El hechizo de la misericordia. José Rivera Ramírez

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El hechizo de la misericordia - José Rivera Ramírez


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a hablar de un aspecto de la caridad de Jesucristo, contemplando primero a Él, cómo vive la misericordia. En segundo lugar, pues sintiéndonos nosotros objeto de la misericordia de Cristo y, en tercer lugar, dándonos cuenta cómo todas las demás virtudes, todos los demás aspectos de la vida cristiana, nos la quiere comunicar, para que nosotros tengamos misericordia de nosotros mismos y de los demás. Es lo mismo que la caridad, porque la misericordia no es más que la caridad en una dimensión determinada.

      El amor del Padre al Hijo y del Padre al Hijo y al Espíritu Santo y el amor mutuo de las Tres Personas, no es misericordia. Son las Tres Personas iguales, un solo Dios, un amor, como si dijéramos, horizontal.

      Pero, en cuanto pensamos, incluso en la misma humanidad de Jesucristo, el amor de las Personas Divinas ya es misericordioso, porque la misericordia es el amor que se inclina sobre la indigencia. La naturaleza humana de Cristo empezaba con la indigencia de que no existía, vamos, más indigencia no puede ser, pero en fin. Una vez que el Verbo se hace carne, se hace hombre, Jesucristo hombre, claro, participa de esta caridad divina y ama al Padre, al Espíritu Santo y se ama a Él mismo, como Verbo, su corazón humano, esto después lo meditaremos un poco, pero además ama a todos los hombres.

      Entonces, el amor de las Personas Divinas y el amor de Jesucristo, con su naturaleza divina y con su naturaleza humana, es siempre ya, un amor de misericordia. A la misma Virgen pues, en primer lugar, la ha sacado de la nada y, en segundo lugar, la ha prevenido para que no peque, lo cual es más misericordia todavía. Pero vamos, empezando por el momento, el amor de Cristo a la Virgen es que el amor a todos los demás seres humanos es un amor de misericordia en ejercicio continuo, pues por la simple razón de que, no sólo tiene que estar creándonos continuamente, sino que tiene que estar continuamente, no sólo previniendo los pecados que no vamos a hacer nunca, porque estamos prevenidos para no hacerlos, sino perdonando los pecados que sí que cometemos.

      Dense cuenta de que muchísimas veces, casi diría que, como tono normal, en el ser humano, el hecho de ser pecador se considera como una dificultad para poder llegar a santo, y como una separación de Jesucristo. Pero vamos a distinguir, si uno no fuera pecador, no podría llegar a santo, porque ya lo era; a todo tirar, podría santificarse más. Claro, hay unas preguntas o unas objeciones que son de tebeo, vamos: «es que ya sabe usted, que soy inconstante, y por eso, pues no me puedo santificar». Pero hombre, si fueras constante con una virtud cristiana, tendrías también todas las demás virtudes, porque las virtudes van juntas. Si tenías todas, si tenías mucha constancia, pues es que eras santo ya, no teníamos nada que hablar. Me encomendaría a tus oraciones o me pondría de rodillas delante de ti en un nicho, pero vamos, aquí la dirección espiritual se habría acabado. ¿Por qué? Pues porque ya eras santo del todo, no tengo nada que decirte, en todo caso pedirte consejo. Pues si no eres inconstante, que sí que lo serás porque lo somos todos, pues serás impaciente, intemperante y todos los vicios habidos y por haber”. El ser pecador no es ningún obstáculo para llegar a ser santo, quiere decir que no soy santo ahora, que son dos cosas distintas.

      Entonces mediten después un rato, contemplan lo que Dios les conceda.

      Únicamente, el ser conscientes de una cosa, el pecado precisamente es pecado porque es una ofensa contra Jesucristo, es decir, cuando Jesucristo ama a un pecador, ama a un enemigo personal suyo, claro, porque eso es un pecador, que le ofende a Él, vamos. El pecado es la ofensa a Dios y Jesucristo es Dios, la cosa está clara. No es que parece que Jesucristo, pues ve el pecado como algo que es ajeno a Él, y que, en fin, contra Él, no cometieron ofensas más que los que le crucificaron, o los que le llevaban la contraria, pues todas estas prostitutas y estos publicanos de los que habla, pues son enemigos personales suyos, esto está claro, porque si no, no serían pecadores. Y naturalmente, a nosotros nos pasa igual, la enemistad tiene muchos grados, como la amistad tiene muchos grados. Los que estamos aquí, pues no somos enemigos de Cristo, así con una voluntad deliberada y como planteamiento de vida, está claro, pero sí cometemos actos que ofenden a Jesucristo, son actos que le ofenden a Él personalmente, claro. Que le ofenden, quiere decir que le dañan.

      ¿Cómo podemos dañar a Jesucristo, nosotros? Pues hombre, ahora mismo, a Él, en su integridad física, ya no le podemos dañar. Algunos teólogos que piensan que Jesucristo puede sufrir todavía, pues bueno, pues entonces le dañamos ahora mismo, le hacemos sufrir, pero vamos, yo esto no me lo creo, ni por lo demás es una cosa, en absoluto segura, más bien es muy improbable.

      Pero que Jesucristo conoció el pecado del mundo y, si se entregó a la muerte por mí, tuvo que conocer que yo era pecador, y le ofendí, le hice sufrir cuando vivía en la tierra, esto, está en el magisterio de la Iglesia, vamos, en realidad, es ya casi absolutamente cierto.

      Y que, de todas maneras, Jesucristo, lo mismo que he dicho que se complace en estar con nosotros, tiene una displicencia respecto del pecado, le desagrada, no le perturba, que es distinto, eso también es de fe. Y que Jesucristo murió por mis pecados, poniéndose en lugar de mí que soy pecador, y de tal manera, que murió por los pecados de cada uno, pues esto también es de fe.

      Bueno, entonces, dense cuenta, o no entiendo lo que es que Cristo me ama, o tengo que darme cuenta necesariamente, que cualquier pecado es una ofensa a Jesucristo. Porque, por mi parte, es que o no me fío de Él, o desprecio su complacencia, o le desprecio a Él mismo, y esto me daña a mí.

      Ahora, si Jesucristo me ama, en absoluto, puede gustarle ni que yo me enfrente contra Él, ni que yo me haga daño a mí. Aunque un hijo que se enfada con su madre, no la produzca nada, la madre tenga mucha serenidad, a la madre no le puede gustar de ninguna manera, ni que el hijo la trate mal, porque es que es malo, sin más, ni la puede gustar por el hijo mismo, porque es malo para el hijo, no sólo es malo en sí, sino que es malo para el hijo. Esto sigue valiendo para Jesucristo actualmente. A Cristo tienen que desagradarle necesariamente, por eso, porque le dañan en este sentido, que es real, vamos, le está desagradando. Y luego el otro sentido, más total, pues que se dejó crucificar por eso, porque yo era, o soy pecador. Ahora diré lo que quiere decir que ser pecador, pero bueno.

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