su cabeza, con la boca bien abierta, enseñando sus feos dientes mientras gruñía.
“¡NO!”