La caída. Guillermo Levy

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La caída - Guillermo Levy


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La Marcha Federal del 6 de julio de 1994, cuya convocatoria se hizo desde organizaciones sindicales y sociales de todo el país, logró juntar al alfonsinismo residual, organismos de derechos humanos, el Frente Grande –que ya había ganado la elección de constituyentes de la ciudad de Buenos Aires– y sectores de la CGT (MTA) encabezados por el camionero Hugo Moyano, enfrentado a los dirigentes sindicales que se habían sumado a la fiesta neoliberal. También fueron parte de la convocatoria y de este gran arco opositor algunos de los partidos de izquierda. Este escenario de aparente unidad lo cerró el líder de los trabajadores estatales y referente excluyente de la joven CTA, Víctor de Gennaro, secundado por Hugo Moyano, Hebe de Bonafini y el dirigente municipal jujeño Carlos “el Perro” Santillán. El discurso de cierre de esa gran concentración marcó una agenda casi única: derrotar en las urnas a Carlos Menem en las presidenciales de mayo de 1995.

      Para las elecciones presidenciales de 1995, el Frente Grande estableció una alianza con el partido PAIS de Octavio Bordón, gobernador de Mendoza y otro peronista disidente del menemismo. Conformaron el Frente País Solidario (FREPASO). Realizaron internas de las que salió el binomio presidencial de Octavio Bordón y Carlos “Chacho” Álvarez. El Frente Grande, espacio que desarmó al bipartidismo argentino, sacó una conclusión post 1994: solo una coalición y/o frente amplio podía derrotar al menemismo y desplazar al radicalismo como socio bipartidista.

      La fórmula presidencial encabezada por Bordón quedó en un segundo lugar con el 29,3%, 20 puntos menos que Carlos Menem que sacó más del 49%. Fue una gran derrota. Si bien el FREPASO desplazó al radicalismo a un tercer lugar (17%), pegándole un golpe duro al bipartidismo, su apuesta era llegar al ballotage, como lo permitía la Constitución recientemente reformada. La paliza de 20 puntos de diferencia entre Menem y Bordón garantizó menemismo por cuatro años más y mostró que en la Argentina de esos años se habían producido cambios profundos. Indultos, privatizaciones, la desocupación más alta de la historia argentina en 17,5%, desindustrialización, impunidad escandalosa mezclada con encubrimiento en los dos atentados sufridos en Buenos Aires (Embajada de Israel y AMIA). Nada de eso pudo contra el orden logrado, el peso a un dólar y un boom de consumo que, por primera vez en décadas, no solo era para los sectores altos, sino que alcanzaba a las clases media y media baja.

      El progresismo, vinculado de forma mayoritaria al FREPASO, reforzó la crítica a Menem en su dimensión moralista: corrupción y desmesura. Los liderazgos de Bordón y Chacho Álvarez representaban otro estilo. Austeridad. Chacho Álvarez le hablaba al universo militante en forma provocadora. Dijo que se arrepentía de no haber votado la convertibilidad y apostó a una construcción política mucho más mediática que territorial. Al mismo tiempo, el FREPASO sabía que no había triunfo presidencial posible sin el radicalismo, relegado al tercer lugar, pero no desaparecido.

      El progresismo que quedó consolidado en el FREPASO, y luego en la Alianza, replicaría cada vez más un discurso comprometido con la honestidad y las instituciones, eliminando toda crítica radical contra el modelo neoliberal.

      La agenda social, tan estructurante del universo progresista, estaría incorporada en la agenda de la anticorrupción. Hay pobreza y miseria porque hay corrupción. “La plata que falta está en la corrupción”, diría recurrentemente Lilita Carrió años después para referirse tanto al menemismo como al kirchnerismo. De señalar a la dirigencia política y sus gastos excesivos como la causante principal de los problemas sociales hubo un solo paso para apuntar a la política en su conjunto como la causante de todos los males. Las representaciones de la vida social y sus problemas cinceladas por el neoliberalismo estaban en su punto de apogeo. El discurso de asunción de Alfonsín del 10 de diciembre de 1983 quedaba muy a la izquierda de una buena parte del universo progresista hacia fines de los noventa.

      En 1996, el FREPASO quedaría en segundo lugar en las elecciones de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El radical Fernando de la Rúa se convirtió en el primer intendente elegido por la ciudadanía. Las elecciones presidenciales de 1995 y las de jefe de Gobierno de la ahora Ciudad Autónoma de Buenos Aires en 1996 advirtieron sobre las limitaciones que poseían el FREPASO y el mismo progresismo. Una identidad radical postalfonsinista conservadora se había logrado reorganizar como identidad opositora al menemismo. Mucho más antiperonista que antineoliberal. Se puede percibir, ya antes de la explosión de 2001, porqué buena parte de este progresismo, que fue cambiando su agenda en la década de hegemonía cultural del neoliberalismo, muchos años después confluyó en Cambiemos.

      Ya a fines de los noventa, ese progresismo que siguió este recorrido, adhería a la política económica, pero impugnaba el estilo Menem y la corrupción. Esa “desmesura oriental” conectada con el antiperonismo y, a su vez, con ese honestismo neoliberal que ponía su mirada en el desborde del gasto público. De la Rúa constituía esa dimensión civilizatoria que el neoliberalismo esperaba de la clase política. “Un neoliberalismo de principios”, beneficiado con la adhesión a la convertibilidad y con el apoyo de una clase media moralista, pero muy decidida por el consumo. Luego, similar situación se repetiría con Macri, alguien muy beneficiado por el bienestar kirchnerista.

      De la Rúa se presentaba como la antítesis moral de Menem, cuando la moral parecía inundar casi todo el universo de la política.

      En 1997 se dio el gran salto. Se conformó la Alianza para medirse en las elecciones legislativas de ese año. El FREPASO, el radicalismo y otros partidos de izquierda moderada se sumaron a una plataforma para derrotar al peronismo en las próximas elecciones legislativas y lo lograron. A nivel nacional el triunfo fue por 10 puntos. La Alianza venció en la provincia de Buenos Aires y aventajó por casi 40 puntos al peronismo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En provincias como Córdoba se presentó el radicalismo con lista propia y venció al peronismo. La crisis económica, el desempleo, el estancamiento y el músculo de la maquinaria radical en CABA y en el interior permitieron al FREPASO encontrarse con un socio competitivo. Paradójicamente, el que había anulado el servicio militar obligatorio, puesto en caja a las Fuerzas Armadas e incorporado a una buena parte de los sectores populares al mundo del consumo y, específicamente al mundo dólar, había sido Menem. Los que habían cambiado a una agenda mucho más moderada que había hecho las paces con el neoliberalismo y se integraba sin grandes críticas a la sociedad cincelada desde 1989 por el mercado, la elite empresarial y el consumo dolarizado, era la Alianza que buscaba representar al universo progresista.

      Ese universo progresista se conectaba con cierto conservadurismo en torno a una lectura del menemismo. La crítica al liderazgo de Menem, la reivindicación del pluralismo y la lucha contra la corrupción parecían vasos comunicantes que los unían y referenciaba. La Alianza era efectivamente mucho más que una coalición: era la cohabitación inteligible de imaginarios políticos que articulaban un menú de opciones y de identificaciones. El menemismo hizo coherente dicha cohabitación de imaginarios, la dotó de una identidad precaria en el escenario político. Los indultos de Menem de 1989 a miembros de las Juntas de la dictadura militar, condenados en el histórico juicio impulsado por el Gobierno de Alfonsín, pero al mismo tiempo a militantes de organizaciones guerrilleras, con el propósito de forjar la unión nacional, había propulsado al progresismo a otras costas y la Alianza ofrecía cierta posibilidad de revisión de lo actuado. Pero la realidad los pasó por encima.

      En 1998, se realizaron internas en la Alianza, De la Rúa fue elegido como candidato a presidente y Chacho Álvarez volvió a perder una interna presidencial y volvería a ser candidato a vicepresidente. El progresismo adhirió a esta plataforma y prontamente se desilusionó con la situación económica, la conflictividad social y los sobornos promovidos por el oficialismo en el Senado para votar una ley que precarizaba aún más las condiciones de trabajo conocida como “Ley Banelco”. Toda conexión de ese progresismo con la prédica anticorrupción se derrumbaba, lo que se profundizó con la renuncia de Chacho Álvarez a la vicepresidencia. Pese a ello, el FREPASO se quedó en el Gobierno nacional y reivindicó el consenso en torno a la convertibilidad. Paradójicamente, un sector del peronismo ya había comenzado a cuestionarla –con Duhalde como uno de sus protagonistas– y a plantear una salida. Fue Carlos “Chacho” Álvarez, el que le había dado forma política al universo progresista, quien llevó al Gobierno de la Alianza al ex funcionario de la última dictadura y ministro estrella de Menem, Domingo Cavallo, para que se hiciera cargo de


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