Pie De Cereza. George Saoulidis

Читать онлайн книгу.

Pie De Cereza - George Saoulidis


Скачать книгу
Ninguno

      “El poderoso martillo y las bolas de Nefesto. Pickle, hasta yo puedo decir que estas dos están por debajo del promedio”, exclamó Héctor, cambiando de dirección para mantenerse enfocado en el camino.

      “Las puedo… martillar hasta que estén en forma”, dudó Pickle.

      “Increíble uso del juego de palabras, Pickle. Tus bromas mejoran cada día”, hizo notar Cherry con poca ayuda desde el asiento trasero.

      “No, no, apestan. Encontraremos alguien más”, dijo Héctor negando con la cabeza.

      “¿Qué pasa si no podemos encontrarlas a tiempo?” dijo Cherry.

      Pickle aspiró aire a través de sus dientes. Lo pensó por un momento. “Bien, si no podemos encontrar a más nadie estoy segura que puedo entrenarlas para que mantengan su posición”, finalmente asintió.

      “¿Estás segura?” preguntó Héctor, ignorándola

      “Sí”, dijo Pickle, con confianza, la quijada levantada.

      “Muy bien, si dices que puedes, estoy contigo”. Dijo Héctor.

      Pickle se volvió hacia Cherry. “Esto quiere decir que vamos a tener que echarnos a cuesta todo el equipo, tú, yo y Bobo.

      Cherry bufó de una manera muy poco femenina. “¿Qué más hay de nuevo?”

      Héctor miró a través del espejo. Cherry se veía muy emocionada, sonriendo y prácticamente rebosante con energía. “Me encanta la actitud positiva, pero en serio “¿Quién es Bobo?”

      Pickle se golpeó la frente. “Oh, cierto, he estado tratando de informarte. Tengo una atleta en mente, pienso que ella será perfecta para nosotros”.

      “Si así lo crees, “¿Cuándo podemos verla?”

      “Uh… Hay un partido mañana en la tarde. ¿Podemos ir a verla?” Dijo Pickle revisando su veil.

      Héctor asintió, con los ojos en el camino. “Seguro, resérvanos dos entradas. Ahora, acerca de que entremos oficialmente en el Torneo Ciberpink ¿Cuánto tiempo tenemos?”

      “¿Hasta los partidos para calificar? Cuatro semanas”, dijo Pickle y él pudo notar que ya estaba sintiendo el peso de la responsabilidad.

      CAÍDA ONCE

      Héctor se pasó toda la mañana en el teléfono. Era nuevo en este negocio, y en realidad no logró contactar a nadie. Lo mantenían en espera por horas, la estúpida sosa música perforándole el cráneo. Incluso peor, algunos dueños usaban mensajes grabados que eran incluso más estúpidos que un estúpido hablando a través una lata atada a una cuerda.

      Después de una hora queriendo arrancarse el cabello, admitió la derrota.

      “Ni siquiera puedo tener una conversación con estos tipos, mucho menos discutir un negocio, se dijo a sí mismo, sujetándose la cabeza. Su escritorio era un desorden de notas, nombres y números de teléfonos, tanto en papel como en el veil. No conocía a esa gente y a los que sí conocía no eran un buen indicio de cómo eran los otros en realidad.

      Admitió que necesitaba hablar más en el salón de propietarios. Ir a fiestas. Hablar con gente.

      Bah.

      Llamó a Hondros. ”Si, mi amigo” dijo el gordo bastardo cuándo atendió el teléfono. Héctor suspiró. No escoges a tus amigos, en realidad no. “Yo, Uh… necesito las dos chicas que mencionaste”

      “¿En verdad? ¡Excelente! Te enviaré los contratos inmediatamente. Sus dueños me dijeron que las tenían listas para que salieran, pero definitivamente no esta noche…” se calló, la insinuación saliendo de su gorda lengua.

      “Sí, no hay problema, las necesitamos para pasado mañana, para comenzar el entrenamiento. ¿Es posible?” dijo Héctor mientras seguía con los ojos a los que caminaban por la calle.

      “Para ti, Héctor ¡todo es posible!” dijo Hondros alegremente, “Ahora, hay algunas cláusulas y espero que me las devuelvas en la misma condición prístina como te las estoy enviando. ¿Está bien?”

      “Si, como sea. Ambos sabemos que no puedo escoger. Haz el negocio y que las lleven a HPP mañana en la noche para que puedan descansar. Pickle quiere comenzar a entrenarlas temprano”,

      “Interesante… Bien, tan pronto firmes el contrato, ¡tenemos un trato!” Dijo Hondros.

      Héctor sintió un sabor amargo en la boca, como si alguien de repente le hubiese dado unas gotas de jugo de pepinillos. “Si, Yianny. Gracias por la rápida preparación para el envío”.

      Daba resultados el ser educado en los tratos de negocios. Una lección que había aprendido antes. Incluso si habías dicho algunas cosas sucias de antemano, cuando te sientas en la mesa de negocios aprendes a poner todo eso de lado.

      Como un gato. Empuja todo lo que hay en la mesa y déjalos que caigan en pedazos. Se rio de su propio chiste estúpido. Dioses, estaba cansado.

      CAÍDA DOCE

      Pickle tragó una vez y caminó hasta él.

      Héctor suspiró y dejó caer sus bocetos de armaduras en la mesa. “¿Qué pasa? Tienes ese ceño fruncido sólo cuando las cosas están mal”.

      No perdió el tiempo “Necesitamos más dinero”.

      “Por supuesto que sí. Siempre necesitamos más dinero”. Se relajó y se recostó en la silla.

      “Si, pero hay una forma de que podamos hacer algún dinero”.

      “Eso está bien, ¿No es así? Se inclinó hacia adelante e hizo un gesto de “continúa” con su mano. “Vamos a oírlo”.

      Pickle golpeó el aire y le mostró un estandarte acerca de un partido de jugger. El equipo que le presentó era más tonto que el suyo: Las Torpes.

      Ahogó un resoplido. “Está bien. ¿Qué hay con ellas?”

      “Puedes prestarme a mí y a Cherry para un partido. No será mucho, pero será una inyección de efectivo, sin mencionar que ambas descargaremos algo de presión”.

      “Seguro, ¿Cómo sabes que necesitan jugadoras?”

      “Conozco algunas de las chicas, nos encontramos hace algunos días y nos mantuvimos en contacto. Las Torpes son un equipo chistoso, una marca. Aunque hacen bastante dinero. Ellas son más bien agradables, tan agradable como se puede ser en este negocio. Son buenas personas, pero no son buenas atletas y tienen autognosia (autoconocimiento)”.

      Héctor miró mejor al poster digital y al sitio web de las Torpes. “Conócete a ti misma”, él asintió.

      “Se lo mencioné de manera casual y todas se emocionaron. Es decir, al prospecto de finalmente ganar un partido con nuestra ayuda”.

      Héctor cerró el sitio web y regresó a sus bocetos. “Está bien”.

      Pickle hizo una pausa de un segundo “¿Qué, así simplemente?”

      “Seguro, háganlo. Prepárenlo. Hagan todos los arreglos. ¿De qué manera más clara puedo decir qué estoy de acuerdo?”

      “Pero no puedo prepararlo. Tienes que llamarlos”.

      Héctor suspiró y levantó la vista de sus bosquejos de armaduras. “¿Pickle?”

      “¿Si?”

      “¿Las otras chicas no tienen asistentes?”

      “Por supuesto que sí”.

      “Entonces coge el teléfono, diles que tú eres mi asistente y reserva el maldito cupo”.

      “Pero


Скачать книгу