El Santuario de la Tierra. Sixto Paz Wells
Читать онлайн книгу.Cusi Hualpa Huáscar recibió la borla imperial a la edad de treinta y cuatro años. Como heredero del Inca, Huáscar portaría una mascaypacha similar a la de su padre, con la diferencia de que esta insignia era de menor dimensión y de color amarillo. El sucesor vistió el unco (la túnica) y la colla (capa de dos piezas) por encima del hombro izquierdo, dejando descubierto el brazo derecho. El unco solía estar cuajado de aplicaciones de oro, piedras, conchas y plumería. Estas prendas las llevaba todo Inca, pero la calidad del tejido y la decoración eran distintas.
El ajuar era preparado en el ajllahuasi (casa de las escogidas) con lana de vicuña reservada para la alta nobleza e incluía una chuspa (bolsa) que colgaba del hombro. El llauto o corona era siempre policromado y estaba rematada con una mascaypacha (insignia del linaje original de los masca al que pertenecía el fundador de los incas, Manco Cápac, consistente en un haz de hilos rojo encendido que se introducía por canutillos de oro hasta la mitad, permitiendo que el resto cayera libremente). Este tocado se colocaba sobre la cabeza.
Era un privilegio de los nobles y especialmente del Inca llevar el pelo corto. Del llauto también colgaban figuras y flores hechas de plumas; asimismo usaban adornos metálicos en la cabeza y en el pecho unos canipos (patenas de oro y plata). En el pabellón de las orejas la horadación era mayor que el resto de la nobleza; los pendientes eran tan grandes y suntuosos que deformaban y alargaban extraordinariamente las orejas. También empleaban adornos en la ursuta (sandalia), y de la muñeca pendía una chipana (ajorca o aro grueso de oro o plata).
Parte importante del menaje del soberano era el suntur paucar, que era una pica o mezcla de lanza y hacha. El nuevo jefe, dotado del carisma de líder, fue reconocido como descendiente del lejano progenitor que estaba en su lugar bien conservado, y este a su vez descendía del fundador del ayllu y, por lo tanto, de su espíritu rector. El vínculo jerárquico se establecía de la siguiente manera: primero el jefe vivo, luego el ancestro momificado, el fundador humano, y finalmente el espíritu fundador. Para todos los pueblos andinos, el espíritu fundador por excelencia era el wari (según la creencia, el wari era el creador de todos los grupos humanos de los que derivaron todas las comunidades y pueblos.)
Desde su coronación, Huáscar mostró como sería su reinado; no permitió que el willaj-umu o gran sacerdote, que era tío suyo, sacrificase a un niño pequeño –como era costumbre– como ofrenda a los dioses. Sorprendido, el sumo sacerdote prosiguió la ceremonia pronunciando la oración correspondiente ante la imagen del dios Wiracocha en el Coricancha, que era el templo mayor de los incas en Qosqo.
Como Wiracocha era un dios trascendente, no ubicable en el espacio, ambiguo (ni hombre ni mujer), superior al propio Sol que él había creado, se le representaba de muchas maneras, entre ellas como un ser humano con barba y vestido con una túnica en su propio templo de Raqchi.
La oración del sumo sacerdote decía: «Señor, esto te ofrecemos (una llama en sacrificio), para que nos tengas en tranquilidad y nos ayudes en nuestras guerras y conserves a nuestro señor el Inca en su grandeza y estado, y que vaya siempre en aumento y le des mucho saber para que nos gobierne».
Hay quienes piensan que la causa del fracaso de Huáscar fue su carácter grave e innovador. Ocupado siempre en asuntos de Estado, eludía las actividades sociales como salir a comer a la plaza pública –costumbre arraigada entre los incas–; eso le restaba popularidad dentro del estrato de la nobleza y lo alejaba del pueblo. Decían que Huáscar sería castigado por los dioses por introducir tantos cambios en la ciudad buscando corregir lo que él consideraba actitudes relajadas y sin sentido.
Entre otras cosas, el Inca mandó enterrar a los muertos y les quitó todo lo que tenían, que era lo mejor del reino, contrariando la costumbre religiosa inmemorial de que los muertos de la realeza debían ser servidos como si fueran vivos, dotándolos de vajilla de oro y plata. Es más, la mayor parte del personal de servicio, tesoros, alimentos, gastos y vicios estaban en poder de los muertos (y de los vivos que los atendían, pues esos sirvientes aprovechados interpretaban así lo que según ellos era la voluntad de los muertos. Cuando tenían deseo de comer o beber, decían que era deseo de las momias; si querían ir a visitar la casa de otros, decían que era costumbre que los muertos se visitaran los unos a los otros y hacían grandes bailes y borracheras. Algunas veces iban también a casa de otros vivos y estos a las suyas).
Huáscar también trató de acabar con las inmoralidades que fomentaban algunos sacerdotes y nobles que priorizaban la tradición antes que la lógica y el sentido común; todo ello le granjeó enemistades y más de una intriga palaciega.
Atahualpa envió sus saludos al recientemente coronado Sapan Inca Huáscar, acompañados de muchos y muy ricos presentes para la madre del soberano, Mama Ragua Ocllo, y su esposa, la coya Chuqui Huypa.
Atahualpa era un hombre joven de unos treinta y un años, con un cuerpo bien proporcionado, algo grueso y recio, rostro grande, hermoso y feroz. Sus ojos eran rojizos y brillantes. Hablaba con gravedad y reposo; era lúcido y juicioso, alegre, inteligente y comunicativo. Con los obsequios iba la petición de que su hermano le concediese el gobierno de Quito.
Huáscar accedió con cierto recelo, recomendándole que fuera cuidadoso, para lo cual le enviaría instrucciones precisas. Desde el primer momento las habladurías e intrigas entre parientes y con algunos rivales como Ullco Colla, señor de los Cañarís, que junto con el gobernador de Tomebamba aludían a una posible conspiración, le produjeron desconfianza y una intensa animadversión hacia su hermano, cuyos enviados recibía de manera desdeñosa.
Al poco tiempo, Huáscar mandó ejecutar a algunos personajes que consideró traidores, entre los que se hallaban un tío y un hermano suyo.
Entretanto, en el Norte se sublevaron los huancavilca, pero fueron rápidamente sofocados y casi exterminados por Atahualpa. Después se llegaría a decir que esa gente se había rebelado contra Atahualpa, quien los quería atraer a su propia causa.
Poco a poco llegaron los rumores, cada vez más intensos, de la belicosidad de Atahualpa, cuya ambición al parecer iba en aumento. Hasta se difundió la versión de que se había apoderado de las ricas andas que su padre Huayna Cápac dejó en Tomebamba, así como de las finas y delicadas ropas que se guardaban en los depósitos, argumentando haber sido designado por su padre, Huayna Cápac, antes de morir, como señor de esa parte del imperio, que sistemáticamente logró polarizar a su favor, ya fuera valiéndose de la persuasión o de la fuerza.
Después de consultar a sus consejeros y temeroso de un alzamiento de grandes dimensiones y funestas consecuencias que sumiría al imperio en una guerra civil, Huáscar solicitó la presencia de su hermano, pero este se negó a acudir a su presencia, aduciendo que le podría ocurrir algo infortunado por la cantidad de enemigos que tenía.
La reiterada negativa de Atahualpa de no comparecer delante del Inca fue la gota que rebasó la paciencia del emperador, quien vio en todo ello una verdadera ofensa a su autoridad. Fue entonces cuando dispuso la organización inmediata de una expedición punitiva.
Atahualpa gozaba de gran prestigio entre el grueso del Ejército y sus oficiales, que se hallaban acantonados en el Norte, y de los que recibió apoyo multitudinario, aclamándole por sus dotes de caudillo.
Huáscar, por su parte, dio órdenes para que un poderoso Ejército sometiera al rebelde, encomendando la jefatura del mismo al general Atoc, al que se le unieron las fuerzas de Ullco Colla con sus cañaris y tomebambas.
Atahualpa, conociendo la amenaza que se cernía sobre él, llamó a sus generales Calcuchimac y Quisquis, pero primero envió mensajeros al encuentro de Atoc para interrogarlo sobre sus intenciones. Al confirmarle que iba a ser apresado, se iniciaron cruentas luchas que produjeron una inesperada derrota en el bando quiteño cerca de Tomebamba, cayendo prisionero el propio Atahualpa, que fue conducido a prisión.
Una noche, cuando todo era algarabía por la rápida y sorpresiva victoria y la gente de guerra se encontraba de celebración, se produjo la fuga del hermano del Inca gracias a que una de sus mujeres le facilitó la barreta de cobre con la que él logró abrir una abertura en la pared. Esta mujer se había valido del soborno y de algunos bebedizos con los que adormeció a los guardias. Atahualpa afirmaría después que «gracias a la magia de