Las aventuras de Huckleberry Finn. Марк Твен
Читать онлайн книгу.encerraba dentro e iba a la tienda, tres millas, al transbordador, y cambiaba pescado y caza por whisky, y se lo traía a la casa y se lo pasaba bien, y me daba palizas. La viuda pronto descubrió dónde estaba yo y envió a un hombre hasta allí para que intentara cogerme; pero papá lo echó con la escopeta, y no pasó mucho tiempo antes de que me acostumbrara a estar donde estaba ni de que terminara gustándome; todo menos la parte de las palizas.
Era una vida perezosa y alegre, todo el día tumbado cómodamente, fumando y pescando, y sin libros y sin estudiar. Pasaron dos meses o más, y mi ropa se convirtió en harapos sucios, y no lograba entender cómo me había podido llegar a gustar tanto estar en casa de la viuda, donde tenías que lavarte, y comer en un plato, y peinarte, e irte a la cama y levantarte a unas horas fijas, y donde tenías que estar siempre preocupándote por un libro, y donde tenías a la señorita Watson criticándote todo el tiempo. Yo no quería volver nunca más. Había dejado de soltar juramentos porque a la viuda no le gustaba; pero ahora empecé otra vez porque papá no tenía ninguna objeción. Teniéndolo todo en cuenta, se pasaba muy bien allí en el bosque.
Pero con el tiempo papá se volvió demasiado habilidoso con la vara de nogal, y yo no podía soportarlo. Tenía verdugones por todo el cuerpo. También se acostumbró a largarse con demasiada frecuencia y a dejarme allí encerrado. Una vez me encerró y estuvo tres días fuera y allí se estaba terriblemente solo. Llegué a pensar que se había ahogado y que yo no iba a volver a salir de allí nunca. Tenía mucho miedo. Decidí que me las arreglaría de alguna manera para salir de allí. Había intentado salir de aquella cabaña muchas veces, pero no había podido encontrar el modo. No tenía ninguna ventana lo suficientemente grande para que pasara ni un perro. No podía salir por la chimenea porque era demasiado estrecha. La puerta era de gruesos tablones macizos de roble. Papá tenía mucho cuidado de no dejar ni cuchillos ni nada en la cabaña cuando estaba fuera; creo que había rebuscado por la cabaña por lo menos cien veces; bueno, la verdad es que era lo que hacía la mayor parte del tiempo, porque era prácticamente la única manera de pasar el tiempo. Pero esta vez por fin encontré algo; encontré una vieja sierra mohosa sin mango metida entre una viga y los listones del techo. La engrasé y me puse a trabajar. Había una vieja manta de caballos colgada con clavos de los troncos del otro extremo de la cabaña detrás de la mesa, para evitar que el viento entrara por las rendijas y apagara la vela. Me metí debajo de la mesa y levanté la manta, y me puse a trabajar para serrar un trozo del tronco grande de abajo, lo suficientemente grande como para que yo pudiera pasar. Bueno, fue un trabajo largo y duro, pero ya estaba llegando al final cuando oí la pistola de papá en el bosque. Me deshice de todas las señales de mi trabajo, dejé caer la manta y escondí mi sierra, y al momento entró papá.
Papá no estaba de buen humor, así que estaba tal como era. Dijo que había estado en el pueblo y que todo iba mal. Su abogado le había dicho que pensaba que ganaría el pleito y conseguiría el dinero si es que alguna vez el juicio llegaba a empezar; pero que había maneras de retrasarlo mucho y que el juez Thatcher sabía cómo hacerlo. Y dijo que la gente pensaba que habría otro juicio para que me retiraran de su custodia y me entregaran a la viuda designándola como mi tutora, y que creían que esta vez ella ganaría. Esto me puso a mí bastante nervioso porque yo ya no quería volver a casa de la viuda y estar allí todo constreñido y civilizado, como ellos lo llamaban. Después el viejo empezó a lanzar juramentos y maldijo a todo y a todos los que se le vinieron a la cabeza, y después los maldijo a todos otra vez para asegurarse de que no se había saltado a ninguno, y después de eso, terminó con una especie de juramento general que incluía a un buen número de gente que no sabía cómo se llamaba, así que los nombró como fulanitos de tal y cual cuando llegó a ellos y continuó con sus juramentos.
Dijo que le gustaría ver a la viuda quedarse conmigo. Dijo que estaría vigilante y que si intentaban venirle con cualquiera de esos cuentos, conocía un sitio a seis o siete millas en el que esconderme, y que ya podrían buscar hasta que cayeran muertos, pero que no me encontrarían. Decidí que no iba a quedarme allí la mano para darle esa oportunidad.
El viejo me hizo ir a la balsa a recoger las cosas que había traído. Había un saco de cincuenta libras de harina de maíz, una lonja de beicon, munición y una garrafa de whisky de cuatro galones, y un libro viejo y dos periódicos para usarlos como tacos, además de sirga. Llevé una carga y volví a la balsa y me senté en la proa a descansar. Estuve pensándolo todo y llegué a la conclusión de que me iría y me llevaría la pistola y algunos sedales, y que iría al bosque cuando me escapara. Pensé que no podría quedarme en ningún sitio y que simplemente tendría que ir andando de un lado a otro, sobre todo por las noches, y que pescaría y cazaría para seguir vivo, y así alejarme tanto que ni el viejo ni la viuda pudieran encontrarme nunca. Pensé que podría terminar de serrar y salir aquella noche si papá se emborrachaba lo suficiente, y pensé que así lo haría. Me entusiasmé tanto que no me di cuenta del tiempo que llevaba allí hasta que el viejo chilló y me preguntó si estaba dormido o ahogado.
Llevé todas las cosas a la cabaña y para entonces ya estaba a punto de oscurecer. Mientras yo preparaba la cena, el viejo dio un trago o dos y se calentó, y empezó a rajar otra vez. Se había emborrachado en el pueblo y había pasado toda la noche tirado en el arroyo, así que daba asco mirarlo. Cualquiera hubiera pensado que era Adán, porque era todo barro. Cada vez que la bebida empezaba a hacerle efecto, casi siempre iba a por el gobierno, y esta vez dijo:
—¡Y a esto le llaman gobierno! Fíjate y verás cómo es. Ahí tienes a la justicia dispuesta a quitarle un hijo a su padre, a su propio hijo, después de todas las molestias, la preocupación y el gasto de haberlo criado. Sí, cuando ese hombre ha criado a su hijo por fin, y está preparado para irse a trabajar y para que empiece a hacer algo por él y darle un descanso, pues llega la justicia y va a por él. ¡Y a eso le llaman gobierno! Y eso tampoco es todo. La justicia apoya al viejo juez Thatcher y le ayuda a privarme a mí de mi propiedad. Esto es lo que hace la justicia: la justicia coge a un hombre que vale seis mil dólares y más, y lo empuja dentro de una vieja ratonera como esta cabaña, y deja que vaya por ahí vestido con ropa que no serviría ni para un cerdo. ¡Y a eso le llaman gobierno! Con un gobierno así un hombre no puede disfrutar de sus derechos. A veces me pienso mucho lo de irme de este país para siempre. Sí, y así se lo he dicho a todos; se lo dije al viejo Thatcher a la cara. Y muchos me oyeron y pueden contar lo que dije. Les dije, por dos centavos me iría de este maldito país y no volvería a acercarme aquí más. Ésas son las palabras exactas. Y les dije, mirad mi sombrero, si es que se le puede llamar sombrero, que se le levanta la corona y el resto me llega hasta más abajo de la barbilla, y eso ya no tiene nada que ver con un sombrero, que más parece que me han metido la cabeza por la juntura del tubo de una cocina. Miradlo, les dije, mirad qué sombrero tengo que ponerme, yo, uno de los hombres más ricos de este pueblo si pudiera disfrutar de mis derechos.
»Oh, sí, éste es un gobierno maravilloso, maravilloso. Escuchad esto. Había un negro libre de Ohio, un mulato, casi tan blanco como un hombre blanco. Y también llevaba puesta la camisa blanca más blanca que hayáis visto nunca, y el sombrero más brillante; y no había ni un hombre en esa ciudad que llevara mejores ropas que él; y tenía un reloj con una cadena de oro, y un bastón con empuñadura de plata, el mayor nabab viejo de pelo gris de todo el estado. ¿Y qué te parece? Dijeron que era profesor en una universidad y que sabía hablar en todo tipo de idiomas, y que lo sabía todo. Y eso no es lo peor. Dijeron que podía votar cuando estaba en su casa. Eso ya me dejó listo y yo mismo estaba a punto de ir a votar si es que no estaba demasiado borracho como para llegar allí; pero cuando me dijeron que había un estado en este país donde dejaban votar a aquel negro, se me desató la lengua. Dije que no iba a volver a votar. Ésas son las palabras exactas que dije, y todos me oyeron, y que el país se puede ir al diablo por lo que a mí respecta, y que no volveré a votar mientras viva. Y tener que ver la falta de respeto de ese negro, vamos, que no me habría cedido el paso si yo no le hubiera dado un empujón para quitarlo de en medio. Y les pregunté, ¿y por qué no se pone a este negro a subasta y se vende?, eso es lo que yo quiero saber. ¿Y qué te crees que dijeron? Bueno, pues dijeron que no se podía vender hasta que no llevara seis meses en el estado, y que todavía no llevaba allí tanto tiempo. Menudo ejemplar tenemos ahí. Y le llaman gobierno a eso, y no puede ni vender a un negro libre hasta que no lleve seis meses en el estado. Esto es un gobierno que