El sentido de la vida . Claudio Rizzo

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El sentido de la vida  - Claudio Rizzo


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opté por publicar, como primero “El sentido de la vida”. Es una recopilación de predicaciones que consolidan puntos de reflexión para redimensionar la vida cristiana.

      Las etapas de la vida son distintas; también las circunstancias. Por tanto, la experiencia de la vida es fluctuante. Siempre dependemos de nuestras circunstancias, tanto intrínsecas como extrínsecas. Sin embargo, al entrar en “la moral de la Alianza con Cristo”, aquello que es intrínseco, tendrá siempre nuevas perspectivas. Su Presencia, lo que en dogmática llamamos “estado de Gracia”, genera diariamente “asombro y novedad”, lo cual posibilita la “paz y el bienestar” que solo Dios puede darnos.

      Cada predicación tiene una introducción, un desarrollo y una conclusión. Es recomendable detenerse y reflexionar el núcleo central. Al final, conviene autoevaluarse con el ejercicio “Nos preguntamos y nos respondemos”.

      Deseo que cada lector pueda “ejercitar espiritualmente” los contenidos del libro que contribuyen a clarificar “el sentido de la vida”.

      Es relevante que el lector logre leer y reflexionar toda la predicación. No la fragmentemos, sino démosle una lectura completa.

      A medida que escribí sobre estos temas, sentí en mi interior que la publicación algún día, llegaría a mucha gente; además de todos aquellos hermanos a quienes predico desde hace tantos años tanto cara a cara como por radio en los casi veintidós años en que conduzco mi programa “Intimidad”. Cada emisión se sube semanalmente a mi canal de YouTube.

      Y aquí estamos, dando gracias a Dios, por haber dispuesto que, a través de la Editorial Guadalupe en Argentina, mis aportes alcancen a muchos más en el mundo entero.

      Agradezco al Abba Padre, en la persona de Jesucristo, a la Virgen y a nuestros “amigos” (los Santos y Ángeles) por alentarme a escribir. A mi familia, a mis hermanos de comunidad y oyentes, quienes al enterarse se llenaron de la alegría del Señor. Un agradecimiento particular al Director de la Editorial Guadalupe, el Padre Pedro y a todo su equipo por su buena y pronta disponibilidad.

      Claudio Rizzo

      “Señor, escucha mi oración y llegue a ti mi clamor; no me ocultes tu rostro en el momento del peligro; inclina hacia mí tu oído, respóndeme pronto,

      cuando te invoco”.

      Salmo 102, 2-3.

      La vida, sostiene la sabiduría popular, es una caja de sorpresas… y entre ellas, en el sentido en que se menciona esta realidad, aparecen las perturbaciones. A la vez, éstas se alojan en nuestro psiquismo cuando experiencias del pasado no encontraron su cauce o bien aquellas del presente no nos dejan descansar. Mientras más pérdidas hayamos tenido a una edad temprana, mayor será reaccionar en una forma “inexplicable” ante pérdidas que, aparentemente, “en sí mismas”, nos resultan insoportables.

      Estas pérdidas toman forma de frustraciones, estados de desánimo, pérdida del sentido de la vida. Si deseamos ser emocionalmente sanos y optimizar una vida feliz, es recomendable comenzar por distanciarse de las pérdidas y esto se logra a través del redescubrimiento del sentido de la vida. Aceptemos benignamente las pérdidas inevitables de la vida.

      Mientras que la tristeza es una reacción natural e inevitable, hay muchas cosas que podemos hacer para reponernos más rápidamente de nuestras depresiones. Mientras más rápido y eficientemente le hagamos frente a nuestras pérdidas, más felices seremos.

      Nuestra personalidad se asienta sobre un trípode formado por la constitución, el temperamento y el carácter. Considerados en este orden, la influencia de la cultura es creciente, mientras que la influencia de los factores hereditarios (genéticos), es decreciente. Igualmente, intervienen siempre ambos factores.

      La constitución está dada por las características somáticas (físicas) básicas y permanentes. Depende fundamentalmente de la herencia biológica, pero no está libre de la influencia de los factores ambientales y psicológicos.

      El temperamento está constituido por las características más estables y predominantes. Se lo ha considerado siempre como el aspecto funcional o dinámico de la constitución, en el sentido de su origen totalmente hereditario. Las influencias ambientales, durante los primeros años de vida son, sin embargo, de gran importancia tanto para la formación de la constitución y el temperamento, como para la de la personalidad total.

      El carácter está dado por las pautas de conducta más habituales o persistentes; para ellas, se admite la influencia predominante del medio ambiente.

      La personalidad se puede dividir o clasificar en función del predominio de las estructuras de conducta y, estudiando la dinámica de la personalidad, se encuentra que hay una cierta organización polar predominante en la cual una misma personalidad puede alternar o bien mantenerse solamente en uno solo de cualquiera de sus polos. De la misma manera, una misma personalidad puede tener variaciones entre los dos extremos en distintas épocas de la vida o alternar entre ellos en momentos sucesivos.

      Una de estas polaridades en las estructuras de conducta es la de la personalidad esquizoide, que puede alternar entre alegría–tristeza, o bien subsistir permanentemente sobre alguno de esos dos polos, en cuyo caso hablamos de una personalidad hipomaníaca y depresiva respectivamente.

      Una tercera escala relevante es la glischoroide, cuya personalidad oscila entre conductas viscosas (adhesivas) y explosivas.

      De la misma manera, es posible admitir escalas de otras organizaciones polares de la personalidad: fóbica (evitación–invasión); histérica (represión–demostración); paranoide (confiado – desconfiado); obsesivo (controlado–desordenado–en palabras y actitudes). Tampoco se puede dejar de lado el sadismo–masoquismo.

      Todo ello va delineando calificativamente la personalidad, es decir, la conducta nos habla de lo que hay dentro de las personas. Es la manifestación exterior de nuestra vivencia psíquica–emotiva–intelectual–espiritual.

      En la vida, vamos dando sentido a las cosas según la motivación, la objetividad y la finalidad. La motivación, en general, se la toma desde lo exógeno, o sea, lo que viene de afuera (palabras alentadoras, personas significativas, signos evidentes tanto intelectuales como sentibles).

      Sin embargo, ¿podríamos dejar de lado nuestra relación con el Señor? En el camino que seguimos, el grado de enamoramiento que cada uno haya podido recorrer, bajo el soplo de Dios, será casi determinante para el resto de nuestros pasos por la tierra. La espiritualidad ocupa un lugar central en la vida del creyente.

      Nos preguntamos y nos respondemos:

      Veamos escalas de polaridad en la personalidad.

      • Hoy, ¿con cuál de ellas te identificas?, subraya tus propias escalas: Alegre, explosivo, masoquista, controlado, frio, desconfiado, invasivo, reprimido, triste, sádico, desamparado, desordenado, afectivo, confiado, demostrativo, evitable, reticente, parco, terco, irónico, frustrado, estimulativo, distante, tímido.

      • ¿Te animas a compartir con alguien y manifestar qué es lo que hoy prevalece en tu vida y por qué?

      “Ya no soy yo sino Cristo quien vive en mí”

      Gálatas 2, 20.

      “Examínenlo todo, quédense con lo bueno”.

      1ª Tesalonicenses 5, 21.

      La objetividad nos propone la distancia psicológica de los hechos y personas con que nos topamos. Nos permite evaluar y clarificar, sin la influencia de “voces extrañas” (murmuraciones, fines personalistas…) que otros pueden pretender inculcar. La objetividad forma parte de la esencia del sentido de la vida… Y llamamos esencia a aquello que define, limita, pone fin y, por tanto, establece sentido.

      Este verbo “establecer”, garantiza la fidelidad a la opción hecha. La continuidad en aquello que entendemos, nos genera felicidad y ayuda a crecer como seres


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