Erebus. Michael Palin

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Erebus - Michael  Palin


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Barrow. Cuando se reveló el error, Barrow montó en cólera y jamás volvió a confiar en John Ross.

      Pero el paso del Noroeste aún ejercía su potente seducción y el siguiente objeto de la generosidad de Barrow fue William Edward Parry, capitán del segundo barco de la expedición de Ross, el Alexander, al que se invitó a realizar un nuevo intento. A los treinta años, Edward Parry, que era como se lo conocía, era más joven que John Ross o John Franklin, aunque había formado parte de la Marina más de la mitad de su vida, pues se había alistado a los trece años. James Clark Ross fue de nuevo alistado a la expedición como guardiamarina. Otro de los oficiales del Alexander era un norirlandés al que todos respetaban llamado Francis Rawdon Moira Crozier. Él y James Ross iban a convertirse en amigos para toda la vida y, al igual que Ross, Francis Crozier tendría un papel muy importante en el destino del Erebus y de su barco gemelo, el Terror.

      La expedición de Parry partió con dos barcos, el Hecla y el Griper, en lo que se demostró uno de los viajes más fructíferos al Ártico. No solo atravesaron el estrecho de Lancaster, con lo que borraron de un plumazo las montañas Croker del mapa, sino que, además, se adentraron profundamente en el paso del Noroeste. Tomaron la decisión sin precedentes de pasar el invierno en una desolada isla, hasta entonces desconocida, muy al oeste, que bautizaron, en honor del patrocinador de la expedición, con el nombre de isla Melville. Por fortuna, iban bien preparados. Se proporcionó a cada hombre una manta de piel de lobo para pasar la noche y se extremó el cuidado de los suministros, entre los que había esencia de malta y lúpulo Burkitt, y zumo de limón, vinagre, chucrut y pepinillos para prevenir el escorbuto. Para cuando Parry y sus barcos regresaron al estuario del Támesis en noviembre de 1820, habían descubierto cientos de kilómetros de territorios y aguas previamente desconocidos.

      Mientras tanto, Barrow ofreció una nueva oportunidad a John Franklin, a pesar de lo poco que había logrado su expedición al Polo Norte. Se le entregó el mando, conjuntamente con George Back y el doctor John Richardson, de una expedición terrestre para cartografiar el río Coppermine, que fluía hacia el norte, hasta su desembocadura en el Ártico. Era un territorio salvaje y difícil y, teniendo en cuenta que Franklin había pasado toda su carrera en el mar, quizá no era el hombre ideal para encabezar una expedición terrestre tan exigente. Peor aún, estaba lastrado por el pesado equipo que necesitaba transportar para cumplir con las obligaciones científicas de la misión.

Mapa3

      Al final, Franklin cartografió muchos territorios desconocidos a lo largo del curso del río y de la costa del Ártico, pero postergó demasiado su regreso y, en consecuencia, sus hombres se vieron atrapados en unas condiciones meteorológicas terribles con la llegada del invierno. Las reservas de alimentos se terminaron y se vieron reducidos a comer bayas y líquenes cuando daban con ellos. Franklin recordaría más adelante que un día «toda la partida se comió los restos de sus zapatos viejos [mocasines de cuero sin curtir] para fortalecer el estómago ante la fatiga de la jornada de viaje». Las terribles condiciones en que se hallaban provocaron agudas divisiones. Diez de los voyageurs canadienses que los acompañaban (comerciantes de pieles que también actuaban como exploradores y porteadores) murieron en el trayecto de regreso y se cree que uno de los que sobrevivió, Michel Terohaute, lo hizo recurriendo al canibalismo. Más tarde, mató de un tiro a un miembro británico de la expedición, el guardiamarina Robert Hood, antes de que él mismo fuera abatido a manos del doctor John Richardson, segundo al mando de la partida.

      En aquel momento, algunos consideraron que el caos y la desorganización al final de la expedición era consecuencia de la obstinación de Franklin, quien se había negado a escuchar a los voyageurs y a los inuits locales. Más recientemente, el editor de una edición de 1995 del diario de Franklin lo describió como «un perfecto ejemplo de la cultura imperial, no solo en sus muchos aspectos positivos, sino también en sus dimensiones menos generosas». Pero, cuando llegó a casa un año después y narró su versión de la lucha por la supervivencia, su libro se convirtió en un bestseller y, lejos de recibir críticas por haber puesto a sus hombres y a sí mismo en peligro, John Franklin se convirtió rápidamente en un héroe popular: el hombre que se comió sus botas.

      El ataque múltiple en pinza sobre el paso del Noroeste organizado por Barrow había dado resultados y, aunque no había tenido éxito a la hora de descubrir el paso en sí, había capturado hasta tal punto la imaginación popular que hombres como Parry, Franklin y James Clark Ross se estaban convirtiendo en estrellas de un nuevo firmamento: un mundo donde los héroes no luchaban contra el enemigo, sino contra los elementos.

      En 1824, mientras el Erebus se acondicionaba con discreción en un rincón del suroeste de Gales, dos de las otras bombardas, el Hecla y el Fury, iban a entrar de nuevo en combate contra el hielo. Impresionado por su resistente diseño y sus cascos reforzados, Edward Parry, el explorador del momento, los eligió para encabezar un nuevo asalto al paso del Noroeste.

      Este nuevo viaje representaba un avance para el joven James Clark Ross, alto, envarado y con una mata leonina de espesos cabellos negros, pues fue nombrado segundo teniente del Fury. La expedición en sí, no obstante, no tuvo éxito. En primer lugar, el grueso hielo de la bahía de Baffin impidió el avance de los barcos. Intentaron remolcarse a sí mismos clavando anclas en el hielo y tirando del barco recogiendo los calabrotes, pero esta era una técnica muy peligrosa, que, según admitió el propio Parry, podía acabar terriblemente mal: en una ocasión, explicó, «tres marineros del Hecla fueron derribados de una forma tan repentina como si les hubieran disparado cuando el ancla se soltó de súbito». Luego el Fury encalló en la costa de Somerset Land y tuvo que ser abandonado. Tras solo un solo invierno, se tomó la decisión de regresar a casa.

      Barrow, sin embargo, aún tenía una confianza inquebrantable en Parry. Con el entusiasta apoyo de sir Humphry Davy, de la Sociedad Real, le confió un intento de llegar al Polo Norte. El otro hombre del momento, James Clark Ross, fue nombrado segundo de Parry. También a bordo iban el amigo de Ross, Francis Crozier, y un nuevo cirujano adjunto, Robert McCormick, que tendría un papel importante en las subsiguientes aventuras de Ross.

      La expedición arribó a Spitsbergen en junio y, desde allí, los hombres continuaron en trineos tirados por renos con el objetivo de cubrir unos veintidós kilómetros al día en el camino hacia el polo. Continuaron hacia el norte, viajando de noche y descansando de día para evitar que la nieve les provocara ceguera. Por desgracia, los renos se demostraron poco adecuados para remolcar los trineos y fueron sacrificados y utilizados como alimento; en consecuencia, a finales de julio el progreso de la expedición se había reducido a 1,6 kilómetros en cinco días. En ese momento, se tomó la decisión de abandonar y dar media vuelta. Los hombres brindaron por el rey e izaron el estandarte que habían tenido la esperanza de desplegar en el polo.

      Aunque no habían conseguido su objetivo, Parry y sus hombres habían llevado a cabo una gesta notable. Habían batido la anterior marca al llegar a los 82,43º N, a solo unos ochocientos kilómetros del Polo Norte, un récord que se mantendría durante casi cincuenta años. En cuanto a Ross, había sobrevivido cuarenta y ocho días en el hielo y había matado a un oso polar. Sin embargo, el hecho es que otro intento de llegar al Polo Norte había fracasado. The Times declaró en un premonitorio editorial: «En nuestra opinión, el hemisferio sur representa un campo mucho más tentador para la especulación y desearíamos de todo corazón que se organizara una expedición por esas regiones». Eso, sin embargo, no ocurriría hasta mucho tiempo después.

      A su regreso, en octubre de 1827, James Ross fue ascendido a comandante, pero, sin perspectivas inmediatas de nuevos encargos, le redujeron su paga a la mitad. No obstante, gracias a su tío, esta situación no se prolongó demasiado. Solo unos pocos meses después, John Ross, que había caído en desgracia ante Barrow y la mayor parte del Almirantazgo tras el fiasco de las montañas Croker, consiguió apoyo financiero para una nueva expedición polar de su amigo Felix Booth, el productor de ginebra. Una de las condiciones que impuso Booth fue que el sobrino de Ross lo acompañara durante la expedición, una condición a la que el brusco y arisco John accedió de inmediato, a pesar de no haberlo consultado de antemano con James.


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